La disciplina que poco a poco parece perder interés para los organizadores llega al Tour como agua de mayo. Durante años la lucha contra el crono ha sido pieza clave en el resultado final. Si nos remontamos en la historia y pinchamos al azar comprobamos ... cómo en 1991 fueron 135 kilómetros de crono individual y 36 por equipos; en 2001, 102,2 kilómetros de CRI y 67 por equipos; en 2010, 60,9 kilómetros de contrarreloj individual y en 2016, 54,5 kilómetros. Con la presentación del recorrido de esta edición allá por el mes de octubre descubrimos que eran únicamente 22 los kilómetros los programados para la lucha contra el crono. Si nos ceñimos a la estadística, es fácil identificar una falta de interés. Con esta lectura no me refiero a la falta de espectacularidad de la disciplina, ni siquiera a su importancia, más bien a que quizás las verdaderas diferencias se hacen aquí y puede que la carrera quede algo huérfana de tensión. Rotundamente, no.

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1991. Hablamos de la primera victoria de Indurain. ¿Habría ganado Miguel aquel Tour sin tantos kilómetros de crono? ¿Lo habrían hecho Armstrong, Froome...? Nunca lo sabremos. Podemos elucubrar y jugar a ser analistas de postal. Opinar es libre en la viña del señor. Bueno, a decir verdad, igual no tanto. Dejémoslo en soñar o pensar para dentro. Todo comentario tiene su precio en estos tiempos.

En cuanto a la crono tengo mi opinión, quizás incluso demasiado drástica. Una vuelta de tres semanas ha de tener mínimo 40 kilómetros de crono individual. De la modalidad por equipos ya hablaremos en otro momento. Sacad vuestras propias conclusiones con lo que os voy a compartir.

La tendencia de estos últimos años es acumular kilómetros de montaña, en todos sus formatos, y dar importancia a las bonificaciones. Pongamos el ejemplo del Tour de este año. Hoy etapa 16ª. Quince etapas disputadas y una renta de 10 segundos entre los dos primeros. Hemos pasado por un inicio complicado, Pirineos, Puy de Dôme y dos etapas de Alpes. No sé vosotros, pero a estas horas yo no me atrevería, a balón parado, a inclinarme por uno u otro. Quince etapas en las que os he aburrido con jerarquías, soberanía grupal, liderazgo, configuración de fugas y bonificaciones. Salvo el movimiento individual de Vingegaard en Marie Blanque, el resto han sido golpes de efecto por ambas partes en busca de los segundos en meta y/o bonificaciones. Juguemos a fantasear un poco. Si la crono de hoy se hubiera disputado tras la etapa de Cauterets, ¿qué habría ocurrido en Puy de Dôme o en Alpes? ¿Lo mismo? Estoy seguro que no.

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Una crono otorga diferencias no solo a nivel de segundos, también psicológicas. Obliga a tener que moverse desde más lejos para recuperar tiempo, a jugar al error, a poner a prueba al rival sin tener que llevarlo al goteo continuo de meta. Bonificar es el salvoconducto de una regularidad explosiva, pero quien no la tenga ha de mover ficha. El riesgo a perder llama a no arriesgar y eso también lo sabe quien tiene la delantera. Como apasionado al basket, dame una última posesión para defender uno arriba que tener que anotar para mínimo empatar.

Hoy, primer mano a mano de verdad, un Retegi II-Tolosa, un Olaizola II-Irujo. Todo a una carta. La tensión de alguno de los protagonistas se pondrá como un partido de pelota 22-21. Parte del desenlace final del Tour estará escrito a eso de las 17.30. Mañana ya será otra historia. Lo acumulado hasta hoy puede que sea solo una anécdota. Ganar o perder, en definitiva de esto se trata. A ninguno de los protagonistas les debe asustar el reto. Hay que aprender a disfrutar y respetar la disciplina si quieres ser un ciclista con opciones. Y no lo digo por la cantidad de kilómetros de esta edición, pero a pocos que te debas enfrentar hay que estar preparado.

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La crono ha de ser el detonador de una explosión hacia el amarillo.

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