No todo el mundo sabe que, el sábado 3, hace quince días, el Tour llegó a París. De hecho, hay ciclistas que siguen dando vueltas por Francia como esos soldados japoneses que muchos años después del final de la guerra continuaban emboscados en sus escondites, ... dispuestos para dar una batalla imaginaria. Tadej Pogacar (UAE) ganó el Tour en Le Gran Bornand, tan lejos de los Pirineos que el futuro y el presente se confunden, imposible saber si el tiempo avanza o retrocede. No importa, vestirá de amarillo en París.
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Ya tiene todo lo que vino a buscar. Su segundo Tour y una joya que necesitaba si aspira a ser grande: un triunfo con el maillot amarillo. La imagen de todos los campeones, una foto simbólica imprescindible en un deporte tan mitificador, tan arcaizante como el ciclismo. Se anotó el triunfo en la cima del Portet, en un ejercicio de solvencia más que de superioridad. Su ataque a 8,5 kilómetros habría conducido a la leyenda al Pogacar de los Alpes, pero ayer Vingegaard (Jumbo) y Carapaz (Ineos) hicieron con él toda la subida. La etapa respondió mejor a los estándares contemporáneos, un ciclismo marcado por la igualdad entre los mejores. Lo extraordinario fue lo de la primera semana, los cinco minutos que el esloveno defiende en la general, la mayor diferencia del siglo.
El Tour acabó en la primera semana, azotado por las caídas y arrasado por la superioridad de Pogacar sobre todo en la primera etapa alpina (también en la segunda). En aquellos ocho días de las maravillas se vio el mejor ciclismo, agresivo, duro, imaginativo, implacable. Quizá, aquellos ocho días de fuego y rabia hayan terminado por condicionar el resto del Tour. Vaciaron los organismos de los ciclistas, torturaron sus cuerpos y azotaron sus mentes. Y, quince días después, las consecuencias son visibles. Las piernas pesan y la cabeza da muchas vueltas.
La cabeza da muchas vueltas y hay que aferrarse a la realidad, no a las alucinaciones que provoca el agotamiento. Falta un loco. Falta Luis Ocaña en 1976 en estas mismas rampas, llegando a Pla d'Adet, tirando como un loco sin que le vaya nada en el asunto. Tirando como un chalado para que Van Impe gane el Tour solo por cobrarse la venganza con Zoetemelk. Por chuparruedas. Y por caérsele encima en Menté. Por rencor. Un loco que pone la carrera patas arriba y firma su propia sentencia porque el patrón del Super Ser no da crédito al espectáculo de su figura tirando para otro y al final del año cierra el equipo y Ocaña se va a la calle. Pero Zoetemelk pierde el Tour y eso le vale.
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Este Tour no tiene su loco. El Col du Portet aclaró el podio, lo que puede parecer poca cosa para la subida más importante del Tour, pero es lo más realista. Vingegaard y Carapaz distanciaron a Rigoberto Urán (EF), que ya pierde más de siete minutos. Como O'Connor (Ag2r). Kelderman (Bora) cede ocho y Mas (Movistar), nueve. El octavo, Lutsenko (Astana), ya está a más de diez, en otro planeta.
Al final, va a resultar que Mathieu van der Poel (Alpecin) ha sido el hombre más decisivo del Tour, porque destrozó todo la primera semana y de aquellos polvos estos lodos. La desenfrenada carrera de aquellos días se llevó por delante a grandes nombres como Primoz Roglic (Jumbo) o Geraint Thomas (Ineos)– también a Caleb Ewan (Lotto)– y ha marcado el Tour. Pogacar fue el mejor intérprete de aquellos acontecimientos, como miembro privilegiado del selecto club del nuevo ciclismo, y comprendió que, pese a las apariencias, en realidad se estaba disputando la tercera y decisiva semana. El esquema espacio-temporal clásico no servía. Se vio ayer en el Portet. Esa intuición le dio su segundo Tour hace quince días.
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Sin embargo, hoy espera el Tourmalet y a su majestad se le debe respeto. Está todo terminado, pero hay que subir hasta allí y sellar el pasaporte. Un trámite, pero hay que hacerlo. En 1910, todo el pelotón puso a pie a tierra para superarlo, salvo Garrigou, que no se bajó de la bici. Pero hasta en 1954 hubo un ciclista que necesitó subir tramos a pie, Georde Gilles, el 'Rik van Steenbergen bretón'. Hoy no sucederá nada, nadie se bajará de la bici, nadie protagonizará un ataque épico y el gigante se reservará para mejor ocasión, pero el Tourmalet siempre es un acontecimiento.
Ayer, el Peyresourde se subió por 69ª vez, desde la primera, el 21 de julio de 1910. Ese mismo día se superó el Tourmalet, que hoy contará su 85ª ascensión, confirmándose como el puerto más atravesado por la carrera. El Tourmalet, la montaña lejana en gascón. No el mal camino, como interpretaron los primeros turistas que pasaron por ahí en traducción libre, directa y equivocada al francés. No importa, tan lejano como malo es el puerto que hoy debe de coronar a Pogacar como el siguiente grande del Tour, después de Chris Froome (Israel).
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La superioridad que mostró ayer el esloveno, clara pero discreta, elimina cualquier opción de una ofensiva por el primer puesto, con lo que los cinco minutos largos de que dispone en la general le franquean el paso por el Tourmalet hasta la cima de Luz Ardiden. Vingegaard y Carapaz pelearán por el segundo puesto y poco más cabe esperar.
Algo sí, la victoria de un ciclista vasco en su cima. Los miles de aficionados que acampan en las cunetas esperan para llevar en volandas a Ion Izagirre (Astana) hasta la victoria. El ormaiztegiarra es un especialista en brillar cuando la dureza ha superado todos los límites de lo soportable. Con 18 etapas en las piernas y en el día más duro, como cuando ganó en 2016 en Morzine, en la etapa 20 con la Colombière, Ramez y el terrible Joux Plane. A estas alturas, mientras muchos ciclistas se limitan a dar vueltas por Francia, el ormaiztegiarra sabe muy bien por dónde va. A todos, Pogacar les espera en París. Desde hace 15 días.
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