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Comienza una 71ª edición del Zinemaldia con la primera frase tópica ya consolidada: «¡Qué pena que el documental de Évole haya eclipsado al resto de ... la programación!» No lo veo así y en cualquier caso, veo menos aún que hubiera forma alguna de evitarlo. Es el signo de los tiempos: lo mismo les ha pasado con su incontestable triunfo a las campeonas del Mundo de Fútbol. Durante los próximos nueve días se vayan a proyectar numerosas cintas con muchísimos mayores valores fílmicos es algo perfectamente previsible, pero lo que está por ver es si alguna superará a ésta en repercusión. En definitiva, se trata de dilucidar –y el día 30 lo haremos–, si veremos alguna otra película por la que recordaremos el próximo año esta edición, alguna otra película que haya deslumbrado a crítica y público o incluso que los haya dividido de forma irreconciliable, un gran mérito en un mundo que tiende al 'ni fu, ni fa'.
Por ahora, el ya manoseado documental ha conseguido enfurecer a algunos que no la han visto y enardecer a otros que sí, pero que consideran que no responde al que ellos hubieran hecho. También hay quien considera que «se debería proyectar en los colegios», la recurrente expresión de la que se echa mano cuando se considera que son los adultos quienes realmente deberían verla. Mientras tanto, el público ha arrasado con todas las entradas.
A no olvidar que el anuncio de su programación en el Festival fue saludado con un manifiesto en el que se afirmaba que «ese documental forma parte del proceso de blanqueado de ETA y de la trágica historia terrorista en nuestro país, convertida en un relato justificativo y banalizador que pone al mismo nivel a asesinos y cómplices, víctimas y resistentes». Bueno, por fortuna para todos, el Festival ha tenido el tino de programarla el primer día del certamen, de modo que hoy mismo se podrá comprobar cuánto de verdad había en la precipitada profecía. Va a resultar casi inevitable que el debate posterior a la proyección de la película decepcione en comparación con el que se desató cuando aún nadie la había visto porque la realidad supera a la ficción, pero impone sus límites como una institutriz severa. «¡Que la retiren de la programación!». Como si no fuera algo que con frecuencia deseáramos en secreto de tantas películas en la oscuridad de la sala. En cuántas ediciones se ha exigido la retirada de películas israelíes, también sin haberlas visto, por ser portadoras de un supuesto pecado original.
Por otro lado, tenemos la huelga de actores de Hollywood que, sin llegar a los niveles post 11-S en 2001, ha dejado un tanto deslavado el capítulo del glamour, un aspecto de importancia relativa, pero que posee la facultad de fijar imágenes de cada edición. «El año que vino tal» y «el año que vino cual». En el lado bueno, apuntar llegó ayer Fan Bing-bing, Concha de Plata en 2016 y que anduvo un tiempo desaparecida, en medio de rumores algo inquietantes.
Y así arrancan nueve días festivaleros en los que el resto del país estará inmerso en investiduras, amnistías y en definitiva, en las grandes cuestiones de estado. Hasta que todo esto pase, la placenta de celuloide nos aísla o nos protege, si es que a estas alturas y en los actuales niveles de toxicidad no son la misma cosa.
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