Crítica de 'Great yarmouth: provisional figures': Sangre y mierda
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Agria, tremebunda. 'Great Yarmouth: Provisional Figures' empieza como un vendaval de sordidez, pesimismo y tragedia. Excepto en algunos momentos en que reduce la intensidad, no dejará de vapulear al espectador hasta el final. Tal es la forma que el portugués Marco Martins utiliza para mantenernos ... atados a la butaca. Y para trasladarnos hasta Great Yarmouth, antaño destino vacacional británico y ahora una ciudad en crisis. Allí nos sitúa entre los 'porks and cheese', como llaman los locales a los inmigrantes portugueses que llegan para hacer el trabajo sucio.
Cada noche cogen un autobús a las tres de la madrugada para trabajar en una empresa de tratamiento de carne de pavo. Les prometieron estar en la sección de envasado pero está reservada para los británicos y a ellos les toca colgar, matar y deshuesar a los pavos. «Todo huele a sangre y mierda», se quejará una recién llegada. También les prometieron que compartirían casa y en realidad comparten habitaciones malolientes en hoteles abandonados. De ellos se ocupa Tania. Como supervisora y responsable de los trabajadores precarios, ella es el eslabón necesario al que no respetan ni quieren los de arriba ni los de abajo.
Martins decide centrarse en ella, una portuguesa dura, aparentemente sin corazón, aunque con un sueño obsesivo: dejar el 'negocio' de los inmigrantes y montar hotelitos amables para jubilados británicos. Por eso escucha continuamente grabaciones para perfeccionar su inglés con expresiones como «habitaciones confortables» o «vistas al mar», en contraste con los destartalados alojamientos por los que se mueve.
Dentro de su tono trágico hasta el exceso, 'Great Yarmouth: Provisional Figures' atrae por mostrar la situación de los emigrantes y por ese áspero personaje de Tania, a quien da (oscura) vida Beatriz Batarda. En todo caso, la película decae cuando presta toda su atención al inesperado enamoramiento de ella, apenas un rayo de luz en mitad de la negrura y la desesperanza.
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