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Ya en casa. Nerea y Cristóbal lucen en la playa de La Concha las medallas que acreditan que han finalizado el Maratón del Sables. Lusa
Atletismo

Maratón des Sables en el Sáhara: El infierno puede ser dulce, a pesar de todo...

Reto ·

Tormentas de arena, 50 grados... A mucho más se han enfrentado los donostiarras Nerea Hermo y Cristóbal Bernabé en el Maratón des Sables en el Sáhara

Martes, 9 de mayo 2023, 02:00

Aunque parezca mentira, hay quienes disfrutan en el infierno. No le tienen miedo. Les parece un camino dulce. Con obstáculos, sí, pero qué placentero es superarlos. Los donostiarras Nerea Hermo y Cristóbal Bernabé son pareja y acaban de cruzarlo. Tormentas de arena, temperaturas cercanas a ... los 50 grados, golpes de calor, ampollas... y un único pensamiento: resistir, llegar a la meta. Ya están en casa. Acaban de completar el Maratón des Sables, una carrera de autosuficiencia por el desierto del Sahara. Suena bien, ¿verdad? Esta ha sido su ruta por el infierno. No se la pierdan.

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Cuando alguien acude a la llamada del Maratón des Sables sabe a lo que va, aunque la prueba, de 250 kilómetros, «considerada la más dura del mundo», siempre sorprende. «Participamos unas 1.200 personas y 370 se retiraron. Es un orgullo poder lucir la medalla 'finisher'. No ha sido fácil, pero ya podemos decir que la tenemos en casa», destaca Hermo, que se recupera ahora del esfuerzo.

«Sabes que son 250 kilómetros, pero no es hasta cuando llegas y recibes el 'roadbook' cuando descubres las etapas, el desnivel... Es secreto», sigue la incansable corredora, que ya el año pasado se convirtió en una de las primeras mujeres vascas en completar los 'Six Majors', los seis maratones más importantes del mundo: Boston, Tokio, Chicago, Berlín, Londres y Nueva York. «Esto que acabamos de hacer no tiene nada que ver con un maratón. Es mucho más duro, aunque la satisfacción también es mayor».

Nerea Hermo

«Fueron 250 kilómetros por el desierto en seis etapas, una de ellas de 90; llevábamos mochilas de unos diez kilos»

«Tienes que cargar en todo momento con la mochila por el desierto marroquí. Pesaba unos diez kilos entre la comida, el hornillo, el saco de dormir, el litro y medio de agua que disponíamos cada día y que se volvía caliente según avanzaba el día, la brújula...», explica ella. «Fueron seis etapas y una jornada de descanso».

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Primer golpe

La primera etapa constaba de 36 kilómetros. No está mal para empezar. «Hacía un calor de la leche», recuerda Bernabé. «A la altura del kilómetro 28 empecé a sentirme mal. Me mareé un par de kilómetros después. Conseguimos llegar a meta, pero mi estado era lamentable. Nerea, en cambio, iba bien. Y me ayudó muchísimo. Me analizó uno de los médicos y me llevaron a su carpa. Tenía la tensión por los suelos y seguía mareado. Me dieron una pastilla y me hicieron beber agua. Estaba deshidratado. En la carpa médica vimos de todo: gente con una vía y suero, vómitos... ¡Un circo!», recuerda.

Cristóbal se recuperó «a las dos horas más o menos». Yo me asusté bastante», confiesa Nerea. «Si él, con lo fuerte que es, acabó así el primer día, con un golpe de calor... ¿Qué nos esperaría?».

Nerea Hermo y Cristóbal Bernabé, muy bien acompañados.

Llegaron a la jaima. «Lo más bonito es el compañerismo. Duermes junto a otras ocho personas. Intimidad nula». Pero ni siquiera durante la noche es fácil descansar. «Vivimos las famosas tormentas de arena. Una nube amarilla acercándose y, en dos minutos, muchísimo viento y arena. '¡Al suelo!', nos gritaban. Nos metimos en la jaima y nos tapamos con la alfombra. Fue flipante. Las jaimas se desmontaron con el viento...», explica Cristóbal. No se libraron de las ampollas. «Tiras a base de cabeza, porque es dura desde el primer minuto», sigue Nerea. «Y qué decir del calor: 50 grados».

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60 pastillas de sal en un día

La cuarta etapa era la 'non-stop', la más dura y larga. «90 kilómetros seguidos. Poco menos de 22 horas tardamos; 22 horas sin descanso. Consumimos en esta etapa unos 23 litros de agua y unas 60 pastillas de sal cada uno», apunta Bernabé. «Nuestro objetivo era bajar de 24 horas. Lo conseguimos».

«Cuando quedaban unos pocos kilómetros nos quedamos sin uno de los dos frontales que llevábamos, el de Cristóbal. Fuimos incapaces en la noche de cambiar la batería de reserva. Llegamos de madrugada. Menos mal que no se agotó la batería de mi frontal», sigue Nerea, que recuerda la tensión vivida en ese momento. «Había quienes paraban a dormir. Nosotros no lo hicimos. Solamente descansábamos en los puntos de control para comer algo y beber mucho. Vimos las estrellas, literalmente. No de dolor, aunque a veces también. Era precioso el cielo por la noche. Asombroso».

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Cristóbal Bernabé

«En la primera etapa me mareé. Me vio el médico al acabar y tenía la tensión por los suelos. En un par de horas me recuperé»

Tras 'descansar', llegaba la etapa maratón. Los últimos 42,195 kilómetros. «Vimos la meta. Sabíamos que ya íbamos a ser 'finishers'. Nos hicieron definir la carrera con unas palabras. Y fueron 'brutal', 'inolvidable', 'extremo'... Y, claro, 'infierno'».

Los entrenamientos

¿Cómo se prepara una carrera así? ¿Qué se hace durante los meses previos a participar en una prueba tan extrema? «Todo empieza con la preparación, con unos 140 kilómetros semanales con mochila de seis kilos entre semana y de once o doce el fin de semana. Asfalto, cuestas y mucha arena. Entrenos de siete y ocho horas por las playas... Pero da igual lo que hagas: el Maratón de Sables es algo tan brutal que siempre te quedarás corto», confiesa Bernabé.

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En mitad del desierto.

«Solíamos ir a Hossegor y a Arcachón los fines de semana. Hemos preparado esta prueba durante un año aproximadamente, casi siempre con frío y bien abrigado con ropa porque salíamos pronto. Luego en el desierto toda esa ropa te sobra. Hemos hecho alguna carrera más corta en Fuerteventura y en Perú, pero ninguna como ésta», continúa Hermo, que ya tiene nuevo reto. «Queremos hacer una de 120 kilómetros en noviembre en Egipto, también por el desierto». Está claro que para ellos el infierno no es como lo pintan... Cristóbal, además, lo tiene claro. «Cuando muramos, iremos al cielo. Porque en el infierno ya hemos estado».

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