Primoz Roglic exterioriza su alegría, ayer frente a la catedral de Santiago de Compostela. AFP
La Vuelta

Si no hay baile, no es mi revolución

Transformado por la derrota en el Tour del año pasado, Roglic gana su tercera Vuelta consecutiva con un ciclismo festivo

Lunes, 6 de septiembre 2021, 02:00

De las profundidades de la derrota surgió el nuevo Primoz Roglic (Jumbo), el hombre alegre que ha saludado a todo el mundo, ha sonreído como ... nunca y ha disfrutado cada momento de la Vuelta a España, que ayer se anotó por tercera vez consecutiva. A los 31 años, he aquí un hombre nuevo. Enviado por Tadej Pogacar (UAE) desde la cima de una montaña llamada La Planche des Belles Filles a la más insondable sima, como un Sísifo en bicicleta, allá abajo, en lugar de perder la cabeza Roglic alcanzó el conocimiento total. La verdad. Y la verdad era que el ciclismo es una fiesta.

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No fue un proceso de reflexión, fue una revelación. Quince días después de la derrota más escalofriante, ganó la Lieja-Bastogne-Lieja. Un monumento, pero no un monumento cualquiera. La Decana, la carrera de los mineros italianos de la emigración, de las casas de ladrillo, de los valores eternos del ciclismo. No había vuelta atrás, Roglic ya era otro.

El esloveno había sido el ariete del nuevo Jumbo, el equipo que había decidido derrotar al Ineos con sus propios métodos: un control férreo de las carreras, un ritmo inflexible, un grupo de lugartenientes intimidatorio, una disciplina militar y una lógica aplastante. Todo perfecto, hasta aquella tarde de Francia en que todo se vino abajo.

El dato

  • 3 victorias en la Vuelta a España encadena Roglic (2019, 2020 y 2021) y empata en el palmarés con Tony Rominger y Alberto Contador. Por delante, solo Roberto Heras, con cuatro.

Pero, en ese pozo sin fondo de la derrota, Roglic lo entendió. Como dijeron los de 'Ekintza zuzena' a Begoña del Teso, si no hay baile, no es mi revolución. Y Roglic empezó a bailar. Adiós al corsé. Nunca será un artista del ciclismo, un talento puro como Pogacar, un poeta como Bernal, pero comprendió que sin su parcela de libertad nunca podría volar. Y eso, para uno que vuela desde niño, que lo hacía sobre unos esquís, no podía ser. Su ciclismo, aprendido, una carrera forjada a base de voluntad y tesón, nunca será un traje a medida de la sastrería Caraceni de Milán, pero abrió la puerta a la imaginación. Su triunfo en abril en la Itzulia descabalgando con todas las de la ley a Pogacar fue una hermosa demostración.

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Esta tercera Vuelta a España ha sido su gran obra. Sigue siendo un corredor de método, pero ahora sabe que el gesto teatral, el movimiento expresivo, es lo que eleva a un buen corredor a campeón. Por eso se fue detrás de Bernal en la etapa de los Lagos de Covadonga, porque sabía que no necesitaba ir. En eso consiste la grandeza. La diferencia entre una línea más en el palmarés –lo que habría sido para él esta Vuelta sin ese movimiento– o una victoria de categoría. No podía dejar marchar a Bernal, no podía desoír el canto de las sirenas que se bañan en los Lagos, lugar mitológico por obra y gracia de Marino Lejarreta en un ya lejano 1983.

«Es increíble, una locura. A veces ganas por mucho, otras por muy poco, pero siempre es maravilloso conseguir la victoria»

Primoz Roglic | Jumbo

Roglic ha ganado la Vuelta como ha querido. La habría ganado igual con 21 etapas llanas, 21 de montaña o 21 contra el reloj. Eso es un campeón, capaz de ganar sean cuales sean las circunstancias, doblegándolas.

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Por supuesto, en esta Vuelta se ha caído. Parece que es el peaje que pagó a cambio de conocer la verdad. Perdió la París-Niza de este año al caerse dos veces en la última etapa y se retiró del Tour después de otro trompazo.

De Arrate a Santiago

Sería bello lo del peaje, pero en realidad, Roglic ya se caía antes de los sucesos de La Planche des Belles Filles. No es ningún secreto que el esloveno dio un giro a su carrera en Euskadi. Concretamente, en la Vuelta al País Vasco de 2017. Ganó dos etapas y si no se hizo con la general fue porque cedió unos segundos en la subida a Arrate por Matsaria. Pero vio que sus condiciones para las carreras por etapas eran ideales.

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Regresó en 2018 para ganar. Y ganó, pero no sin antes sufrir una caída muy fuerte en la última etapa, que le obligó a tirar de calculadora en Arrate para sujetar el amarillo ante Ion Izagirre y Mikel Landa. En la cima eibarresa presentó su candidatura a las grandes y tres meses después fue cuarto en el Tour.

Primoz Roglic

  • Nueve etapas. Con la de ayer, suma nueve victoria de etapa, una en 2019 y cuatro en 2020 y 2021.

  • 58 victorias figuran en su palmarés desde su salto al profesionalismo en 2013 con el Adria (hasta 2015). Desde 2016 está en el Jumbo.

  • Euskadi. Dos generales de la Itzulia (2018 y 2021) y cuatro etapas (2017, 2018 y 2021).

Gran parte del secreto de Roglic está en su cabeza. Para esas fechas, ya tenía en marcha un plan quinquenal con el que había comenzado en 2016 para establecer si podía ganar el Tour de Francia de 2020, lo que en esas fechas era un total disparate. Empezó con la bicicleta con 21-22 años y no sabía ni andar en pelotón. Se cayó en todas las carerras que corrió en su primer y único año de amateur. Su fama como saltador de esquí y unos valores físicos sobresalientes le abrieron en 2013 la puerta del equipo Continental esloveno Adria, donde empezó a pulirse el diamante en bruto.

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Su palmarés es impresionante, pero no más que sus valores deportivos. Siempre ejemplar, jamás se le ha visto menospreciar a un rival. En su derrota en el Tour, reaccionó con grandeza en la felicitación al ganador. Este año en la París-Niza, nada más cruzar la meta con el maillot amarillo roto acudió a estrechar la mano a Max Schachmann (Bora), incómodo por ganar una carrera tan importante por el accidente de un rival.

«No me fijo en los números ni en las estadísticas, pero es un honor unirme al grupo de los triples ganadores»

Primoz Roglic | Jumbo

La revolución empezó en La Planche del Belles Filles. El Roglic que gana es ahora el Roglic que baila. Mucho mejor así.

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