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Se ha ido una de las grandes y deseo imaginarla asomándose al otro lado con ese resquicio de misterio que todo escenario teatral posee, como ... si se observara desdoblándose en la 'Reina Juana' o en la escritora atrapada en el ático de su casa durante un incendio, en su última función, 'La habitación de María'.
La última vez que puede hablar con ella, siempre tan cariñosa, bromeaba sobre cuántos años viviría: «Cuento la broma de mis hijos, que me decían que haciendo una media yo iba a llegar a los 82 porque mi madre murió con 74 y mi padre con 86». Enfrentó sus últimos años quizás con el consuelo de ser una mujer creyente: «Soy católica. Cuando le preguntaba a mi madre, que es mi ejemplo de vida, si Dios existe, me decía que no lo sabía, pero que prefería pensar que sí porque le daba consuelo. A mí también me lo da. Me gustaría morirme en mi cama, despacito, sin molestar a nadie».
Ha fallecido en la cama de un hospital, ojalá que en el consuelo que compartía con su madre. En sus últimas visitas a nuestra ciudad, o a las Jornadas de Teatro de Eibar, aquella chica ye-ye era una mujer cansada que aún llenaba un escenario teatral con su sola presencia. Perseguida por deudas económicas, con montajes teatrales que le auparon a la gloria y le arruinaron al mismo tiempo con la ayuda de Paco Marsó, su exmarido, Concha se acercaba últimamente al teatro con el sufrimiento de la mala salud y el respeto por su propia vida, la de una actriz que llena páginas de currículo envidiable y la de una mujer doliente y feliz por poder seguir siendo otras mujeres.
En aquella última entrevista, que ya asomaba en forma de testamento, la actriz que me brindó su amistad hablaba del retiro de las tablas y, quizás, de uno de sus últimos deseos: «Quiero ser mejor persona y lo que me importa es que cuando me muera mis hijos y mis nietos tengan un buen recuerdo de mí».
Si le preguntabas por su carrera se acordaba de una frase de 'Las zapatillas rojas', su película favorita. «Cuando el personaje del productor le pregunta a la chica por qué quiere bailar y ella le lanza otra pregunta: '¿por qué vive usted?' 'No sé, pero sé que debo hacerlo', responde él. '¡Pues eso!', le contesta la joven. Así lo siento yo también». ¡Pues eso! un 'eso' de una mujer libre en tiempos no tan libres, cuando era habitual que alguien alargara la mano demasiado: «Se tocaba mucho el culo a las actrices en aquellos años, pero es que yo tenía un culo impresionante».
Agradecida a Jesús Cimarro, que le produjo sus últimos espectáculos, recordaba Concha a Luis Escobar: «Fue el primero y fue mi Pigmalion. No solo me enseñaba a interpretar, sino a vestirme, a comportarme, a sentarme en la mesa». Dicen que su maestro fue José Luis Sáenz de Heredia, pero lo desmentía: «No, él fue un señor del que me enamoré y con el que tuve una relación estupenda, pero al que debo todo ha sido a Escobar. Yo solo he tenido un marido, un amante y algún que otro novio. Tampoco he sido Mata Hari».
Los últimos años no fueron demasiado buenos profesionalmente. Las dos obras con las que terminó su vida escénica fueron escritas por su hijo. No resultaron bien. Una pena, pero las ganas de vivir no le abandonaban: «Me sigue ilusionando todo porque sin ilusión no se puede vivir. Cuando era pequeña siempre pedía ser feliz y siempre he protestado porque no era feliz. Y quizás la felicidad la he vivido sin darme cuenta».
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