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MITXEL EZQUIAGA
VITORIA.
Lunes, 30 de octubre 2017, 06:47
Nació en Donostia, eligió vivir en Alkiza, aprendió arte de manera autodidacta en París, Barcelona o Madrid y ahora repasa su obra, que es tanto como revisar su vida, en una gran retrospectiva abierta en Vitoria. Juan Luis Goenaga (San Sebastián, 1950) se confiesa «un eremita», afincado en su viejo caserío del siglo XVI, en Alkiza, pero mira el mundo con ojos contemporáneos, simbolizados en las gafas de sol que se pone para los fotos para proteger su intimidad. Lleva coleta, que recoge en un moño para los retratos, y sigue pintando con furor creativo. «Yo no sé vivir sin pintar», dice. «Para mí pintar es una necesidad natural, un hecho fisiológico básico».
La frase suena grandilocuente, pero la dice en voz baja, como con vergüenza. Goenaga, uno de los decanos en activo de la vanguardia vasca, una especie de 'Rolling Stone' del arte contemporáneo, sonríe cuando le hablan de sus nietos. «Ya me he acostumbrado, y hasta me enorgullece, que digan que soy 'el padre de la actriz Barbara Goenaga'», explica con una sonrisa.
Esto no es una entrevista, ni siquiera un reportaje: es un viaje que empieza en Donostia a bordo de la furgoneta Kangoo de los Goenaga, conducida por Telmo, el otro hijo de Juan Luis. La familia vive más unida desde la triste y temprana desaparición de Idoia, mujer del pintor y madre de sus dos hijos. El destino del viaje es Vitoria, la exposición abierta hasta el 3 de diciembre en las acogedoras salas de la Fundación Vital, y por el camino el artista va recordando cómo empezó todo, cuando con solo 5 o 6 años pintaba ciclistas, o cuando hizo su primer paisaje, una vista de Oriamendi que aún conserva.
Lugar Sala de exposiciones de Fundación Vital (calle Postas 13, Vitoria).
Fechas Hasta el 3 de diciembre. (Lunes a sábado, de 18.00 a 20.30; domingos y festivos, 18.00 a 20.30).
«Yo solo quería pintar. Iba al colegio a Marianistas y metía el caballete hasta en clase de Matemáticas o Física. Me dieron por imposible». Fue autodidacta. «Aprendí a pintar viendo cuadros en museos, exposiciones...». Su familia regentaba el mítico bar Aurrera, en la calle Urbieta de Donostia («algún día habrá que escribir la memoria del bar, porque fue un punto de reunión de la cultura vasca y antifranquista, pero también de futbolistas, ciclistas...») y Juan Luis empezó a escaparse a Alkiza, donde la familia compró una casa. Alkiza sería ya su refugio, aunque luego se trasladaría al caserío de los siglos XV y XVI donde reside hace años.
«Pasé temporadas en París, Madrid o Barcelona devorando arte, pero siempre volvía a Alkiza: para mí es más fácil tener una visión universal desde Alkiza que desde Donostia». Hubo temporadas que vivió con dos monos, Antoñito y Jodorowski, y ya con la familia la casa se convirtió en un refugio de animales con perros, gatos o un burro que sigue ahí.
El coche avanza. «Mira, Ciordia: aquí veníamos en verano todos los hermanos mientras mis padres seguían trabajando en el bar». Entre los hermanos, la actriz Aizpea Goenaga. Juan Luis formó parte de una generación dispersa, «cada uno íbamos por nuestro lado, no en clan», de la que formaron parte el recordado Vicente Ameztoy o el voluntariamente 'retirado' Andrés Nagel. «A mí no me gusta 'intelectualizar' demasiado mi trabajo: la pintura es algo físico, natural».
Llegamos a Vitoria. Una gran foto de Goenaga vestido de negro y oculto tras sus gafas de sol preside la fachada de la sala. Dentro más de cuarenta obras de gran formato reconstruyen la trayectoria del pintor desde 1970 a 2017. Las pinturas no se muestran cronológicamente sino por temas y estilos. Porque hay muchos goenagas: el hombre que mira la naturaleza, el artista de ojos eróticos que retrata los cuerpos, el figurativo a su manera, el creador de escenas imposibles, como un 'astronauta' semidesnudo. «Soy un lector pertinaz, entre Baroja y Lovecraft, entre Barandiaran y Poe, y eso se traduce en los cuadros», explica. Ahora se ríe releyendo el Quijote y sus peripecias.
Tuvo años de abstracción, tuvo años de obsesión por las raíces y las plantas, tuvo años de un figurativismo personal del que quedan espléndidas piezas como el retrato de su mujer con una pequeña Barbara por el Paseo Nuevo. Y pinta paisajes, del Ernio o Zelatun a la Concha, con mirada tan personal como traviesa. «Si puedo pintar escenas de San Sebastián es porque vivo en Alkiza y eso me da distancia; si viviera en Donostia estaría 'demasiado cerca', sin perspectiva».
Así que se sube a Urgull y toma apuntes que luego se convierten en espectaculares lienzos donde se intuye la bahía. «Siempre llevo un cuaderno encima y tomo apuntes de todo, desde paisajes hasta gestos de mis nietos». Está en una fase en que no le gustan los cuadros desagradables. «La pintura, como el cine, tiene que ser apetecible», explica un Goenaga poco partidario de hablar de su trabajo «porque las obras tienen que hablar por sí mismas y cada uno debe ver en ellas lo que encuentra, sin manual de instrucciones añadido» .
Por eso se resiste a poner nombre a los cuadros, o solo los denomina de forma descriptiva, para diferenciar unos de otros. Bromea con su condición de eremita, que se hace palpable por ejemplo en las sartenes que utiliza a modo de paleta. Algunas de esas sartenes están colocadas en la sala para dar idea al visitantes de su forma de trabajar.
Goenaga está contento con la muestra, que sigue a otra retrospectiva celebrada en el Koldo Mitxelena hace ya 25 años. Pero prefiere mirar al futuro. «Sigo trabajando, pinto cada día. Ahora disfruto mucho con los paisajes, que alterno con los cuadros eróticos, o 'pornos', como yo les llamo. Se venden mejor los primeros porque la gente prefiere tener en el salón un paisaje: si cuelgas un cuadro en tu vida debe ser algo amable».
Los temas del cuadro solo son, al fin, «un pretexto para expresarme». Acaba el recorrido y volvemos a Donostia en la Kangoo. Telmo Goenaga, al volante, se declara encantado de escuchar a su padre hablar de su obra. «Te suele costar tanto...». No es fácil escuchar a Goenaga hablar de Goenaga. Ya lo dice él mismo. «Prefiero pintar que hablar».
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