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Iñaki Izquierdo
Viernes, 19 de julio 2024, 20:35
Los Juegos Olímpicos han expulsado al Tour de los grandes bulevares parisinos por primera vez en 111 ediciones. Desde 1903, solo las guerras habían roto el romance. ¿Pero quién necesita ir a París? A falta de paseo triunfal para el ganador en los Campos Elíseos, Tadej Pogacar (UAE) decidió organizar por su cuenta un desfile de la victoria. No serán las avenidas de París, pero los Alpes no dejan de ser un escenario a la altura de un gran campeón.
Decía Gianni Mura, histórico cronista de La Gazzetta dello Sport, que en Francia se encontraba como en casa. Y que le gustaba el 14 de julio en los pueblos. «Pienso que para celebrar una fiesta es mejor una orquesta, una verbena en la plaza y unas chuletas de cerdo en la parrilla que un desfile en París con los carros de combate del ejército».
Este viernes no era día 14, pero Pogacar cogió el guante y lanzó su mensaje de paz y amor. Fue una victoria conciliadora. Un homenaje al Tour, un reconocimiento a sus rivales. Un triunfo en solitario del maillot amarillo en la etapa reina establece el orden natural de las cosas y confirma la jerarquía. Casi ningún campeón de la historia se ha privado de esta fotografía y Pogacar, que corre contra los libros, no dejó pasar la oportunidad.
Su ataque fue un gesto de respeto a sus adversarios. No necesitaba arrancar porque tenía ventaja más que suficiente para ganar el Tour y ha quedado claro que es el más fuerte, pero no haberlo hecho habría sido un gesto feo. El ciclismo es un deporte que casa mal con el espíritu olímpico, esa ocurrencia (parisina, obviamente) del barón Pierre de Coubertin y sus amigos cuando crearon el COI en 1894 en la Universidad de París. Para entonces el ciclismo ya había despuntado con carreras como la Lieja-Bastogne-Lieja o la Milán-Turín. El profesionalismo salvaje fue su seña de identidad desde el primer día, lo contrario que el amateurismo promovido por los señoritos olímpicos.
Pero Pocagar actuó de acuerdo al espíritu olímpico y, ante unos rivales vencidos, que miraron al asfalto en su primer movimiento, atacó. No cometió el error del judoka egipcio Mohamed Alí Rashwan en la final de los grandes pesos de Los Ángeles 84, cuando sabedor de que su rival, Yasuhiro Yamashita, se había lesionado en la pierna derecha en semifinales, renunció a atacarle ahí. El japonés se lo tomó como una afrenta y le ganó por KO, salvaguardando su honor. Pogacar no se anduvo con dilemas espirituales.
El esloveno hizo lo que quiso, en las carreteras donde se encerró para una concentración en altura de un mes entre el Giro y el Tour. Llevó la carrera tensa, con la escapada controlada, y aceleró a diez kilómetros de la meta, la distancia justa para atrapar a Matteo Jorgenson (Visma), que tenía dos minutos y medio de ventaja. Ni por un momento dudó en renunciar a la victoria de etapa. El ataque fue milimétrico. Fue su cuarto triunfo en esta edición, el decimoquinto en sus cinco participaciones.
Con gran elegancia, Jonas Vingegaard (Visma) concedió la victoria en meta: «La lucha por ganar ha terminado». Las diferencias en la general van a ser de escándalo. El danés aguantó a Evenepoel (Soudal) y llegó muy cansado a la meta. Le costó recuperar el aliento mucho más tiempo del que suelen necesitar estos fenómenos. La acumulación de kilómetros por encima de los dos mil metros de altitud no debe de ser la mejor medicina para los pulmones de alguien que viene de recuperarse de un neumotórax. El belga mantiene la prudencia, intuye que podría hacer caer al danés, pero no se fía. Hoy y mañana corre en su terreno. El tercer puesto del podio es un gran paso adelante en su carrera y no quiere cometer un error fatal.
Vingegaard está a 5:03 del líder, diferencia que remite al segundo Tour de Pogacar, que derrotó precisamente al danés por 5:20. Mantiene 1:58 sobre Evenepoel, un tiempo al límite de lo imposible para los 33,7 kilómetros de la crono.
En la terraza del hotel Negresco de Niza, bajo su cúpula rosa, los camareros de chaqueta blanca ya esperan a Pocagar para ofrecerle un refrigerio en cuanto se baje del podio tras ganar, con 25 años, su tercer Tour de Francia, los mismos que Louison Bobet y Greg Lemond. Será el primero en conseguirlo lejos de París.
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