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El problema no suele ser cuánto sino cómo, es decir, no se trata de durar mucho porque sí, sino de hacerlo bien en el tiempo que dures. Y estoy hablando de series, de qué otra cosa iba a ser. Antes los capítulos de las ficciones ... televisivas contaban con un metraje estándar. Era indiferente la historia. Se otorgaba la misma distribución a un thriller policiaco que a un producto de época, sin que los creadores tuviesen la opción de pararse a pensar si su relato merecía ser narrado en 20 o 60 minutos. En Estados Unidos, durante años, se hizo una distinción por género, mientras al drama se le reservaba casi una hora, la comedia se resolvía con poco menos de media. En España se tomó una decisión para abaratar costes y era elaborar episodios lo suficientemente largos como para que la cadena no tuviera que programar ningún otro producto esa noche. La revolución de las series ha traído consigo una reflexión en torno al asunto. Los nuevos públicos, las formas inéditas de consumir y la oportunidad de arriesgar han permitido que los guionistas ajusten sus tramas del modo en que crean que pueden funcionar mejor. ¿Quién ha dicho que se precisen episodios de una hora para contar el caso de una trabajadora social que trabaja en una instalación secreta del gobierno? Nadie. Por eso los promotores de 'Homecoming', el título con el que Julia Roberts ha debutado en televisión, plantearon dividirlo en partes que no alcanzan los 30 minutos. Y es suficiente para generar un clima de tensión, para desarrollar los personajes y para avanzar en el argumento. 'La maldición de Hill House' tiene entregas de 70 minutos y otras de 40. 'Kidding' se mueve entre los 25 y los 35. Y 'Los Romanoffs', lo nuevo del padre de 'Mad Men', se alarga hasta la hora y media.

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