A principios del siglo XX, la prueba reina del ciclismo eran los Seis Días, un desafío de resistencia salvaje en el que los corredores pedaleaban doce horas diarias en un velódromo y ganaba quien más vueltas sumara de lunes a sábado. Seis días trabajarás, pero ... el séptimo será de reposo para dedicárselo al Señor, dice la Biblia, y por eso descansaban el domingo.
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Al periodista parisino Géo Lefèvre se le ocurrió imitar esa fórmula, pero sacándola de los velódromos y llevándola por las carreteras, en seis etapas que darían la vuelta a Francia durante 2.428 kilómetros. Así nació el Tour en 1903.
En los años siguientes, Henri Desgrange, director del diario 'L'Auto' y del Tour, fue estirando el recorrido para conseguir una vuelta perfecta por el perímetro de Francia. En 1906 diseñó trece etapas que sumaban la barbaridad de 4.545 kilómetros y llegaban a los extremos del hexágono: Lille, Brest, Baiona, Marsella, Niza y Nancy. Algunas de esas etapas incluso cruzaron la frontera por primera vez. Ocurrió en tres puntos: en Ventimiglia (Italia), en Metz (que entonces era Alemania)… y en Irun.
El 18 de julio de 1906, el Tour entró por primera vez en tierras vascas, con el final de la octava etapa en Baiona. El ganador fue Jean-Baptiste Dortignacq, ciclista veloz en verano, castrador de cerdos en invierno, remoto precursor de la marea naranja. No era vasco sino gascón, de Peyrehorade, solo 35 kilómetros río arriba de Baiona. Los organizadores habían establecido precisamente en Peyrehorade un control de paso, una mesa donde los corredores debían detenerse y firmar, como medida para impedir las trampas habituales de la época. Unos días antes, los ciclistas Gabory, Gauban, Tuvache y Carrère fueron descalificados porque se habían subido a un tren en plena carrera -un riesgo que no existirá en las etapas vascas de 2023. Si algún ciclista se atreve a subirse a un tren de Renfe, es probable que se quede inmovilizado entre estaciones sin poder apearse durante un par de horas y llegue fuera de control-.
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Dortignacq llegó a su pueblo escapado con Trousselier, el vencedor del Tour anterior. «Cuando apareció Dortignacq, la muchedumbre abrió las barreras y se precipitó para abrazar a su ídolo, para aclamarlo, para llevarlo en volandas hasta la mesa de firmas», contó el diario 'L'Auto'. «Dortignacq corrió braceando para librarse de sus propios seguidores, firmó la hoja, el alcalde se le echó encima para imponerle una magnífica banda de honor, se la quitó como pudo y siguió la escapada». Su rival, Trousselier, pinchó a falta de trece kilómetros. Tomó la bicicleta que le ofrecía un espectador, capturó a Dortignacq en las afueras de Baiona y le batió al sprint. Pero le descalificaron porque estaba prohibido cambiar de bici fuera de los puntos de control, y le adjudicaron el triunfo a Dortignacq.
Ni siquiera la época de Armstrong dejó clasificaciones con tantos asteriscos como las de estos primeros años, heroicos, confusos y marrulleros del Tour de Francia.
Se desató la dortimanía. Los vecinos de Dortignacq se presentaron en Baiona para asistir a la salida nocturna de la siguiente etapa y le homenajearon con regalos, cantos y discursos. Dortignacq andaba nerviosillo. Miraba a un lado y a otro. La presencia de sus seguidores le daba cierta protección, pero tenía miedo de Trousselier, quien andaba por ahí echando pestes contra él. Lo acusaba de haberlo denunciado ante los organizadores por el cambio de bici.
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La novena etapa transcurrió de Baiona a Burdeos, pero por ese empeño de Desgrange de tocar los extremos del país, los ciclistas primero se dirigieron al sur, cruzaron el Bidasoa, dieron una vuelta por Irun, y volvieron otra vez hacia el norte.
En algún punto indeterminado del inicio de la etapa, quién sabe si en el Paseo de Colón, Trousselier lanzó un ataque terrible. Un ataque verbal a Dortignacq. «Chivato! ¡Bájate de la bici y pelea conmigo si tienes narices!», le espetó.
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Lo contó en sus memorias Lucien Petit-Breton, ganador de dos Tours. «Trousselier buscó a Dortignacq, lo insultó a gritos y le ordenó que se bajara de la bici. El pelotón redujo la velocidad, los ciclistas se pararon a mirar el combate y yo aproveché para escaparme. Era mi oportunidad para ganar por fin una etapa. Al cabo de cien kilómetros me alcanzó Trousselier, pletórico y sonriente. Me dijo que había dejado k.o. a Dortignacq de un puñetazo. El ejercicio le había sentado fenomenal, pedaleaba a toda pastilla y no me pedía ni relevos. Llegamos a Burdeos con una hora de ventaja sobre el tercero, el propio Dortignacq, que nos perseguía con furia». En Burdeos, Trousselier batió a Petit-Breton. Cualquiera se atrevía a esprintarle.
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