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IÑAKI IZQUIERDO
Sábado, 8 de septiembre 2018, 09:19
El valor para el ciclismo vasco moderno de la victoria de Óscar Rodríguez ayer en La Camperona solo es comparable al que tuvo la de Roberto Laiseka en 2001 en la cima de Luz Ardiden en el Tour de Francia. De aquel triunfo surgió un fenómeno deportivo y social que se llamó Euskaltel-Euskadi. El del chaval de Burlada ayer puede tener ese mismo valor para otro sueño con el nombre del país, el Euskadi-Murias.
El valor del triunfo de Óscar Rodríguez es gigantesco, y no solo por lo que significa que un equipo como el Murias pueda ganar una etapa de esa dificultad en la Vuelta a España con un corredor de 23 años. Su valor estriba en lo que puede generar para el futuro. Un equipo más que humilde -que viene desde la lucha por la supervivencia pura y dura, de las horas de coche atravesando Francia para correr clásicas y volver comiendo un bocadillo- ha ganado en uno de los grandes escenarios del ciclismo mundial. Un equipo que ha tenido (y tiene) que lidiar con el escepticismo y las dudas, la desconfianza, da un golpe encima de la mesa imposible de obviar. Un golpe en la puerta del futuro que, necesariamente, se abrirá.
Una victoria que reafirma que el deporte vasco tiene una senda trazada, una vocación que le da sentido y que, cuando se respeta y se confía en ella, da resultados: el talento de casa. También es un buen momento para recordar a todos los que sujetaron este proyecto con sus sueños y este año ya no tuvieron sitio, como Eneko Lizarralde o Pello Olaberria.
Óscar Rodríguez tiene 23 años y se formó en el Lizarte. Nunca había ganado una carrera en su vida («solo una vez, en infantiles, y me quitaron la victoria porque no estaba permitido soltarse del manillar») y en su última temporada sub 23 logró seis triunfos, que hicieron que el Murias le reclutase a prueba a finales de 2016 y le pasase a profesionales el año pasado.
Ayer dejó la primera pincelada de su talento, en el que hay gran confianza en el seno del Euskadi-Murias, donde tiene un año más de contrato. Era uno de los 32 integrantes de la escapada de la jornada, que más que una escapada era una reunión de figuras. Había tres guipuzcoanos en ella, Gorka Izagirre (Bahrain), Alex Aranburu (Caja Rural) y Gari Bravo (Euskadi-Murias). En las terribles rampas de La Camperona -donde Quintana y Yates fueron los más fuertes y Ion Izagirre se dejó unos pocos segundos- se marcharon para adelante Rafal Majka (Bora) y Dylan Teuns (BMC), en el clásico movimiento que decide una etapa. Con esos dos nombres, parecía claro que el triunfo era cosa de uno o de otro.
Al fondo apareció un punto verde. A falta de un kilómetro les alcanzó con un pedaleo ligero que contrastaba con los chepazos del polaco y el belga. Óscar Rodríguez les pasó como si nada y se fue directo a la meta. Tuvo tiempo de cerrarse el maillot y celebrar. Majka llegó 19 segundos después y Teuns, a medio minuto.
Jon Odriozola contó que en el coche del equipo iban llorando, y no es para menos. Lo raro es que ese coche no acabara en el pantano de Riaño, de la emoción. Después de tres años penando en la categoría Continental, la tercera división del ciclismo, este año el Murias dio el salto a Continental Profesional y se le abrieron las puertas del gran ciclismo a través de las invitaciones.
Corrieron la Volta, la Vuelta al País Vasco y la Clásica de San Sebastián, y se presentaron en la salida de la Vuelta a España con ocho victorias, conseguidas en los escenarios en los que se confía en que un equipo de ese nivel gane. También había ofrecido una imagen solvente. Los responsables del Murias no querían presentarse en la salida de la Vuelta y que alguien sospechase que la invitación era algo así como un regalo.
El nivel deportivo mostrado por el equipo negaba esa impresión, pero la Vuelta es la Vuelta. En las doce primeras etapas había cumplido con su papel y se había metido en las escapadas, algunas buenas. La victoria de ayer rebasa sus límites.
Los gestores del Murias -empresa que soporta prácticamente en solitario el equipo desde su nacimiento hace cuatro años para intentar suplir en la medida de lo posible el hueco dejado por el Euskaltel- abrieron a puerta y el maillot a nuevos patrocinadores para acudir a la Vuelta. No consiguieron una respuesta definitiva, aunque sí buenas palabras.
La victoria de ayer puede derribar esa última barrera. Y puede ser la primera piedra de un futuro en el que, aparte de Jon Odriozola, pocos creían hasta hace dos días.
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