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En 1942, en plena II Guerra Mundial, Ernst Lubitsch dirigió una película en la que una compañía de teatro salva a la resistencia polaca durante la invasión nazi. Y lo hizo con una comedia loca, «un vodevil», como la define Echanove, que ahora dirige e ... interpreta una función donde de nuevo el humor es punta de lanza contra la tragedia. Lucía Quintan, Ángel Burgos, Gabriel Garbisu, David Pinilla, Eugenio Villota y Nicolás Illoro lo acompañan en escena.
– ¿Cómo ha creado el tránsito de los personajes de la película al escenario?
– Lubitsch tenía un gran un dominio de la teatralidad en su cine y en esta película en concreto. Cuando sucede eso hay que destilar esa teatralidad para utilizarla en un escenario. En nuestro montaje siete actores interpretan los 37 personajes de la película. Cada uno tiene su manera de ser específica y lo han tenido que ir descubriendo los actores. Tengamos en cuenta que hay personajes que son un calco unos de otros, porque una de las tramas principales es la suplantación de la personalidad.
– ¿Cuántos personajes hace?
– Son tres. Un personaje, Joseph Tura, y dos suplantaciones: el falso profesor Siletskysi y el falso coronel Ehrhardt. No sabes lo divertido que puede llegar a ser componer el puzle porque todo esto luego se deriva en una complicación escénica donde los actores en el momento que están en escena tienen que hacer sus cambios de vestuario, de caracterización, para llegar al siguiente cuadro. Hacer la función todos los días es un acto de concentración brutal de todos los actores y de los técnicos, pero también es una fiesta, esta obra es una 'performance'.
– Me sorprende que no haya vuelto a ver la película
– La había visto tantas veces que me la sé de memoria. Lo que más me sigue sorprendiendo de ella es que una compañía de actores finalmente tiene que verse en una situación de salvar a la resistencia polaca frente a la invasión extranjera de su país. Y que sean ellos los que tienen en sus manos la posibilidad de que todo salga adelante y no sea un desastre. Es fantástica esa idea primigenia de Lubitsch.
– La película es muchas cosas, pero también un continuo homenaje al teatro. ¿En su cabeza y sobre todo en su corazón ha estado esto muy presente?
– Totalmente, lo he sentido así. Es una manera de decir en cada función que vamos a dar lo mejor de nosotros. Vamos a levantar este telón, a hacer que el espectador dentro de todo este lío de unos nazis que vienen y otros que van, más un triángulo amoroso, cabalgue con nosotros. Ese era el reto. Me sigue pareciendo fantástico en el teatro, me lo ha parecido siempre, entender que el teatro es el mundo de las sensaciones, no es el mundo de las evidencias. El teatro no viene a confirmar nada, viene a sugerir cosas que a través de la belleza, del estilo y de muchas otras cosas, pueda fijar la atención del espectador. La teatralidad es un concepto fundamental que va más allá del teatro, es la esencia de las cosas.
– ¿Una clave de esta función?
– Que como nos durmamos un rato los actores la obra te pasa por encima. Y que hay que dar en todas las funciones el cien por ciento porque tiene un ritmo asombroso que a veces hace que acabemos como si saliéramos de una prueba atlética.
– En la película, e imagino que en la función, hay un ilustre invitado de esos que mejoran cualquier fiesta: Shakespeare.
– Shakespeare además de todo lo que sabemos es una filosofía del teatro. Puedes entenderlo o no, pero es imposible que no guste. Todos los intérpretes tenemos un repertorio dentro de Shakespeare, en el mío Hamlet nunca ha estado, porque no me veo a mí mismo en esa tesitura. Es que Hamlet no es su obra que más me gusta, aunque le tengo muchísimo cariño. Así que cuando me tocó componer el momento de Tura con el 'Ser o no ser', me encuentro que mi personaje está harto de Hamlet porque lo ha hecho demasiadas veces.
– Lubitsch dijo que la risa «es una de las mejores armas que tenemos contra la opresión y la tiranía».
– En el humor una cosa es la chufla y otra la brillantez. Vivimos en un mundo en el que el humor ha abierto tanto el arco y hay tantos formatos de hacer gracia y de provocar la risa, que uno no sabe realmente qué es lo genuino y qué no lo es. Además, me parece que el humor no tiene que estar necesariamente identificado con la risa. El humor es una manera de tomarse la vida. Y generalmente a quien se toma la vida con humor también le gusta ver cosas donde el sentido del humor aparezca como un valor fundamental.
– Le he escuchado decir que cuando sube al escenario no se puede permitir dar menos de un ocho. ¿Lo logra mantener?
– Últimamente he modificado el criterio y ya no me puedo subir dando menos de un nueve. Cuando llegue al diez empezaré a trabajar como Dios manda. Yo no se hacerlo de otra manera, le tengo muchísimo respeto al hecho de qué unos espectadores salgan de su casa, compren una localidad y se sienten durante dos horas a participar de algo que ocurre en el tiempo que tú intervienes. Me produce tanto respeto que yo no puedo, no podría digámoslo así, rebajar mi nivel de exigencia. Otra cosa es que hay trabajos que pueden gustar más o menos, pero eso no tiene que ver con la exigencia. Nunca podría estar en un espectáculo que no aportase nada al público. No sé si se puede trabajar de otra manera, pero yo a esto vengo a escape libre, era así ya de fábrica. Todavía salgo al escenario con la misma sensación que cuando llevas a un niño a un parque acuático: ¡Hala, todo el agua para ti!
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