
Eusebio Calonge
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Eusebio Calonge
A las siete y media de la tarde el Victoria Eugenia se viste este sábado de gala con el teatro de La Zaranda y su ... mirada a lo más profundo, trágico y a la vez esperanzador del ser humano. con su obra 'Todos los ángeles alzaron el vuelo'.
– ¿Hacia dónde alzan el vuelo?
– Hacia la sorpresa de percibir que el teatro nos siga dando cosas que contar, regalando imágenes. Después de 47 años de historia, alzar el vuelo es como un cántico a ese permanecer, a ese milagro de seguir percibiendo la vida desde el escenario. También es continuar volando. No fue fácil, tuvimos la obra cuatro años parada, la comenzamos con Laura Gómez La Cueva, pero su vida desgraciadamente se truncó. Esta función alza el vuelo hacia la esperanza, hacia la comunicación con los que ya no están. Retratando un mundo muy sórdido cruza hacia lo sacro.
– Aun en esa sordidez, dice que nace también de la belleza.
– La belleza tiene siempre algo que raja y que hiere, que es como el 'quejío'. Se abre ahí por las tripas hasta llegar muchas veces a la emoción. Sin descubrir esa belleza no hay esperanza. Intentamos tocar la emoción del espectador y que de ahí suba al pensamiento.
– ¿La Zaranda hace un teatro estimulantemente desolador?
– Hacemos teatro, no me gustaría ponerle nada más detrás. Es el teatro, además, que se nos comunica, no el que queremos hacer. En el teatro surge un lenguaje cuando no te impones, no vas diciendo quiero contar esto, ni parto desde una estética, ni desde una ética. Es la propia obra quien nos hace a nosotros y no al revés. Lo de estimulantemente desolador me parece muy bonito. La desolación quizás está en el reflejo del que pueda mirar la obra. Hay desolación, hay belleza y ese vuelo que es el vuelo del alma, que no sabemos adónde va.
– Esa idea del teatro yendo hacia ustedes puede parecer algo casi religioso.
– Todo artista es un transmisor. Estamos aquí para revelar algo que nos nace dentro, pero se nos enquista muchas veces. Como una obsesión de lo que nos duele del mundo. Siempre parto de ese sentimiento, de algo que verdaderamente me conmueve.
– Para usted, como escritor, es importante el asombro.
– Hay un momento en que en la obra ya no mandas tú, ni la dirección, ni los actores. Sino que en ese conjugar esas vidas, esas distintas visiones sobre un tema, la obra va hacia un puerto que uno no imaginaba nunca. Esa sorpresa, ese asombro, es lo que a uno le hace permanecer en el teatro. Ver que el teatro todavía tiene cosas que comunicarte. Si eso no se nos hubiera dado, sería demasiado estar aquí. Hemos intentado siempre huir de nosotros mismos porque no tenemos tantas cosas que contar. Hemos tenido nuestras vivencias como cualquiera, pero lo que verdaderamente revela el teatro es la vida de los otros, es hablar de los otros. El teatro está siempre para dar voz a esas angustias y devolverles la grandeza con belleza sobre el escenario.
– Tengo la sensación de que en La Zaranda buscan la luz, pero desde la oscuridad.
– De nuestro teatro se habla mucho de la iluminación, del claroscuro, del tenebrismo. Presentando muchas veces unos panoramas muy oscuros, o hasta siniestros, se podría decir que esa luz que emana de dentro del personaje lo dignifica. Hay algo dentro de nosotros que no anula completamente la esperanza. Eso es la fe para mí. En esta función hay mucha metáfora visual, mucha teatralidad pura, que es a lo que a mí, como dramaturgo y escritor, me gusta: que la obra pueda contar más allá de las palabras. Cuando eso sucede digo que ha aparecido el teatro.
– ¿Existen todavía los ángeles?
– Sí. Y fíjate que a cada momento se me manifiestan. Tenemos esa versión tan beatífica de unos seres alados que tienen un arpa y cantan. Pero yo los veo como esos seres que están ausentes en tu vida y que algunas veces sientes que te han puesto flores a ti. Entonces te sientes bendecido por la vida. Creo que todos esos que ya se fueron y que permanecen en nuestra memoria, viven porque están necesitados. Es cuestión de fe, es cuestión de creencia. Pero para mí incluso son tangibles. Y hay veces que si extendemos la mano y renunciamos un tanto a nuestra lógica, a nuestro hombre racional, podemos sentir, si no ese tacto, sí ese hálito que nos acompaña.
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