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El escritor Raúl Guerra Garrido (Madrid, 1935) falleció ayer en San Sebastián a los 87 años en un centro de salud a consecuencia de las ... complicaciones derivadas de una reciente caída. Con su fallecimiento, desaparece uno de los autores fundamentales del último medio siglo largo del panorama literario vasco y, en especial, guipuzcoano. Guerra Garrido abordó antes que nadie, y en muchas ocasiones mejor que nadie, algunos de los temas que con los años han hecho fortuna en el panorama literario: la inmigración en la muy temprana 'Cacereño'; las tóxicas y endogámicas relaciones de algunos asfixiantes pueblos en 'Todos inocentes'; la dura vida del pescador en 'La mar es mala mujer'; las prácticas de la Policía franquista en el relato 'Con tortura' y, por supuesto, las consecuencias de la actividad de ETA en 'Lectura insólita de El Capital' y en 'La carta', aquella novela maldita que tantos disgustos le ocasionó. Porque si algo fue el autor de 'Castilla en canal' es un escritor incómodo para casi todos.
Su material de trabajo fue el miedo. A la pobreza, al desamparo, a las amenazas, al patrón, al desarraigo. Para diseccionar de arriba abajo esta Euskadi a la que hemos llegado y airear con gran pericia narrativa sus miserias, Guerra Garrido creó el pueblo ficticio de Eibain, igual que Faulkner alumbró Yoknapatawpha a partir de Oxford (Mississippi) o García Márquez se sacó de la manga Macondo. Ahí puso a vivir a un puñado de personajes que le sirvieron para levantar tramas inmortales en lo que a este pequeño país respecta: el pobre Martín, el 'cacereño' José Bajo y el industrial Lizarraga, arquetipo de tantos empresarios que formaron binomio en Gipuzkoa con alguna localidad: Orbegozo en Zumarraga o Aristrain en Legazpi.
Aunque nacido en Madrid, pronto se trasladó a Cacabelos, en el Bierzo leonés, y posteriormente, en 1960, a San Sebastián. Farmacéutico de formación, Guerra Garrido abrió un establecimiento en el barrio donostiarra de Larratxo, donde la convivencia cotidiana con la comunidad de inmigrantes le proporcionaría materiales para su novela 'Cacereño' (1970).
La novela, a la que la censura amputó un par de frases, ha demostrado un largo aliento: en cincuenta años ha conocido innumerables reediciones y a día de hoy sigue 'viva' en las librerías. En cuanto a la farmacia años después sería atacada y quemada por simpatizantes de la izquierda abertzale debido a las posiciones políticas del escritor como fundador del Foro Ermua. Antes ya había publicado la novela 'Ni héroe ni nada' y, sobre todo, el relato 'Con tortura' (Premio Ciudad de San Sebastián). A alguien no le sentó bien aquel texto porque a la salida de la presentación en la biblioteca de la plaza de la Constitución, el escritor se encontró su vehículo vandalizado.
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Los últimos años de la dictadura le sirvieron para afilar una voz propia que cristalizó en la historia del secuestro de un industrial que narró en 'Lectura insólita de El Capital' (1976) con la que saltó a la primera línea del panorama literario, a lomos del Premio Nadal que se llevó la novela. Con 'La costumbre de morir' (1981) y 'Escrito en un dólar' (1983) exploró las posibilidades de la novela negra como vehículo de denuncia de los desmanes sociales, y tras 'El año del wólfram' (finalista del Premio Planeta en 1984) y 'La mar es mala mujer', puso el dedo en la llaga con 'La carta' (1960), en donde narraba los silencios y zozobras de un industrial que recibe una petición de ETA para que abonara el 'impuesto revolucionario'.
Esta vez el malestar que causó la obra desbordó el ámbito del entorno abertzale para alcanzar también a algunos sectores del nacionalismo. Las presentaciones de la novela se conviertieron en un lista de 'deserciones' de última hora. También le granjeó algún desencuentro con el entonces consejero vasco de Cultura, Joseba Arregi.
Volvió a molestar a amplios sectores sociales con 'Tantos inocentes' sobre la muerte de un vecino de Eibain durante las desatadas celebraciones de la víspera de la fiesta de Santa Águeda. Un crimen del que nadie quiere saber nada y que lleva la firma de los 'idiotas morales'. Alguien vio similitudes con unos hechos reales en los que efectivamente estaba basada la obra y la polémica volvió a rodear al escritor. También mostró su destreza en el género de viajes con 'Castilla en canal' y su perspicacia en la observación de paisajes y paisanajes evocados en el tiempo, con 'La Gran Vía es New York'.
El asesinato a manos de ETA de amigos como José Luis López de Lacalle, los ataques de la 'kale borroka' a su farmacia y la obligación de llevar escolta redujeron su vida social y afectaron a su estado de ánimo. «He escrito con miedo», reconocía en 2017 en una entrevista en este periódico. Y añadía: «El miedo es el protagonista de mis novelas del País Vasco y todo el que quiera hacer un estudio de lo que han sido estos últimos cincuenta años aquí no entenderá nada si no lo mira a través del cristal del miedo». Con todo, tampoco se dejó amargar la vida: «La mejor venganza es vivir bien», comentaba con su fino sentido del humor.
En 2006, con motivo de la concesión del Premio Nacional de las Letras, aseguró: «Me he dejado la piel en cada una de mis novelas». Y son precisamente sus obras las que dan fe de esa ambición literaria que le impidieron caer en lo facilón o lo tramposo. Pocos autores resultaban tan exigentes y a la vez, tan honrados con el lector.
A lo que nunca se animó fue a escribir la novela de la Euskadi post-ETA -lo haría con gran éxito Fernando Aramburu con 'Patria'-, ni a fabular desde la ficción sobre su experiencia como amenazado, excepto tangencialmente a través de la figura del escolta, en 'La soledad del ángel de la guarda'.
Su última comparecencia pública fue el emotivo homenaje que le brindó la Diputación Foral de Gipuzkoa a través de su Departamento de Cultura hace tres años. Ahí se le pudo ver feliz, rodeado de familiares y amigos. En aquel acto, la ministra Celaá le entregó la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X El Sabio. «Sólo he estado una vez en la Diputación y fue por una inspección de Hacienda», dijo aquella noche. Como sus libros, duro por fuera, tan humano por dentro.
El delegado del Gobierno en el País Vasco, Denis Itxaso, destacó en Twitter su «respeto y admiración. Raúl Guerra Garrido fue ante todo un escritor e intelectual que jamás renunció a sus ideas pese al alto precio que le hicieron pagar por ello. Orgulloso del tributo que merecidamente le rindió la Diputación Foral de Gipuzkoa por su trayectoria y dignidad».
También el secretario general del PSE-EE, Eneko Andueza, lamentó el fallecimiento del escritor. «Nos ha dejado Raúl Guerra Garrido. Frente a esa Euskadi monocolor que algunos han pretendido, su obra fue el mejor escaparate de un país plural y diverso».
Por su parte, Colectivo de Víctimas del Terrorismo del País Vasco, presidido por Consuelo Ordóñez, recordó que en 2019 Raúl Guerra recibió el Premio Covite, junto al también escritor Fernando Aramburu, autor de 'Patria'. Covite recordó que Guerra fue uno de los primeros escritores que trató el terrorismo en sus novelas.
El escritor y periodista Ander Izagirre también recordó a través de las redes sociales al escritor fallecido. Y lo hizo a través de uno de sus libros y de una anécdota «El año pasado recorrí el Canal de Castilla con su libro ('Castilla en canal'). En Medina de Rioseco, en el extremo del canal, vi que le habían dedicado una calle. No es que estas cosas me parezcan muy importantes, pero Medina de Rioseco, 1; Donostia, 0». El también escritor Miguel Barrero comentó que «'Lectura insólita de El Capital' me impresionó mucho cuando lo leí en mis tiempos universitarios, y «Quien sueña novela» me pareció un libro hermosísimo».
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