![Jaizkibel es una carretera absurda](https://s1.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/2023/07/02/85189476-kEdE--1200x840@Diario%20Vasco.jpg)
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Para qué sirve la carretera de Jaizkibel? Para que Lejarreta gane tres Clásicas; para que Indurain domine con el maillot amarillo a Bugno y Chiappucci; para que Armstrong pase el último bajo un diluvio en su debut y se empeñe en no abandonar –y para ... que así nos deje una luz en la memoria, la única lucecita que brilla allá en el fondo de su carrera oscura–; para que Pogacar y Vingegaard se desafiaran ayer en busca de las bonificaciones: lanzaron un sprint tan salvaje que pareció que iban a despegar en la cumbre y a sobrevolar la bahía de Pasaia, como el niño Elliot con ET el extraterrestre en la cesta de su bici, hasta aterrizar en la Zurriola. Jaizkibel nos sirve como escenario para el ciclismo, nuestro tourmaletito, nuestro galibiertxo.
Pero desde luego no sirve para viajar cómodos de Pasaia a Hondarribia, porque ya tenemos la autopista, la carretera nacional y dos vías de tren que van directas por la parte baja. ¿Para qué construyeron entonces una ruta tan difícil, tan costosa, que sube y baja serpenteando por una montaña despoblada? ¿Para uso y disfrute de los ciclistas?
Jaizkibel es una carretera ideal para el pedaleo porque circulan poquísimos coches, tiene rampas duras y ofrece una panorámica espectacular de la costa. Yo la subí un millón de veces desde crío y nunca pensé en su trazado absurdo. Vi un millón de veces los muros ruinosos en el inicio de la subida desde Lezo y nunca reparé en ellos, hasta que vino el bilbaíno Luis Ortiz Alfau, pocos días antes de cumplir 100 años, a enseñarme lo que yo no sabía ver.
– Aquí nos amontonaban a los presos que construimos estas carreteras. Estos muros son las ruinas de las casetas.
Entre 1939 y 1945, las autoridades franquistas construyeron las carreteras de Jaizkibel, Arkale, Erlaitz-Pikoketa y Agina-Aritxulegi, entre otras, porque temían invasiones desde Francia y querían rutas para subir a las fortificaciones de la montaña, pasar tropas de un valle a otro, comunicar puestos remotos. Podían permitirse estas obras militares porque contaban con mano de obra esclava: quince mil presos republicanos en Gipuzkoa y Navarra, a los que castigaban y de paso inculcaban «el hábito profundo de la obediencia», como decían los reglamentos de aquellos batallones. No tenían ningún delito que imputarles, no les hicieron ningún juicio ni les dictaron ninguna condena. Eran «desafectos al régimen» y con eso bastaba.
–A mí me empujaron con un fusil y me dijeron tira p'alante. Ese fue todo el contrato que me hicieron, contaba Luis Ortiz Alfau.
Él tenía 18 años cuando los militares de Franco dieron el golpe de 1936. Se alistó en las milicias de la Izquierda Republicana, vivió el bombardeo de Gernika, la batalla de Elgeta, la retirada de Santander, el frente de Cataluña, la huida a Francia, los campos de concentración de Gurs y Miranda de Ebro, los trabajos forzados en Roncal y Oiartzun (en el caserío Babilonia, los ciclistas que bajan desde Erlaitz en la Clásica pasan junto a los restos del campamento de los prisioneros que les hicieron esa carretera). Aquí vivieron hacinados, pasaron hambre, frío y enfermedades, murieron reventados por la fatiga, los accidentes en el túnel de Aritxulegi, las ejecuciones aleatorias para castigar fugas. Pasaron meses, años, sin saber cuándo iban a volver a casa.
La carretera de Jaizkibel la construyeron para disponer de otro acceso al fuerte de Guadalupe, una mole de 1900 con muros, fosos, baterías, nidos de ametralladoras, túneles, alojamiento para seiscientos soldados y cañones que apuntaban a la frontera francesa. Si abrieron la carretera por la ladera océanica, mucho más compleja y abrupta que la vertiente interior, fue porque así quedaba oculta para los franceses y no podían bombardearla desde tierra. El fuerte de Guadalupe nunca sirvió para nada, que es lo mejor (lo único bueno) que se puede esperar de sitios así. Y esa carretera inútil quedó para uso casi exclusivo de turistas, montañeros y ciclistas.
Por tanto, si Jaizkibel resulta ideal para el ciclismo es porque se trata de una carretera sin coches, sin ninguna lógica civil, porque obedece a una lógica militar antigua. En septiembre de 2016, Luis Ortiz Alfau desveló la placa que ahora recuerda la historia de esos muros y de la carretera, una historia de la que no informaron los planos tan cuidadosos y divulgativos del Tour, porque tampoco creo que aquí ninguna autoridad se haya esforzado mucho en recordarla.
Es el escenario que usamos para fardar ante el mundo al paso del Tour: qué paisajes tenemos, qué guapos somos, qué afición entregada, qué carretera maravillosa. Es una belleza fundada sobre el horror. Los ciclistas deberíamos, como mínimo, recordar su historia.
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