Pagó seis euros de la entrada y recorrió la exposición del museo del ciclismo, junto a la iglesia de la Madonna del Ghisallo. Vestido con una camiseta blanca y acompañado de su novia, parecía un turista más de los que disfrutan del lago de Como. ... Al terminar la visita, salió al aparcamiento, cogió su maglia rosa y volvió a entrar. Quería donarla al museo y que luciera con las demás. Ahora sí, el resto de visitantes caen en la cuenta: es Jai Hindley, el ganador del Giro de Italia. La anécdota da otra pincelada de la personalidad del australiano, un ciclista casi desconocido. Sobran los ejemplos de deportistas endiosados cuyo palmarés aparece vacío como un solar.
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Que Hindley respete la historia del ciclismo es bueno para este deporte. En el mundo individualista del siglo XXI es frecuente encontrarse con personas que no se sienten parte de una tradición cultural común, herederos de un camino que iniciaron otros mucho antes que ellos y que, en última instancia, es lo que ha posibilitado su éxito de hoy.
Que el ganador del Giro pague seis euros para entrar al museo y donar su maglia rosa explica el alma de este deporte, un historia antigua, modesta y compartida.
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