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«Maté a un hombre y el mundo me perdonó. Amé a un hombre y ahora el mundo quiere matarme».
Esta frase condensa la vida de Emile Griffith un boxeador que llegó a ser tres veces campeón del mundo en los años 60 y uno de los primeros deportistas en hablar de su homosexualidad. Era negro, gay, pobre y sobre el ring acabó con la vida de un rival, también negro y pobre, que en el pesaje había desatado su ira: le había llamado 'maricón'. Esa muerte involuntaria, que marcó el resto de su existencia, se retransmitió en directo por televisión en Estados Unidos y destrozó la vida de Griffith.
Aquel combate brutal ha pasado a la historia y la vida de Emile se ha convertido en 'Champion', una ópera que se ha estrenado estos días en Metropolitan (MET) de New York. El responsable del libreto es Terence Blanchard, un trompetista de jazz nacido en Nueva Orleans y que ha compuesto las bandas sonoras de la películas de Spike Lee. Tanto Lee como Blanchard son activistas por los derechos de los negros en una lucha para que «la tolerancia y la aceptación del diferente vayan de la teoría a la práctica», en palabras del propio músico. Blanchard es primer músico negro de la historia que estrenó en el prestigioso MET neoyorquino hace dos años y ha conseguido que la historia de este boxeador maldito, habitual del Madison Square Garden y también del pub Stonewall Inn donde se inició la revolución gay, se programe junto a clásicos como 'Tosca', 'El caballero de la rosa' o 'Aida'.
A su éxito ha ayudado que el drama de Griffith se desarrolla en el mundo del boxeo, el deporte épico por antonomasia, el escenario donde una pelea mortal en un ring convierte en materia trágica. Las doce cuerdas encierran una historia de cuerpos destrozados y almas reventadas, de mentiras para ocultar la verdad más íntima, de intolerancia aceptada y violencia legal. Así nació 'Champion' y esta es la historia de su protagonista.
Obertura
Emile Griffith nació el 3 de febrero de 1938 en las Islas Vírgenes, una posesión norteamericana en el Caribe. En un viaje con el que buscaba salir de la pobreza y desembarcar en la tierra de las oportunidades, emigró a Estados Unidos y en los años 50 se instaló en Nueva York. También, buscaba a un padre al que apenas había conocido. Él también se había marchado muy joven a Estados Unidos, pero ni su madre ni Emile ni sus hermanos habían vuelto a saber de él.
Como todos los emigrantes que quieren forjarse un destino, Emile empezó a trabajar muy joven. Tenía una ventaja. De niño, en las Islas Vírgenes, le habían obligado a realizar casi trabajos de esclavo, acarreando cubos metálicos llenos de agua o toneladas de ladrillo bajo un sol capaz de fundir el plomo.
Emile terminó empleado en una fábrica de sombreros para mujeres. Un día de calor abrasador le pidió permiso al capataz de su turno para quitarse la camisa. Le dijo que sí. El azar quiso que uno de los propietarios de la empresa, Howie Albert, se quedase estupefacto al ver el cuerpo de su empleado. Un titán oscuro, con una cintura estrecha y unos hombros gigantes. Albert, un antiguo boxeador aficionado, le dijo a Emile que tenía que visitar a Gil Clancy.
Clancy era uno de los entrenadores que con el tiempo se convertiría en uno de los mitos del boxeo en Estados Unidos. Por su manos pasaron leyendas como Mohamed Alí, George Foreman o Joe Frazier. Este maestro supo convertir el cuerpo que le había enviado el dueño de la sombrerería en un felino rápido y con una capacidad de golpear que hasta el propio Griffith desconocía. En 1958, con veinte años, el boxeador consigue ganar el campeonato de los Guantes de Oro de New York. Griffith compite en los pesos welter -entre 63 y 66 kilos- y las lecciones de Clancy empiezan a convertirle en un héroe.
Primer acto
Emile Griffith avanza golpe a golpe en su carrera hacia el éxito. Griffith crece sobre el ring y con el dinero que gana consigue pagar el billete de avión de sus ocho hermanos desde las Islas Vírgenes a New York. Según un perfil que escribirá sobre él la revista 'Sports Ilustrated', el boxeador siempre lleva calderilla encima para hacer regalos a los chicos de su barrio.
El deporte es el único resquicio de la sociedad en el que los negros no padecen la opresión racista. Como diría uno de los personajes de la brutal película 'Arde Mississipi', de Alan Parker, «el beisbol es el único deporte en el que un negro puede blandir un palo ante un blanco sin que le mate». En el boxeo, hasta puede golpearle. Incluso puede convertirse en un héroe, como cuando el negro Joe Luis venció en 1938 a Max Schmelling, el púgil alemán convertido en un estandarte nazi y de la supremacía aria.
Pero además, el boxeo es un deporte de machos. Se trata de aplastar a puñetazos a otros hombres y resistir palizas inhumanas. No parece muy afeminado. Según han señalado en varias ocasiones los cronistas de este deporte en Estados Unidos, Griffith se consiguió la mejor coartada posible para sus mantener ocultos sus sentimientos.
En los Estados Unidos de los años 60, los homosexuales estaban perseguidos por la Ley. No se trataba solo de ser la diana del odio de un sector de la sociedad. La caza de comunistas desatada por el senador McCarthy se extendió también a esta minoría, ya que el adalid del anticomunismo entendió que los homosexuales acompañaban a los infiltrados de Moscú en sus siniestros planes para dominar América y el mundo. La prensa de derechas llegó a acuñar una expresión, 'el terror lila', para referirse a la que consideraban una amenazante conspiración entre marxistas y sodomitas. En 1953, el presidente Eisenhower firmó la denominada orden 10.450, por la que los homosexuales tenían prohibido trabajar en cualquier ámbito que tuviese que ver con la seguridad nacional. Esta directiva estuvo en vigor hasta 1975.
Griffith sigue boxeando pero sus preferencias sexuales comienzan a comentarse. El boxeador, por ejemplo, se hizo fotos promocionales en la que aparece acicalando delicadamente un emperifollado sombrero femenino mientras un grupo de mujeres le observa. La instantánea no respalda su imagen de bravo.
Segundo acto
En la vida de Emile aparece por primera vez Benny 'Kid' Paret. Es un boxeador cubano que había huido de la isla tras la victoria de Fidel Castro en 1959. El mundo de las doce cuerdas no gustaba a los revolucionarios, que lo vinculaban con el control norteamericano de la isla y los espectáculos que querían convertir La Habana en Las Vegas. En 1962 el dictador prohibiría el boxeo profesional, lo que fomentaría un éxodo todavía mayor de pugilistas. Campeones como Pepe Legrá, por ejemplo, acabarían en España.
'The Kid', como Griffith, es un emigrante caribeño negro y pobre en el país de los sueños. Se está haciendo un hueco en el ranking norteamericano pero no es de los grandes. Asciende en el escalafón más por rachas de suerte que por victorias indiscutibles. Según la leyenda, su tipo de boxeo tenía un problema. Estaba dispuesto a recibir tres golpes si a cambio él conseguía colocar dos. Esta estrategia le concede una reputación de fajador que a la postre será letal para él. Sin embargo, le permite aparecer como un flamante macho latino. Benny Paret aguanta todo lo que le echen, le gusta bailar, es mujeriego, divertido.
En 1960 consigue el título mundial de los pesos welter. Su primera defensa de ese puesto es contra Griffith, que lo noquea sin problemas. Este combate tiene lugar en abril de 1961. El cubano pide la revancha y en septiembre vuelven a enfrentarse. Esta vez gana Paret. Pero se trata de una victoria por los puntos y muy discutida. Entre los dos nace una rivalidad demasiado poderosa y cargada de drama. Los promotores lo saben y están dispuestos a explotarla económicamente. Programan un combate para el 24 de marzo. Se televisará para todo Estados Unidos por la cadena ABC.
Tercer acto
La tragedia comienza a fraguarse en el pesaje de los dos púgiles, antes de la pelea. Para muchos entrenadores, conseguir que sus pupilos bajen de peso sin perder la cabeza es uno de sus grandes retos. Se trata de gestionar el hambre sin dejar de entrenar. De manejar el ansia mientras el estómago lanza gruñidos de desesperación y los hombres estallan de dolor en cada golpe al saco. Muchos boxeadores pierden el control en esa fase en la que deben adelgazar con dietas dañinas y extremas. Sus managers deben saber tratar esa rabia.
En las fotografías del pesaje, tanto Paret como Griffith aparecen recortados, definidos con cincel. Su piel oscura no deja ver un átomo de grasa y sus músculos aparecen resaltados como si se tratase de un atlas de anatomía. Pero las imágenes, en las que Paret ríe mientras muestra su bíceps a la cámara y Emile parece más serio, no muestran todo lo que está pasando.
Según todas las versiones, el cubano llamó 'maricón' a su rival. Quizás lo hizo en español, el idioma de Paret. O quizás utilizó la palabra 'faggot', un término en el argot norteamericano para referirse de forma despectiva a los homosexuales. Según 'Sports Ilustrated', la afrenta fue mucho mayor. Benny Paret se situó tras Emile Griffith y le golpeó varias veces con la pelvis en el trasero tras sujetarle con fuerza. «Escucha, maricón, esta noche iré a por ti y a por tu marido». Su entrenador le dijo: «No respondas ahora. Guárdalo para la pelea». La tragedia se alimentaba con combustible de alto octanaje.
Dueto
Escucha el audio original del inicio del combate:
Presentación del combate en el Madison Square Garden
La pelea está siendo bastante igualada, elegante, sin que el árbitro apenas tenga que intervenir. En una ocasión, 'Kid' ha conseguido lanzar a la lona al púgil al que ha insultado previamente. Le ha conectado un derechazo y un 'jab' muy rápidos. Griffith se incorpora pero necesita agarrarse a las cuerdas para ponerse de pie. En su cara hay dolor. La campana le salva de una paliza. Es el asalto once. El Madison Square Garden, el templo del boxeo, aguarda.
Todo cristalizó en el duodécimo asalto. La pelea está a punto de terminar y esta vez es Griffith quien consigue conectar un derechazo en la sien de su rival. Paret trastabillea y se tiene que apoyar en las cuerdas. En ese momento quizás ya no esté consciente.
Solo las cuerdas mantienen a Paret en pie mientras los brutales golpes se suceden uno tras otro. El árbitro no detuvo a tiempo el combate. El entrenador tampoco arrojó la toalla hasta que ya fue demasiado tarde.
Emile golpea, y golpea y golpea. Su contrincante ni levanta los brazos para defenderse ni intenta huir. Son 18 golpes salvajes en apenas seis segundos. Es el horror. En especial, cuando el cuerpo de Paret se hunde, deslizándose contra las cuerdas, quizás ya en muerte vegetal. Ni el árbitro ni su entrenador han intervenido.
Escucha el audio original del final del combate:
Locutor: El combate ha sido detenido y el ganador, y nuevo campeón, es Emile Griffith. Pero, por el momento, estamos más preocupados por las condiciones en las que se encuentra Benny 'Kid' Paret que del título.
Presentador: A 2 minutos y 9 segundos del 12 round, el ganador por knockout, y otra vez campeón mundial de los pesos welter, Emile Griffith.
Locutor: Griffith resulta ganador del campeonato mundial de peso wélter, pero lo importante en este momento es Benny 'Kid' Paret. Griffith se acerca a él una y otra vez, mientras el Dr. Shift le atiende.
Paret morirá diez días después en el hospital Roosevelt de Nueva York sin haber salido nunca del coma. La autopsia le diagnosticará una hemorragia cerebral masiva. Griffith intentó verle mientras estaba en el hospital, pero no se lo permitieron. Según todos los cronistas que han escrito la historia de este boxeador, jamás se recuperó de haber matado a un hombre con sus puños. Cuando no le dejan estar en el hospital se marcha corriendo. Un grupo de personas le reconoce y comienza a insultarle. El escritor Norman Mailer acuñará una frase que no ayudará a Griffith. El combate, narró el autor y experto en boxeo, «fue como ver a alguien coger un bate de beisbol y aplastar una calabaza».
Cuarto acto
El gobernador de Nueva York, Nelson Rockefeller, ordenó una investigación sobre el combate. La presión social era tremenda. Estados Unidos acaba de ver por televisión cómo mataban a un hombre sobre un ring. La muerte había entrado en los hogares de millones de televidentes.
La comisión no encontró ninguna irregularidad. Los que conocían a Paret sabían de su fama de fajador y creían que iba a aguantar el castigo sin problemas. Después de todo, él era quien recibía tres golpes para poder dar dos. El árbitro declaró que él creyó que el cubano se estaba defendiendo contra las cuerdas. Había confundido los movimientos de una marioneta sin hilos con fintas de un boxeador.
Griffith siguió boxeando pero ya no era el mismo. Uno de sus siguientes combates fue contra Rubin 'Huracán' Carter. Este aspirante le noqueó sin problemas en apenas dos minutos. En esa pelea se condensaba más tragedia de la que se puede albergar entre las doce cuerdas. Porque en 1966 Rubin Carter sería acusado de haber matado a tres personas en el Lafayette Bar and Grill de Nueva Jersey, y condenado a tres cadenas perpetuas pese a que no había ninguna prueba contra él. Incluso los testigos que le habían reconocido declararon que se equivocaron. El campeón estaba destinado a pudrirse en la cárcel pero en 1975 Bob Dylan escribió 'Hurricane', la más brillante canción protesta de la historia. El propio Mohamed Alí encabezaría una manifestación hasta la cárcel en la que cumplía pena Carter para pedir su libertad. En 1985, casi dos décadas después de entrar en la cárcel, un tribunal revisaría la sentencia y le dejaría en libertad. En 1999, Denzel Washington estuvo a punto de ganar un Oscar por su interpretación en la gran pantalla de 'Huracán'.
Quinto acto
Griffith ya era carne de drama. Comenzó a visitar bares de ambiente y la doble vida que había estado llevando le rompió las costuras. Asistía a fiestas en las que cerraban los bares y se disfrazaban con pelucas de colores. En 1971 se casó con Mercedes Donastrog, una bailarina nacida como él en las Islas Vírgenes. El matrimonio apenas duraría unos meses.
El boxeador comenzó a recorrer el camino de la decadencia del boxeo. No era capaz de ganar ninguna pelea y derrochaba su dinero de la forma más absurda. Organizaba fiestas en locales en los que acababa desnudo y alguien tenía que rescatarle. En el ring ya no era el púgil que había matado a un hombre en una pelea. Era una presa fácil. Un relleno. No tarda en tener que abandonar el boxeo profesional. Se convierte en preparador de boxeadores y trabaja también en un centro de menores problemáticos. Es un habitual de los bares de ambiente gay pero él dice que va porque sabe que allí no le desafiarán. En el resto de locales son demasiados quienes sueñan con decir que noquearon a un campeón del mundo.
Hasta que en 1992 unos desconocidos le dan una paliza en Nueva York. Nunca se supo si fue una agresión homófoba u otra de tantas peleas casuales de bar. En esos años consigue un trabajo en una oficina de correos y un día descubre que el joven negro que trabaja a su lado es Benny Paret Jr., el hijo del boxeador al que mató en 1962. Le pidió perdón y se hicieron amigos. Quizás fue de las últimas decisiones que tomó de manera consciente. La demencia provocada por años de golpes en la cabeza comienza a pasarle factura. El cerebro y los recuerdos aguantarán lo suficiente para que pueda narrar su vida a un biógrafo, hablar con algunos periodistas y preparar un documental. Hasta que en 2013 todo se apagará. La máquina ha dejado de funcionar. Emile Griffith muere pero todavía hay facturas que la sociedad americana debe pagar.
Sexto acto
El boxeador había realizado algunas declaraciones que eran su redención, su explicación de una vida marcada por una muerte y por la máscara que los intolerantes le obligaron a llevar. Emile había afirmado: «He perseguido a hombres y mujeres. Me gustan los dos. Lo no me gusta es esa palabra: homosexual, gay o maricón. No sé lo que soy. Yo amo a los hombres y a las mujeres por igual. Pero si me preguntas cuál es mejor… me gustan las mujeres». Griffith no quería ser un símbolo ni un mártir. Solo contar su historia. Como cuando explicó por qué perdió todos los combates tras la muerte de Paret. «Ya solo lanzaba la izquierda y casi sin fuerza. Temía volver a matar a alguien», confesó.
Una de las personas que leyó estas palabras fue Terence Blanchard, ese trompetista negro de Nueva Orleans que, entre otros trabajos, ha compuesto las bandas sonoras del cineasta Spike Lee y ha sido habitual de los premios Grammy. Este músico había nacido el mismo año en el que murió Benny Paret tras la paliza de Griffith. En su mente, la historia del boxeador gay comenzó a desarrollarse en una partitura.
El sonido de Blanchard es inconfundible. Es muy pedante decir que la música puede transmitir valores intelectuales pero en las composiciones de este artista siempre ha habido una tensión entre la fuerza y la calma, entre la ira y la contemplación. Y en sus bandas sonoras, esa fuerza contenida es evidente. Especialmente, en composiciones como la primera película -y una de las más reivindicativas del cineasta- 'Mo Better blues'.
Blanchard estrenó 'Champion', la ópera sobre la vida de Griffith, en 2013 en Saint Louis (Misuri). En esta década, la ópera ha ido rodando hasta llegar al Metropolitan y codearse con Mozart o Verdi. Las arias ahora son distintas. Hay blues y gospel, un ring en el centro del escenario y el coro se mueve a ritmo de golpes de boxeo. La obra se podrá ver en España el 29 de abril, en aquellas salas de cine que retransmiten la ópera del Metropolitan.
Finale
La ópera ha permitido que la obra de Griffith sobreviva y no se convierta en una página más en el capítulo sórdido de la historia del boxeo. La redención del boxeador, el dolor de tener que ser el más macho sin serlo, la necesidad de tener que utilizar la violencia como máscara... hay demasiadas facetas en el diamante. El compositor de la obra confesó: «Lo que me atrapó de la historia de Emile es la idea de lograr algo importante en tu vida pero no poder compartirlo abiertamente con alguien que amas. Lo que me atrajo son las desigualdades causadas por el dogma social».
Griffith lo había dicho de otra firma quizás más directa. «Maté a un hombre y el mundo me perdonó. Amé a un hombre y ahora el mundo quiere matarme». Sí dijo esa frase. Y a continuación añadió: «Nunca fui a la cárcel pero he estado preso toda mi vida».
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