Lalo Santos, en 'Pornomelancolía'.

La jeremiada es una sección paralela

LA FILA DE LOS MANCOS ·

Si vienes al Zinemaldia sin alguna bronca interna relacionada con tu película se van a pensar que eres algo insustancial

Alberto Moyano

San Sebastián

Miércoles, 21 de septiembre 2022, 06:32

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Asoma una tendencia que el tiempo dirá si es una moda efímera o ha venido para quedarse: la del desencuentro entre miembros del equipo de una película. Llegó 'Sparta', pero sin su director Ulrich Seidl, que prefirió quedarse en casa, para dejar que la película ... hablara por sí sola y no alimentar la controversia desatada en torno al rodaje de la película en Rumanía.

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Llegó 'Pornomelancolía', sobre los desasosiegos de un actor del porno gay, pero lo hizo sin su actor protagonista, Lalo Santos, debido a sus desencuentros con el director Manuel Abramovich. «No estoy de acuerdo con las condiciones en las que se realizó la película, hubo graves fallos en la planeación, además de falta de capacidad y sensibilidad por parte del director y la producción». Explicaba que «la película recrea los sucesos de una persona deprimida y que hace porno, es decir, un lapso importante de mi vida. Nunca hubo especialistas en salud mental como parte del equipo y ese fue un gran error». Y añadía: «Se me presionó para grabar cuando yo estaba emocionalmente roto e hice escenas porno aún cuando había expresado mi negativa para hacer escenas sexuales».

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Sus compañeros de reparto, como un tal Chacalito Regio, no parecen estar de acuerdo. «De todos los abusos que hablas yo no vi nada y creo que varios compañeros tampoco. Al contrario fuiste soberbio con nosotros, no nos dirigías casi la palabra y si algo hizo la producción fue darte un trato especial». En resumen, que a saber. En cuanto a si la película es «muy fuerte», la respuesta podría ser que lo normal en estos casos y de cualquier forma, bastante menos que '9 songs', de Michael Winterbottom, proyectada hace casi veinte años en esta misma Sección Oficial.

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Y llegó la serie 'Fácil', adaptación televisiva de la novela de Cristina Morales 'Lectura fácil', pero también lo hizo sin la autora, presa de un arrebato de ira. En un artículo publicado bajo el ¿seudónimo? de «Crispina Modales», la escritora se despachaba a gusto: «En 'Nazi' no se critica al establishment contemporáneo de la discapacidad y la salud mental porque se pretende llegar al gran público democrático, a ese gran público que dota a los servicios sociales de mesiánicos poderes de integración en el capitalismo de mierda en que vivimos y que deliberadamente oculta la verdadera naturaleza de las trabajadoras sociales: policías, desde el comisario que unta a los jueces hasta el suboficial que apalea a los manteros. ¡Qué buen título, pues, 'Nazi', para una serie tan democrática!».

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Tampoco es tan difícil de entender el cabreo de la autora: escribe una novela concebida como artefacto explosivo dinamitador de consensos y te la matan a abrazos: te la publica Anagrama, te la premian los estamentos más convencionales del panorama literario –del Herralde al Nacional de Literatura, pasando por el Internacional de Literatura Europea–, y te la compra una plataforma 'mainstream'. A ver cómo despejas la sospecha de que el inofensivo y simpático artefacto televisivo en absoluto traiciona al texto original. La sombra de lo 'asimilable' y lo 'asimilado' sobrevuela sobre la novela. Terrible todo. La serie, por cierto, es bien disfrutable y más apta para todos los públicos que la propia bronca 'cultural': la directora de la serie, Anna R. Costa, ya ha contestado a la escritora: «Que Cristina Morales se meta lo de nazi por donde le quepa».

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