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Iñaki Izquierdo
Sábado, 29 de junio 2024
Guiseppe Verdi nació en el Primer Imperio Francés, en la Emilia Romagna donde este sábado acabó la primera etapa del Tour, y cuando murió su pueblo ya era Italia. Entre esas dos fechas, compuso la ópera 'Un ballo in maschera', un baile de máscaras como ... el que Jonas Vingegaard (Visma) ofreció en el estreno de la carrera. A 50 kilómetros de la meta de Rímini, en las colinas tremendas de los Apeninos, el ganador de las dos últimas ediciones, renacido de su caída en la Itzulia en abril, sin correr desde entonces, puso a su equipo a trabajar y ahora ya nadie sabe nada. No buscó abrigo, dio la cara. Se puso el traje de jefe de la carrera y ningún calculo vale. No corrió como alguien que se levanta de dos semanas postrado en la cama de un hospital, sino como el patrón. No hay mejor lugar que Italia para un golpe teatral.
Y para giro escénico, el de Romain Bardet (DSM), que en su último Tour, casi una década después de ser señalado como delfín del ciclismo francés al ser segundo en París en 2016, ganó la etapa para vestir por primera vez en su carrera el maillot amarillo, a los 33 años. Líder del Tour en la edición de su despedida, ya que en 2025 se retirará del ciclismo profesional tras el Dauphiné.
La etapa salió de Florencia con unas imágenes deslumbrantes y acabó en Rímini, final de la via Flaminia y última fortaleza romana en dirección a la Galia. Quizá por eso el francés se sintió en casa y se lanzó a por una victoria imposible, en una maniobra insensata con el pelotón pletórico de fuerzas el primer día de carrera. Francia busca un ganador del Tour desde 1985, un sucesor de Hinault, y Bardet y Pinot (ya retirado) han sido las últimas víctimas de esa obsesión. El maillot amarillo, un hombre culto y sensible, dejó su país, su equipo de siempre, el Agr2, para buscar aire fuera y fichó por el DSM neerlandés en 2021. Hace poco reflexionaba sobre la imposibilidad de competir mano a mano con los nuevos genios, sobre si valía la pena tan inmenso sacrificio para obtener tan pobres réditos. Fue segundo en la Lieja-Bastogne-Lieja tras Pogacar y lloró de emoción. ¿Es eso un campeón? Hay una cabeza debajo de ese casco. Anunció que este sería su último Tour y que se retirará el año que viene en la carrera de su casa para pasarse al gravel. El maillot amarillo cierra el ciclo. Puede retirarse tranquilo, buscar al nuevo Hinault ya no es cosa suya.
Bardet cruzó primero la línea de meta impulsado por Frank van den Broek. El chaval, neerlandés de 23 años que ya suma tres triunfos profesionales, se dejó caer de la escapada del día para esperar a su líder cuando atacó a 50 de meta. Tiró de él con violencia y, pese a llevar 190 kilómetros en fuga, le martirizó hasta el punto de que Bardet no se descolgó por puro orgullo. Van den Broek iba el doble que su jefe. En meta, el joven dejó ganar al patrón en una escena bellísima que confirma que el ciclismo sigue siendo el deporte que más ama sus viejas tradiciones.
La estrategia del DSM se fraguó sobre el pulso entre el UAE y el Visma. El equipo de Pogacar tiró con todo en la subida a Barbotto (a setenta de meta) y el de Vingegaard respondió en San Leo (veinte más adelante), en cuyas rampas arrancó Bardet. De esa dialéctica entre los favoritos nació el tiempo para que el francés llegase hasta la meta, en la playa de Rímini, a través de los Apeninos, frontera sentimental entre la Europa occidental y la oriental, bizantina. Las tierras de Marco Pantani, el último autor del doblete Giro-Tour (en 1998) que este año persigue Pogacar.
Tras doscientos kilómetros, casi se olvida que la etapa salió de Florencia. A las cinco y media de la mañana, el silencio en la ciudad es igual que el de 1943. Profundo, idílico. Un hombre sale de su casa en el 23 de la via del Bandino, al otro lado del río Arno, y cruza el Ponte Vechio hacia el centro, en sentido contrario al de la etapa de este sábado. Viste ropa de lana y monta una bici verde cromada que es una joya. Tubulares de seda. Pedalea hacia una pequeña tienda de bicicletas en la plaza Ciompi, no lejos de la basílica de la Santa Croce, la del síndrome de Stendhal. Allí, en la trastienda, su primo, Armandino Sizzi, esconde a un joven gitano perseguido por nazis y fascistas. Gino Bartali acude a cerciorarse de que el chico está bien. A continuación, reza en la iglesia del Colegio Eugeniano y vuela hacia Asís. ElTour viaja en sentido contrario, al norte. El camino de siempre, de Rímini a la Galia. Con un francés al frente.
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