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Malo sería para cualquier persona, después de estar luchando cincuenta años, decir que su vida no tiene sentido. Sería monstruoso». Así responde José Antonio Urrutikoetxea ' ... Josu Ternera' a la pregunta de Jordi Évole sobre si «todo esto ha tenido sentido», entendido «todo esto» como su medio siglo de militancia en ETA. El documental 'No me llame Ternera', que inauguró este viernes la sección Made in Spain antes de su emisión en Netflix el 15 de diciembre, recoge la conversación que Évole y Urrutikoetxea mantuvieron el pasado año en San Juan de Luz, en el transcurso de la cual el periodista pregunta al exdirigente de ETA por algunos pormenores de su trayectoria vital y, sobre todo, le confronta política, ética e incluso personalmente con algunos de los más sangrientos atentados de la organización en la que militó durante medio siglo. El documental viene precedido de la polémica después de que más de 500 firmas ciudadanas, entre ellas las de Ana Iribar, Marimar Blanco, Fernando Savater y Fernando Aramburu, que pidieron al Festival no proyectar el documentar por considerar que blanquea a ETA y al propio Ternera.
Évole formula la pregunta y Urrutikoetxea la coge al vuelo y se da por interpelado en primera persona, cosa por otro lado obvia. En el transcurso de la entrevista, Urrutikoetxea confiesa que el fin de ETA llegó «tarde» porque en 2005 llegó a pensar que era el momento. ETA anunció el cese de su actividad en 2011 y su disolución en 2018. Y admite que a sus 71 años entonces -72 ahora-, carga con «una mochila» que pesa «mucho».
En un documental que incluye abundantes imágenes de archivo sobre algunos de los atentados más sangrientos de la historia de ETA, Urrutikoetxea se ve confrontado con matanzas como la de Hipercor -22 muertos-, la casa cuartel de Zaragoza -once muertos-, la de la casa cuartel de Vic -diez muertos-, el secuestro de Ortega Lara o el asesinato de Miguel Ángel Blanco. En sus intentos de contextualización, Urrutikoetxea se va deslizando por una resbaladiza pendiente que termina en un naufragio político y, sobre todo, moral.
De hasta qué punto la conversación toma caminos imprevisibles, darían cuenta reflexiones del exdirigente de ETA, como su lamento de que «la dimensión ética se ha tenido muy poco en cuenta», de que «la violencia armada nos ha llevado a las dos partes a devenir insensibles al sufrimiento de los demás, del de enfrente» o de que en pleno ejercicio de la violencia «no hay empatía hacia el sufrimiento del otro». Todo esto salpicado de que el resultado de determinados atentados resultaron «dolorosos» o de «le diría que lo siento mucho», dirigidos tanto a familiares de víctimas en general como en concreto a Francisco Ruiz Sánchez, guardia municipal en 1976, herido en el atentado en el que participó Urrutikoetxea y que costó la vida al entonces alcalde de Galdakao, Victor Legorburu.
«Matar no es un placer para nadie. Evidentemente no para el que está muerto, ni para sus familiares -aclara-, pero tampoco para el que hace la acción. Eso es y será una mochila que esa persona llevará hasta el final de sus días». Preguntado por si él mismo porta esa mochila, reitera un tanto hastiado: «Asumo las responsabilidades de lo que yo hice, luego, evidentemente que arrastro esa mochila». Una mochila, añade, que pesa «mucho». No obstante, en otro momento anterior de la charla asegura que nunca ha ido contra el quinto mandamiento -«no matarás»-, pero sí contra el séptimo -«no robarás»-.
La ambigüedad, el recurso al descargo de responsabilidades en decisiones que adoptaba «la Organización» tras sus «análisis políticos», así como la confusión en torno a cuándo estaba integrado en ETA y cuándo no o al papel que desempañaba en cada momento marcan una conversación en la que Urrutikoetxea evitar engordar su expediente judicial con una autoinculpación. El tono de su alocución se mantiene incluso cuando comenta el fallido atentado del Batallón Vasco Español contra su persona y su familia en 1975, que se saldó con la rotura de tímpanos de su hija recién nacida.
Carga más las tintas cuando considera que «conmigo se ha hecho un trofeo en su relato de vencedores y vencidos», a la vez que estima que ser «una figura a la que han deshumanizado. Soy una persona como cualquiera», asegura. Todo lo cual no impide que acabe enredándose en un contradictorio y frágil discurso lleno de evasivas. Sirvan como ejemplo sus teorías sobre cómo el gobierno establece diferencias entre víctimas, mientras que ETA también, pero no tanto, y que resultan un tanto enrevesadas.
La conversación se desarrolla en términos civilizados, pero tensos con algunos picos de crispación por parte de Urrutikoetxea, que en ningún momento oculta el creciente malestar que las preguntas de Évole le provocan. «Le pediría por favor que no me llame 'Josu Ternera'» o «va usted un poco lejos cuando lo compara (el accionar de ETA) con el terrorismo yihadista» son algunas expresiones del enfado del entrevistado, que incluso se enoja de forma absurda con Évole cuando éste no alcanza a entender a la primera cuál era la marca de la primera pistola que empuñó y se la deletrea. Durante toda la entrevista, su expresión facial transmite la sensación de estar haciendo un enorme esfuerzo de paciencia para con Évole.
Sobre el atentado perpetrado el 19 de junio de 1987 en Barcelona, lo atribuye a «un error de la organización», pero no tanto por poner un coche-bomba en un supermercado lleno de ciudadanos que hacían sus compras como por «confiar en ese estado cuya función es proteger a sus ciudadanos y tras recibir dos avisos, no desalojó» el centro. El error, a su juicio, fue «hacer confianza en un estado que no cumple con su función». A modo de anécdota, Urrutikoetxea confunde el año en el que tuvo lugar la redada de la Policía francesa contra los judíos durante la ocupación, que fue en 1942 y no en 1944 como él asegura.
Niega con vehemencia cualquier paralelismo entre el atentado de Hipercor y el terrorismo yihadista. Reconoce que vivió «muy mal» los día posteriores y ante una hipotético encuentro con una de las víctimas, asegura que le diría: «Lo siento profundamente», pero se pregunta «si todo lo que yo le pueda decir le serviría de algo a esa persona. No. ¿El dolor va disminuir? Además, me va a decir: 'Usted es un falso'. Y yo si estuviera en su lugar, actuaría como ellos».
Sobre el atentado de la casa cuartel de Zaragoza, lamenta la muerte de mujeres «y sobre todo, críos», y vuelve a enfadarse cuando Évole le pregunta si no incurre en el cinismo: «De cinismo no tiene nada. Soy el primero en sentir profundamente que fueran críos». No así en el caso de los guardias civiles fallecidos. Aquí, se remite al lema de 'Todo por la patria', y asegura que que ni los fallecidos de ETA son víctimas, ni los de la Guardia Civil tampoco. «Son voluntarios».
Évole le explica que en el caso del atentado de Vic, los autores lanzaron por una rampa el coche bomba que cayó al interior del cuartel, en donde jugaban unos niños. Urrutikoetxea asegura que no le consta que fuera así, pero tampoco lo niega y asegura que si fue de esa forma, se trató de «una actitud equivocada» por parte del comando.
La tensión sigue subiendo cuando se le pregunta por el secuestro de Ortega Lara durante más de 500 días. «Pienso que ha tenido que ser muy duro» y a continuación se evoca el régimen de aislamiento en el que algunos presos de ETA han pasado «veinte años». Sobre el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, rechaza la hipótesis de la venganza tras la liberación del funcionario de prisiones, pero admite no entender «cuál es el objetivo de esa acción» a la que no ve «sentido», y asegura que así lo comunicó «a donde tenía que hacerlo llegar». Fuera como fuese, «ETA hizo caso omiso de lo que el pueblo, una parte del pueblo, decía. Y cuando haces caso omiso es porque no quieres oír».
¿Qué le hubiera dicho a García Gaztelu 'Txapote', condenado por aquel crimen? «Que no creo que fuera una acción que hubiera que llevar a cabo y punto». ¿Se planteó en ese momento dejar ETA? La respuesta es: «¿Por qué? ¿Por estar en desacuerdo? No». Algo que parece admitir que sí hizo en 2005, cuando se sintió desautorizado por ETA en su papel de interlocutor de la organización en sus conversaciones con el Gobierno.
Capítulo aparte merece el momento dedicado al asesinato de María Dolores González Katarain 'Yoyes'. Urrutikoetxea revela que visitó a su excompañera de armas en México y tras su asesinato en Ordizia, asegura que «es muy difícil expresar los sentimientos de ese momento. Lo sentí y lo siento enormemente», asegura, justo antes de considerar «evidente que la Organización» creyó «necesario cortar esa especie de cáncer» que a su juicio fue el programa de reinserción al que se acogió 'Yoyes'. Y le niega a Évole que crímenes como éste sean tácticas fascistas, sino «consecuencia de un análisis político».
Enfermo desde hace años de un cáncer del que se trataba cuando fue detenido en 2019 en Francia, Urrutikoetxea, de 71 años en el momento de la entrevista, escucha a Évole preguntarle: «Usted ha tratado con la muerte durante décadas. ¿Le da miedo la suya?». «En absoluto. Es ley de vida», responde el exdirigente de ETA, que sobre la posibilidad de que le asalten los remordimientos, asegura que «como toda persona humana, posiblemente me arrepentiría de cosas. Por ejemplo, de no haber hecho mucho más de lo que he hecho para que esta rueda loca o espiral de violencia se parase mucho antes. De eso me arrepentiría porque no he hecho... Podría haber hecho quizás más para que eso se parase antes».
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