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Tras pasar por la Berlinale con 'Un año, una noche', el director Isaki Lacuesta (Girona, 1975) llega a Perlak con esta película que explora las demoledoras repercusiones que el atentado de Bataclan deja en una pareja que asistía al concierto. A partir de la novela ' ... Paz, amor y death metal', del superviviente Ramón González, el doble ganador de la Concha de Oro teje una historia narrada en dos tiempos para recorrer todos los círculos del infierno del estrés postraumático. «Es la primera vez que hago una película que desea llegar a públicos grandes. Hasta ahora las he hecho para públicos pequeños».
– ¿Fue premeditado?
– Si hago 'Los pasos dobles' sé que no es 'Top Gun' y me parece bien. Hago películas acordes a mi presupuesto.
– ¿Qué fue lo que le interesaba del libro de Ramón González?
– Lo más impactante fue ver todo lo que no aparece en las noticias, cómo durante todo el año siguiente intentan reconstruir esa historia de amor y también me impresionó mucho cuando están en el camerino y saben que les pueden matar en cualquier momento. Ahí Ramón dice que si le llegan a matar en ese momento, su vida hubiera sido un fracaso.
– Y decide cambiarlo todo.
– Era un ingeniero informático de éxito, ganaba una pasta en París y se convierte en escritor y profesor. En cambio Céline decide que no va a cambiar un pelo de su vida, ni a permitir que unos terroristas cambien su vida.
– Explora todas las etapas y posibles formas de afrontar el estrés postraumático...
– Esa confrontación entre posturas me parecía básica porque podía entender las dos. En el caso de Ramón, la pregunta que se hace es si vivimos como queremos o como los demás esperan que lo hagamos. ¿Hace falta que nos peguen un tiro para que nos demos cuenta de que no estamos viviendo como queremos? Ésta es la vida que hay: o espabilamos o la vamos a malgastar currando.
– Los demás no entienden a Ramón.
– Eso es importante. Se habla de las víctimas como de un conjunto homogéneo, cuando cada cual es un mundo. En el caso de Ramón y Céline, que estuvieron juntos en Bataclan, tienen recuerdos diferentes. Incluso la luz. La película partía de la imagen tabú que intentan reprimir y que poco a poco aparece y les desborda. Los supervivientes con los que hablamos tienen recuerdos inventados: uno vio a los terroristas lanzar granadas, cosa que no ocurrió; otro vio a su amigo muerto, aunque sobrevivió. Y el jefe de la Policía nos contaba que compañeros suyos siguen hoy en día traumatizados por lo que vieron dentro del Bataclan, a pesar de que no entraron nunca. Se han apropiado de recuerdos de sus compañeros. Un recuerdo real tiene el mismo peso en nuestra cabeza que uno inventado. Son exactamente iguales.
– Mantiene un juego muy en el filo respecto a esa imagen del foso lleno de víctimas.
– No queríamos caer en ese fuera de cuadro, a veces timorato, de cine de autor que sabes que te van a aplaudir, pero tampoco queríamos hacer un espectáculo de la violencia. Sí mostramos cuando la gente intenta salir por la escalera y es la ley de la selva. Y también el dolor de haber sobrevivido, que no suele aparecer en los medios, ese sentimiento absolutamente injusto.
– ¿El odio puede ser sanador?
– No tengo respuesta. Sé lo que me gustaría hacer, pero no sé lo que haría. Hay personas que necesitan odio para trabajar y otras que necesitan amor.
– El odio ha sido motor de muchas obras maestras.
– Incluso de críticas cinematográficas.
– Ya que lo menciona y ahora que se estrena 'El crítico', ¿se arrepiente de haber firmado aquella carta contra Boyero?
– No le dedicaría tiempo a eso. Yo prefiero trabajar desde el amor. Hace años me propusieron hacer un documental sobre Fraga y me parecía apasionante, pero no quería estar dos años trabajando desde el odio. Me ofrecieron salir en 'El crítico' y por esa misma razón lo rechacé. Si no puedo hablar de amor, para qué voy a estar.
– ¿Cómo va el proyecto que empezó en 2010 de rodar una película sobre el conflicto vasco?
– Tengo muchísimo material, pero nadie lo compró. Me gustaría continuar y de vez en cuando grabo cosas, algo saldrá, no sé en qué forma.
– ¿Qué motivación le llevó a iniciarlo?
– Que nos olvidamos completamente de todo. Es muy difícil recordar ahora cómo era la vida en el País Vasco de 2010. La sociedad vasca ha cambiado. Quería hacer un retrato a largo plazo que mostrar esos cambios.
– Ésa es la misma actitud que adopta la protagonista de 'Un año, una noche'.
– Sí. Pero reprime una serie de cosas que tarde o temprano van a tener que estallar.
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