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Iñigo Puerta
Lunes, 7 de abril 2025, 00:01
Afinales del siglo XIX llegaban avances a los fondos marinos donde los buzos eran una rara avis. Inventores de todo el mundo trataban de desarrollar el traje perfecto, que aunara seguridad y movilidad para poder rescatar los mil y un tesoros que alguna vez cayeron bajo el mar. Pocos se atrevieron a retar a las profundidades ataviados con un casco de metal.
Una de las últimas voluntades de José Mancisidor Gabarain logró que un traje de buzo único ya esté expuesto en el Aquarium de Donostia. La donación es un equipo completo de 1897, compuesto por una escafandra, el traje de lona, las botas y un escapulario de plomo. Asimismo fue entregada la máquina de bombeo de aire manual.
El modelo que luce el museo fue fabricado por la empresa 'Siebe Gorman & Co. Ltd.' que operaba principalmente en Londres, Reino Unido. Los doce pernos o tornillos que rodean el casco les otorgaba un ajuste seguro en comparación a otras versiones primigenias de la marca. Bajo el cuello, la inequívoca inscripción 'London' y una lona agrietada y mil veces parcheada, que habla de la precariedad y del trabajo al límite.
Los equipos anteriores a este, imaginados en los sueños literarios de Julio Verne, eran pesadas armaduras que trataban de ser estancas, con poco éxito. A mediados del siglo XIX, Augustus Siebe perfeccionó estos trajes, que consistían en un casco de bronce con visores de vidrio, conectado a un traje de lona que se cerraba herméticamente en el cuello. Un avance fundamental. El aire se suministraba mediante una bomba manual. El modelo de Siebe era mucho más liviano y permitía una mayor movilidad.
El casco también poseía una válvula para expulsar el exceso de aire, permitiendo trabajar en operaciones prolongadas y relativamente seguras. El atuendo submarino de José fue una herencia familiar que tuvo una vida útil de casi 100 años. Su padre Juan José fue el pionero, el que forjó una dinastía en este oficio de alto riesgo y dio los primeros pasos por los fondos del litoral vasco.
Juan José, nacido en Mutriku en 1872, fue el primero en enfundarse este traje. El primer buzo de los Mancisidor, había trabajado desde muy joven como calafateador en los astilleros de Eustaquio Andonaegui. hasta que al cumplir los 25 años, el hundimiento de un barco en el Cabo de Cee, muy cerca de Finisterre, cambió su vida. El entonces buzo y amigo Felipe Lizarralde le propuso que le acompañara para las tareas de salvamento. Un hecho que viró el rumbo de los Mancisidor.
A su vuelta de Corcubión (Galicia), Juan José formó la sociedad Ereño y comenzó a realizar trabajos en puertos de la costa vasca, completando inmersiones para reflotar barcos, colocar boyas o liberar hélices trabadas, entre otras labores.
La inmersión más curiosa completada por los Mancisidor tuvo lugar en Donostia en 1905, en plena bahía de La Concha, donde fondeaba el yate real Giralda. La nave del entonces Rey Alfonso XIII atascó su hélice con la cadena de una boya y perdió su poder de propulsión. Los intentos de la tripulación por desenredarlo fueron infructuosos, por lo que el comandante del buque solicitó los servicios de Juan José. La taréa era muy complicada.
Una vez vista la avería y dada su gravedad, Juan José pidió permiso para utilizar dinamita bajo la popa de la nave y a las pocas horas, con detonaciones controladas, lograron liberar la hélice. El comandante del Giralda le pidió la cuenta por sus servicios, pero Mancisidor no lo hizo. Cuando esta acción llegó a oídos del Rey, éste se interesó en compensarle de alguna forma. En una nueva entrevista, el comandante le preguntó qué quería, a lo que el mutrikuarra respondió «poder recoger del fondo todo aquello que encontrara debido a pérdidas o naufragios». La respuesta oficial del comandante fue «concedido» y se le otorgó una carta con dicha licencia.
Una de las intervenciones más recordadas de los Mancisidor se recoge en la novela de Kirmen Uribe 'Bilbao-New York-Bilbao'. Se describe una época en la que entrar a Ondarroa se convertía en una odisea. En 1926, tras años de naufragios y peticiones para solucionarlo, se pudo provisionar el fondo para la construcción de un muelle de abrigo y albergar a la flota pesquera ondarrutarra.
Tras meses de planos y estudios de ingeniería para acometer la obra, el buzo Juan José Mancisidor dio con una idea genial. Su propuesta consistía en cerrar la boca del puerto y achicar el agua de toda la zona perimetrada para poder realizar la obra en seco. Visto el ahorro de tiempo y recursos que suponía, los ingenieros adoptaron su proposición y la articularon en un nuevo y exitoso plan.
Juan José fue el pionero, pero la estirpe de buzos continuó con sus hijos Genaro, José y Paco. Luis María fue administrador y Miguel Elu (casado con Lucía Mancisidor), ayudante de buzo. Más tarde, los hijos de Genaro (José Manuel y Jesús María) siguieron la tradición familiar, ampliando la flota de gabarras y modernizando sus herramientas, con grúas o compresores, que hacían más segura su labor. No en vano, en 1921, el primer Mancisidor creó junto a otros compañeros la Asociación de Buzos del Cantábrico, tomando el cargo de presidente en la primera junta directiva. Tras una dilatada trayectoria, en abril de 1937 fallece Juan José, mientras ayuda en el montaje de una grúa en Ondarroa.
El legado de su trabajo se trasladó a la empresa 'Vda. E Hijos de Juan José Mancisidor', donde la familia prosiguió su ejemplo hasta nuestros días. Una actividad intensa en el salvamento y desguace de barcos, dragado y construcción de puertos o incluso trabajos pioneros en centrales hidroeléctricas. Una frase de esta saga, que aún perdura, reza: «Todo ha sido hecho por todos, haciendo cada uno lo suyo».
La otra novedad del Aquarium, es la donación de un excelente modelo del galeón 'San Diego', de año 1600, que pertenecía a los llamados 'Galeones de Manila'. Bajo esta nomenclatura, más que una tipología de barco, se denominaba a los buques que hacían la ruta de México a Filipinas y su regreso. Esta ruta, descubierta por el guipuzcoano Andrés de Urdaneta y bautizada como el 'Tornaviaje', se mantuvo activa desde 1565 hasta 1815.
Una ruta comercial entre Europa y Asia con una parada intermedia en América, considerada en algunos ámbitos como la primera globalización. Productos europeos como el hierro y sus manufacturas eran transportados a América para la explotar las minas de oro y plata. El oro se traía a Europa, pero la plata a China para pagar la cerámica Ming, sedas y especias que se llevaban a México. Allí iban por tierra de Acapulco a Veracruz, para traerlos de nuevo en barco a Europa.
Créditos
Narrativa visual Iñigo Puerta
Fotografías Lobo Altuna y familia Mancisidor
Ilustración Imagen original asistida por IA
Video de portada Imágenes de un buzo británico de 1945, procedente de UCLA Film & Television Archive
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