![El mano a mano es la modalidad reina](https://s1.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/2024/07/10/sprint.jpg)
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Iñaki Izquierdo
Miércoles, 10 de julio 2024
El mano a mano es la modalidad reina. La que da y la que quita. La que distingue a los campeones. En el deporte de máximo nivel, siempre acaba llegando un momento crítico, decisivo, donde lo anterior deja de tener valor y todo se juega ... cara a cara. El día que marca la línea entre la victoria y la derrota. Ese día está por llegar en el Tour. Llegará y será un espectáculo.
Jonas Vingegaard (Visma) confirmó este miércoles que ha resucitado al tercer mes y batió a Tadej Pogacar (UAE) al sprint, después de una cabalgada violenta por el Macizo Central, no lejos del lugar del mítico hombro con hombro de Anquetil y Poulidor. Aquel fue en el Puy de Dôme y esta vez el duelo prendió en el Puy Mary. La historia vuelve a sus clásicos.
Curioso deporte el ciclismo, conservador como pocos. Triunfa la tesis de que Pogacar sufrió ayer una derrota en toda regla. De siempre, ha recelado de la igualdad, ingrediente que el resto de deportes buscan desesperadamente. En el ciclismo se glorifica al gran patrón, las cabalgadas, las minutadas, las diferencias oceánicas. Con la nueva generación, con el ciclismo que inventó Peter Sagan, refinó Alaphilippe y ha elevado a su máxima altura esta generación de campeones, se valoran el equilibrio, los duelos parejos, la incertidumbre.
Pero el ciclismo, deporte viejo, tiene mecanismos de autodefensa frente a la alegría. Aquí se viene a sufrir, dicen las tablas de la ley. Circula la tesis de que Pogacar está nervioso porque ataca. Que ayer perdió. Años quejándose el pueblo de que nadie arranca y ahora resulta que el que mueve la carrera lo hace por miedo, curioso giro de los acontecimientos. Minutos después de la llegada, parecía que el esloveno había sufrido un doloroso revés, obviando el detalle de que es el maillot amarillo y el único que ha demostrado capacidad de moverse en todos los terrenos: atacó en Bolonia, en el Galibier, en los caminos de tierra, ayer en el Puy Mary... Pero resulta que es mala señal que ataque y significa que tiene miedo. Y todo eso sin contar con que viene de ganar el Giro.
El esloveno clavó su táctica del Galibier y arrancó a medio kilómetro de la cima del puerto más duro del día. Si, como aquel día, la etapa hubiera acabado al final del descenso le habría sacado medio minuto a Vingegaard. Pero no terminaba ahí y el danés se rehizo de forma sensacional en el siguiente puerto, Pertus, en el que le comió toda la desventaja. Fue una remontada magnífica, para enmarcar, pero lo más extraordinario del día fue cómo el vencedor de los dos últimos Tours ganó el sprint, una suerte de la que hasta ayer no había noticias de sus habilidades.
No hay mayor desafío en cualquier deporte que el campeón poniendo el título en juego. Los deportes profesionales levantaron su leyenda con esta liturgia. El campeón y el aspirante, una dialéctica invencible. Un ritual. El Tour está a las puertas de uno de esos duelos inconmensurables. Hasta ahora, ha sido un entremés.
Si dos adversarios de talento desbordante además tienen personalidades opuestas, el mano a mano adquiere altura. Y si sus posicionamientos políticos o sociales son enfrentados, las puertas de la leyenda se entreabren. El devoto Bartali contra el libertino Coppi, el campesino Poulidor contra el mundano Anquetil...
Vingegaard es el campeón que defiende título, pero Pogacar no es un aspirante al uso. No solo ganó dos Tours, sino que además es el gran genio de su generación con un repertorio interminable y un ciclismo festivo. Frente a él, el danés siempre ha encajado más en la imagen tradicional del ciclista con inmensa capacidad de sufrimiento, correoso, reacio a la brillantina. La joie de vivre frente al sentimiento trágico de la vida, sobre todo después de la tremenda caída de la Itzulia, donde Vingegaard se vio morir.
Ayer, sin embargo, dejó que su lado humano fluyera y lloró en la meta como si no fuera danés y rubio, sino mediterráneo y moreno. Esa épica le sienta muy bien al ciclismo, siempre cómodo en el tremendismo. Todo está siendo categórico en este Tour, cada etapa, una sentencia que parece irrevocable, pero se han corrido once etapas y quedan diez. Medio Tour. Todos los Pirineos, la segunda parte de los Alpes, el infierno de la París-Niza trasladado a las dos últimas etapas. Ayer en el Macizo Central parecía que se estaba dirimiendo una batalle definitiva. Pero el mano a mano de la verdad está por llegar. Llegará y será un espectáculo.
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