Veintinueve de los treinta toros en puntas jugados en la presente feria de San Fermín hasta la fecha fueron cinqueños. Solo uno de Núñez del ... Cuvillo, el cuarto de la corrida del centenario, llevaba el guarismo del 8. Único cuatreño de la Feria del Toro. Y el único de esas dos docenas y media que pasó la barrera de los 600 kilos. Fue, por cierto, el toro de la faena de mejor compás de cuanto se lleva visto. La faena de Morante.
Y de pronto, en la sexta fecha mayor de la semana, la corrida de Jandilla rompió este martes con esa norma. Cuatro cuatreños y solo dos cinqueños, que cerraron festejo. Uno de estos, el quinto de sorteo, fue el más bravo de la feria. Se llamaba Rufián. Número 70, negro zaino. Los dos cinqueños fueron más hondos que los demás. El porte del quinto fue particular: la alzada, la armonía. Y, luego, su estilo al galopar.
En el recibo de capa Talavante lo desplazó en exceso y el toro se soltó. A correr. Como si repitiera con el mismo gas con que los seis de marras cumplieron el encierro. Donde el toro se declaró a lo grande fue en el caballo de pica. Encelado en la primera vara, que fue de castigo, empujó y apretó como los grandes. Fijo por delante del estribo, casi en los pechos del caballo recostado en tablas, metió los riñones sin pegar ni una sola cornada al peto. Tardaron en quitarlo. En cuanto volvió a tener a tiro el caballo, se arrancó por él. Lástima que al piquero de turno se le fuera la mano en un segundo puyazo caído.
En banderillas galopó ligero el toro. Talavante, que había brindado al público el toro de su regreso a Pamplona cinco años después, un segundo claudicante pero de muy buen aire, repitió brindis. No hubo ni que hacer apenas pruebas, pero Talavante prefirió asegurarse. Pronto y codicioso, el toro repitió a las primeras de cambio por las dos manos. Por las dos vino humillando. Veía solo muleta y la seguía hasta donde lo llevaran. A todo quiso con el mismo ritmo, como si fueran embestidas seriadas. A los muletazos embarcados por fuera, a los tomados en rectitud, a los enroscados, a los remates cambiados por alto, a los de pecho, a los circulares inversos, a los cambiados por la espalda.
Fue amplio el surtido de la faena, tandas más largas que cortas, pero se tuvo la sensación de que el toro quería más y con más habría podido. Más largo que intenso el trabajo, que fue jaleado convenientemente. Y también las embestidas del toro, que iba a llevarse en el arrastre una ovación de gala. Si Talavante le hubiera cortado una oreja, y no digamos las dos, al toro le dan la vuelta al ruedo. Pero Talavante, últimamente muy inseguro con la espada, cobró soltando el engaño una estocada sin muerte y solo acertó al tercer intento con el verduguillo. Después de un aviso, la vuelta al ruedo se la pegó Talavante.
Un exceso de capa
El primer jandilla, del hierro de Vegahermosa, fue también muy buen toro, pero sin llegar a tanto. De cañas finísimas, parecía imposible que sostuviera los 560 kilos de trono y cabeza. Urdiales lo toreó de capa con bello compás. Lance a lance, se lo fue sacando hasta la misma boca de riego y ahí remató con la media clásica. Luego lo llevó galleando por las afueras. Fue un exceso tanta capa para el toro, que apenas se empleó en el caballo. Talavante quitó por una tafallera, tres gaoneras y revolera.
A la hora de banderillas el toro llevaba en la cuenta más de dos docenas de embestidas obligadas. Claras todas ellas. Claros los viajes en la muleta, pero acusando el toro una ligera lesión en una mano y arrastrando por eso ligeramente cuartos traseros. Una faena académica, templada, bien lograda en redondo, resuelta en el uno a uno por la izquierda, compuesta con frío orden y rematada con una breve serie de naturales frontales. Una estocada. Tardó en doblar el toro, lo levantó el puntillero y el cachetazo final solo llegó al sexto intento. El fallo que las peñas de sol no perdonan. Había sonado un aviso.
A pesar de claudicar, una posible lesión de la carrera, el segundo, siendo frágil, tuvo entrega y, codicioso y fijo, se empleó a modo por la mano famosa de Talavante, que es la izquierda. Las claudicaciones del toro al menor tirón quebraron el ritmo de la faena, de ajuste desigual y de compostura algo impostada. Dos pinchazos saliéndose Talavante de suerte y una estocada tendida.
Los tres toros de mejor condición se llevaron las orejas puestas al desolladero. Y los otros tres, también. Y en una de las tres corridas caras del abono, sonaron hasta cuatro avisos. Uno para Urdiales por demorarse en faena interminable con un cuarto castaño que pegó derrotes cuando empujaba, y no empujó en serio nunca. Otro para Ginés Marín, que se alargó en faena profusa con un tercero que no terminó de convenirle ni de perturbarle. El hondo sexto, tardo, escarbador y hasta un punto violento, fue el toro complicado de la corrida. Tardo y probón, adelantó por las dos manos. A este lo mató Ginés con su seguridad de siempre.
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