Crítica de 'Runner': Bajo cielos encampotados

La debutante Marian Mathias, faltaría más, tiene todo el derecho del mundo a tomarse su historia al ritmo que quiera, a dosificar cicateramente los contenidos, a regodearse en elementos estéticos. Desde luego, se centra en ellos y hace que lo fundamental en 'Runner' sea la fotografía y la ambientación. Bastos paisajes de la América profunda, árboles desnudos, campos bajo cielos encapotados, interiores en semipenumbra y como polvorientos, casas solitarias y personas solitarias vistas desde lejos. Como una colección de láminas de Andrew Wyeth.

El esteticismo es tal que a veces resulta hasta poco funcional, complicando la identificación de personajes (menos mal que son pocos), que a menudo muestra en la lejanía o en la oscuridad. A cambio, tenemos la pantalla convertida en una sucesión de cuadros, preciosistas planos fijos de aspecto pictórico, composiciones que acentúan la atmósfera de soledad, tristeza y cansancio que inunda la película. En dos ocasiones utiliza Marian Mathias un plano similar, de una perfección que casi daña la vista: al fondo, la casa de la protagonista y en primer plano, de espaldas, las cabezas de vecinas que comentan su situación pero sin que veamos su rostro y sin que se acerquen a hablar con ella.

Lástima que este trabajo formal resulte tan desequilibrado frente a un contenido narrativo mínimo. Chica de 18 enfurruñados años vive con su padre, a quien se le va la cabeza. Padre muere y chica acompaña su ataúd para enterrarlo en Illinois, donde lo embarrado del cementerio alarga la estancia. Chica conoce a chico también solitario y desubicado. Poco más. Todo con laconismo, gelidez, gravedad, aire desfallecido. Eso sí, en el caso de que la debutante Mathias llegara a ser tan hábil con lo narrativo como con lo visual acaso tendríamos una gran cineasta.