Crítica de 'Petite maman'

Yo diría que los que amamos al cine en sus múltiples formas y prismas ni nos desmayamos con 'Titane' ni lloramos con 'Petite maman'. Mejor, porque las lagrimas nos impedirían paladear los sabores, aromas y colores de esta miniatura maestra que en estos momentos y según las votaciones publicadas en la revista oficial del SSIFF de ayer martes, es la favorita del público, con una puntuación de 8,61 puntos sobre diez.

Si lloras puede que no intuyas desde el principio que la película de Céline va a ser buena, muy buena. Y debes sentirlo desde esa secuencia de la niña despidiéndose de los ancianos que han convivido con su abuela en el geriátrico; desde esa continuación en el coche, cuando la chavalilla ofrece a su madre, devastada por la muerte de la suya, unas patatas de bolsa (por dios, si hasta el ruido que hacen en la boca es totalmente fílmico...) y un sorbo de refresco. Si lloras, lo pierdes. Como pierdes la fragancia del código de colores usados por la directora de fotografía, esa Claire Mathon que también ha iluminado 'El desconocido del lago' y 'Spencer'. Eligió Claire tonos muy primarios envueltos en sobrios anaranjados otoñales. Y así se te va agrandando la sensación de que estás en el territorio de los cuentos, siempre atristados, de los Grimm o Perrault. No, no llores. Busca a quien contar ese secreto tuyo que acaso no sea tal. O sea el nuestro.