Crítica de 'El alcalde de Zalamea': La tragedia tras el honor

Lo esencial de todo eso aparece en la versión de Teatro Corsario, pero mucho más centrada en lo que se esconde, en esa batalla entre la venganza y una rendición disfrazada, entre la fortuna que surge cuando más falta hace y la realidad de lo caprichosa que puede ser.

La versión de Jesús Peña, y su dirección, consiguen un estimable equilibrio entre el drama de grandes palabras y las íntimas tragedias. Lo hace llevándonos al tuétano de la obra y a su fondo más humano, más tenebroso tras las valentías aparentes.

La compañía, como nos tiene acostumbrados en su extensa carrera, presenta un trabajo muy sólido, con intérpretes expertos en decir (bien) el verso, esa barrera que hace fracasar a muchos y que premia a los que la traspasan. Buen trabajo coral de los actores y, aunque no es cuestión de entresacar méritos, Carlos Pinedo encarna a un Pedro Crespo divertido, profundo, atormentado, servil o digno cuando es necesario. Sobre él cae buena parte del envite y devuelve la pelota con fuerza. Entre todos dan vida a un 'Alcalde de Zalamea' que, además, acaba muy en lo alto.