José María Pou | Actor y director de teatro
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José María Pou | Actor y director de teatro
«En el espejo veo a un señor que me gusta y ha vivido mucho»A punto de cumplir ochenta años, José María Pou asegura que este personaje es de lo mejor que ha hecho nunca y quizás un buen momento para ir pensando en retirarse tras más de sesenta años en los escenarios. Basada en la obra de ... Florian Zeller, 'El padre' completa el reparto con Cecilia Solaguren, Elvira Cuadrapani, Jorge Kent, Alberto Iglesias y Lara Grube.
–Una de las virtudes de esta obra es que el espectador se desconcierta como puede estarlo una persona con demencia senil.
–Es uno de los grandes, por no decir el más grande atractivo. Y uno de los principales méritos del dramaturgo, que encuentra una fórmula fantástica, que muchos autores quisieran lograr, para conseguir que el espectador se identifique de tal manera con el problema del protagonista que llega a vivirlo en vivo al mismo tiempo que él. A los diez minutos de función están tan confusos y desorientados como mi personaje, que empieza a sentir la confusión y desorientación propia de su enfermedad.
–¿El público asiste especialmente activo emocionalmente?
–Totalmente. Lo normal es que les pidamos que estén activos intelectualmente y muy atentos a lo que pasa. Que razonen y comprendan. En este caso la unión entre los actores y los espectadores se produce a través de esas emociones y sensaciones especiales, rarísimas. No pueden sacar los ojos del escenario. Llevo casi sesenta años trabajando y pocas veces nos hemos alimentado tanto de la emoción y la atención que nos llega desde el patio de butacas.
–¿El espectador acude a esta función pensando que va a ver una obra 'sensible' y se encuentra con un viaje inesperado?
–Es exactamente eso. Piensan que van a ver una función amable e incluso informativa o divulgativa acerca de las demencias seniles, y se encuentran con un viaje que, además, no dominan. Se quedan sorprendidos de los niveles de emoción que llegan a alcanzar. Eso el autor lo consigue con mucha limpieza y honestidad, empleando sólo los elementos más elementales del teatro de toda la vida. Jugamos mucho con el espacio y el tiempo.
– Resalta que el público busca más de lo normal hablar con ustedes tras la representación.
–Llevo dos años conmovido. Me he dado cuenta de que hay mucha gente, más de la que yo creía, que tiene a su alrededor padres, abuelos, vecinos, amigos, compañeros de trabajo con este tipo de enfermedades. La demencia, el alzheimer, la pérdida de la memoria, es mucho más habitual de lo que yo pensaba. Siempre hay más gente de lo habitual esperándonos a la salida y la idea que me repiten es que han estado reviviendo sus experiencias personales. No puedo olvidar a una mujer que había llevado a una residencia a su padre con alzheimer cuando ya no pudo atenderlo. Me contó que la función le iba a cambiar la vida, que se había quitado la pesada mochila de sentirse cada día una mala hija.
–¿Con este personaje su principal temor fue tirar demasiado de lo emotivo?
–No caer en el estereotipo era el peligro mayor que yo quise eliminar desde el primer momento. También no caer demasiado en la sensiblería, en la emoción fácil, que es un recurso que siempre da muy buen resultado con el público, pero que no deja de ser a veces, cuando se exagera, una pequeña trampa. Empecé los ensayos con muchísimo miedo, más que nunca.
La función
Fecha Sábado 29 de junio.
Hora: 19.30 horas
Lugar: Teatro Victoria Eugenia
Precios: 12, 20 y 26 euros.
–¿Por qué? Resulta difícil imaginarlo con todos los grandes personajes que ha encarnado.
–Llevaba un tiempo en que nada de lo que me ofrecían me apetecía. Y cuando la productora Focus me habla de 'El padre' dije no, que ya está la película de Hopkins y en la escena española la había interpretado Héctor Alterio. ¡Ya la ha visto todo el mundo! Pero insistieron y la leí. Y cuando lo hice se me puso la piel de gallina.
–¿Por alguna razón en especial?
–Había visto incluso las versiones que se hicieron en Londres y Nueva York, que fueron grandes éxitos. Pero creo que esta vez hay una razón especial: la pandemia que hemos pasado y que nos ha cambiado. Ha sido un corte radical, nos ha hecho a todos hipersensibles a ese tipo de enfermedades de nuestros mayores. Nadie puede olvidar que las primeras cifras de fallecidos que nos aterrorizaban venían de las residencias. Y el público ve en la función cómo batalla esa hija, que también tiene sus problemas. Ella es un personaje tan protagonista como el padre, sufre con las decisiones que debe tomar. Te juro que cada vez que digo una frase o paso por un pasaje determinado, en mi interior tiemblan muchas cosas, quizá porque voy a cumplir 80 años dentro de tres meses y estoy en la edad en la que muchísima gente tiene problemas de este tipo.
–¿Le hace sentir vulnerable?
–Alguna vez he dicho que he construido este personaje con mis propios miedos, con mis miedos a convertirme en el personaje, a dejar de ser él para que pasara a mí. Los actores decimos que después de unos meses ya nos hemos hecho con el personaje. Ahora digo lo contrario, es el personaje quien se ha hecho conmigo, absolutamente. Tengo la sensación de que no es José María el que sale a escena. Siento que el que hace la función es el personaje y que salimos juntos al escenario. Es una sensación muy rara, no soy ni capaz de verbalizarla, pero siento que es un papel que se me escapa completamente y que hace lo que quiere en escena. Y me sorprende cada día. Es una de mis mejores experiencias.
–¿La obra le ha hecho pensar más en lo que haría si tuviera una enfermedad de este tipo?
–Todos podemos llegar a eso. Cuando he expresado mi temor a algunos neurólogos me han dicho que los actores estamos un poco vacunados al respecto porque continuamente ejercitamos la memoria al aprender los textos. Pero ahí está el caso de Carmen Elías, relativamente joven que padece alzheimer desde hace ya 4 o 5 años, todavía no muy avanzado, pero que no le permite trabajar. Recuerdo también a Berta Riaza, una de las grandes actrices de este país. Tuvo que dejar de trabajar con todavía sesenta y pico años por un alzheimer galopante. Nadie está libre. Yo cada día en la función no puedo frenar la idea que pueda pasarme algo semejante. Respecto a la pregunta, mis facultades están bastante bien, pero no son las mismas, empiezo a notar los achaques de la edad. Llegado el momento no sé qué haría, a lo que me ha llevado la obra es a pensar en algo que no me había preocupado nunca: hacer el testamento vital.
–Hace dos años vino a San Sebastián con un Shakespeare y me dijo que ya sólo quería hacer personajes tranquilos.
–Sí, sí, era mi voluntad por descontado y más viniendo de hacer aquel montaje de Calixto Bieito tan complicado y salvaje. Y viniendo de Cicerón y de 'Moby Dick', de Sócrates y esos grandes personajes. Lo que deseaba era encarnar a un ser humano sencillito, eso que se llama un hombre que pasa desapercibido. Porque es un tipo de trabajo que no había hecho casi nunca. Y cuando me decidí a hacer 'El padre' pensé, bueno, es un personaje tranquilito; la mayor parte de la obra está en pijama, no hay que vestir ropajes, ni túnicas, ni armaduras y está tranquilamente sentado en su sillón, en su casa y como mucho da dos o tres pasitos de una habitación a la otra. ¡Ese es un personaje que va a ser cómodo! Pues ha resultado uno de los que más me afecta. Termino cada función con una carga emocional y un estrés mayor que cuando hacía 'Moby Dick'.
–¿Y el futuro?
–Todo esto me está ayudando, mucho. Bueno, no sé si ayudar es la palabra, pero me está haciendo ver las cosas muy claras. Llevo ya un tiempo con la sensación de decir, mira, José María, ya ha llegado el momento. Ya has cumplido con este personaje que es distinto a todos los anteriores y que quizá no habías hecho casi nunca en tu repertorio. Y me parece que es un poco así. Que ya he cumplido, que este puede ser ese personaje que cierre la puerta de una carrera. No me importaría nada que fuera así.
–¿Cuando se mira en el espejo por las mañanas a quién ve?
–A un señor que me gusta. De jovencito era un tipo desgarbado, de metro noventa, muy delgadito. Me miraba en el espejo y me preguntaba cómo era posible que me contrataran. Pero trabajaba y siempre estaba un poco en desacuerdo con mi personalidad fuera del escenario. Y ahora de repente me he asumido y veo la cara de un señor que ha vivido mucho. Veo una cara muy, muy, llena de dibujos, hecha de muchas caras y de muchos personajes que se han ido juntando como si se fueran superponiendo. Y el resultado final es, quizás, la condena del actor. El resultado final es una máscara que me gusta, que es la suma de todas las máscaras. Ahora estoy en una edad en la que veo a un señor que repite continuamente que está muy tranquilo y repite la frase de ya he cumplido, estoy contento de cómo he llegado hasta aquí y de lo que he hecho. Y creo que ya no hay necesidad de seguir subiendo más.
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