Una enérgica ceremonia

La propuesta de José Ramón Fernández, como adaptador, y Barea como director nos embarca en un «espectáculo río», tal como lo define este último. Al espectador se le introduce en una vorágine de excesos 'teatrales' que no son accidentales, sino el propósito de no separar la ficción de su propio juego. La obra es una propuesta de ese juego teatral y su carpintería interpretativa desplegada. Tiene a su favor enganchar al público con una energía poderosa y hacernos sentir partícipes de una ceremonia colectiva.

El elenco, repartido entre veteranos y jóvenes intérpretes, entra bien en esa idea, mantiene un tono sin discrepancias y obtiene en los más experimentados actores momentos de calidad extra. El espectáculo, aun así, se hace largo en sus tres horas y también monótono. Hay lo que hay muy pronto y si nos dejamos llevar por ello se disfrutará. Si entramos en la apuesta de los juegos paralelos estamos ante un montaje seductor. Pero si eso nos caduca rápido los personajes van perdiendo fuerza y la obra entra en una dinámica en la que los paisajes del río narrativo pierden interés.