Si las películas deben «hablar por sí mismas», la película precedida de escándalo (esa etiqueta aún tan fácil de colgar) de este Festival, sin duda lo hace. No habla a gritos ni con imágenes provocadoras, como algunos esperaban, sino que nos apela y cuestiona con ... certeras artes cinematográficas cosas que no quisiéramos plantearnos; nos coloca en un lugar en el que nunca hubiéramos estado.
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La filmografía del vienés Ulrich Seidl está poblada por seres con nuestro aspecto pero que ejemplifican las zonas en sombra de lo humano: personas que viajan a África a matar una jirafa, que tienen decorado su sótano con parafernalia nazi, que a escondidas se dedican a arrullar muñecas. Seidl les mira entre la estupefacción y el interés por entenderles.
Dirección: Ulrich Seidl.
Guion: Ulrich Seidl, Veronika Franz.
Intérpretes: Georg Friedrich, Florentina Elena Pop, Hans-Michael Rehberg, Marius Ignat
Fotografía: Wolfgang Thaler, Serafin Spitzer.
Nacionalidad: Austria-Francia-Alemania.
Duración: 99 minutos.
Su cine siempre resulta incómodo y 'Sparta' no se queda atrás. Se centra en Ewald, un hombre débil, infantil, solitario, dolorido, de voz apocada. Tiene problemas para mantener relaciones con una mujer y pronto descubriremos que le gustan los niños. Observarles, jugar con ellos, desearles en sus fantasías. En ningún caso abusa. Nada es técnicamente inapropiado salvo una vez que se ducha desnudo cerca de un niño que no lo está y su práctica de sacarles fotos y verlas en solitario. Pero todo es inapropiado e insano al saber de sus fantasías íntimas (y antes, porque en nuestra sociedad jugar con niños que no sean familiares es impensable).
Lo fácil sería condenarle por pedófilo y ya está, pero Ulrich nos mantiene al lado de Ewald, en cierta medida de su parte. Algo tremendamente perturbador pero que también permite verle no solo como el malo de la película sino también como alguien que sufre y cuida de unos chavales cuyos padres o están ausentes o solo quieren que sus hijos se endurezcan.
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'Sparta' está en las antípodas del cine fácil y para todos los públicos. Es preciso, conscientemente ambiguo y sabe revolver al espectador. En el fondo, su tema no es tanto la desviación pedófila como la soledad más atroz, algo que subraya el anciano padre de Ewald desde su habitación en una residencia.
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