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«Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver». Pocos perfiles más opuestos a James Dean que Jonas Vingegaard (Visma). Frente a la personalidad volcánica del autor de esa famosa frase –que coherentemente se mató a los 24 años al estrellarse con su Porsche Spyder 550–, el danés es un hombre sosegado, de familia, espartano. Pero este domingo, de forma imprevista, se vistió de rebelde sin causa. Abocado a perder, decidió hacerlo con estilo y entregó una derrota bellísima, solo al alcance de un grande.
Fue un gesto estético primoroso, para recordar. Consciente de que no tenía ninguna opción de ganar, lanzó un ataque con todo a diez kilómetros y medio de la cima de Plateau de Beille. Una maniobra contraria a cualquier criterio de prudencia. Un giro irracional, sanguíneo, en un ciclista frío como el hielo. Sus lágrimas tras ganar la etapa del Macizo Central han debido levantar algún tapón en su interior y, puestos a perder, había que hacerlo con categoría.
Tiró como un poseso con Tadej Pogacar (UAE) a rueda exponiéndose a un contraataque del maillot amarillo. Si el esloveno logró una victoria de manual la víspera en Pla d'Adet, Vingegaard se procuró una derrota cargada de clasicismo en Plateau de Beille. No cabía otra posibilidad que el remate de Pogacar. Escribió Gianni Mura que «lo que importa es jugar y ganar limpio. Después, también puedes perder, pero con estilo».
Tadej Pogacar
UAE
La situación no admitía otra lectura. Después de dejarle tirar cinco kilómetros, Pogacar arrancó a 5,3 de la cima. Vingegaard hasta le mostró el momento adecuando. El danés se quedó sin frescura en las piernas y abusó de desarrollo, para subir a base de fuerza. Cuando Pogacar vio bajar la cadena de su rival supo que era entonces. Atacó y se fue. No necesitaba mirar para atrás, pero lo hizo en un gesto de respeto. Sabía de sobra que no había nadie a su rueda.
El maillot amarillo voló libre hacia la cima y llegó a Plateau de Beille con 1:08 de ventaja. Nunca había distanciado tanto al danés en una etapa de montaña. La diferencia en la general es ahora de 3:09, que ya es una renta muy importante. La realidad es que Pogacar dejó la carrera como un solar, con Remco Evenepoel (Soudal) tercero a 5:09. Para buscar a los demás hay que doblar la esquina de los diez minutos y el octavo ya está a más de un cuarto de hora.
Vingegaard pone punto final de esta forma a un viaje alucinante que le ha llevado hasta el Tour. Creyó morir en la caída del 4 de abril en la Itzulia y pasó dos semanas en una cama de hospital con las costillas clavadas en los pulmones. En tres meses fue capaz de levantarse y presentarse en la salida del Tour de Francia. Fue capaz de entablar una guerra psicológica de primera categoría con su gran rival. Fue capaz de hacer dudar a todo el mundo. Fue capaz de derrotar a Pogacar en un sprint después de remontarle en una etapa de montaña. Cada una de esas hazañas merecería ser recordada por sí sola. Todas juntas escriben una página gloriosa en la carrera de este ciclista.
Y por si todo eso fuera poco, decidió culminar su actuación con un golpe teatral de primera. Puestos a perder, entregó una derrota bellísima, llena de estilo y sentido del espectáculo.
Su inexplicable recuperación había puesto toda la lógica patas arriba, el conocimiento adquirido en 11 años de Tour de Francia no servía para comprender la situación. Incluso parecía que el paso de las etapas podía favorecer a un hombre que llegó a la salida del Tour desde la cama, sin entrenarse, sin acumular kilómetros, fondo, pulmones, base. Pero en el Tour no se va a más. El Tour no entiende de figuras ni de gregarios, funde a todo el mundo. Y cuando a Vingegaard la clase le empezó a no alcanzar, se encontró sin reservas y supo que era la hora de la derrota. Y ante esa hora trascendental, la respuesta fue soberbia.
«Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver». No es posible imaginar una persona más opuesta a James Dean, pero Vingegaard pareció acordarse de él en el momento de la verdad. Dio su rueda a Pogacar para que le rematase. Fue un gesto sensacional, inesperado de alguien por lo general poco dado a la creatividad y a las ensoñaciones. Se le recordará por esta derrota al final de un viaje de película.
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