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Iñaki Izquierdo
Martes, 27 de agosto 2024, 20:30
En el camino del faro del cabo Silleiro hasta Baiona, apenas cinco kilómetros, Wout van Aert (Visma) habría tenido tiempo de llamar a los auxiliares de su equipo en la meta y decirles que reservasen mesa para la noche en uno de los restaurantes del paseo. Y que encargasen una mariscada y un buen albariño para celebrar la victoria, la tercera etapa en lo que va de Vuelta para el belga tras las de Castelo Branco y Córdoba. No había posibilidad alguna de que se le escapase el triunfo. Llegó a la meta de la primera etapa gallega acompañado del francés Quentin Pacher (Groupama) y le sacó de rueda en la llegada.
Decir que ambos se jugaron la victoria después de 116 kilómetros de escapada sería mucho decir. Van Aert rompió la fuga en el sprint intermedio antes del último puerto. Se la jugó bien a Marc Soler (UAE), William Junior Lecerf (Soudal) y Juri Hollmann (Alpecin), que pensaron que el belga iba a por la bonificación y no le volvieron a ver hasta la meta. Pacher fue el más listo en el sprint intermedio, pero de ahí para adelante corrió derrotado.
Contra todo criterio de prudencia, le pasó al relevo y colaboró con el belga hasta dentro del último kilómetro. No pagó la novatada, porque el francés suma ya 32 primaveras y lleva en profesionales desde 2015. No ha ganado ninguna carrera. Fue segundo en otra etapa de la Vuelta, en 2022, entonces por detrás de Rigoberto Urán, también mano a mano.
En 1960, cuando el hambre y la emigración, el periódico 'El Pueblo Gallego' pedía la instalación de un teléfono en el faro del cabo Silleiro, «que tan grandes beneficios daría a esas familias alejadas de esta villa». Los cinco kilómetros hasta Baiona eran una distancia imposible en la época. Su lámpara de tres mil vatios, cuentan, tenía un alcance de cuarenta millas con tiempo despejado. Tenía también una sirena para los días de niebla y un transmisor de radio. Todo eso es pasado. Hoy no es un lugar remoto sino todo lo contrario, un codiciado destino turístico. Cuando Van Aert y Pacher pasaron frente al faro que gobierna el horizonte de Baiona y la entrada de la ría de Vigo se apreciaron los andamios. Se va a convertir en un hotel y un restaurante. El signo de los tiempos.
La caravana de la Vuelta durmió en Vigo y pudo contemplar las luces de Navidad, que empezaron a instalarse en julio. Algún ciclista debió de pensar que estaba delirando al verlas, pero ya le explicarían que no, que las cosas están así. Lo curioso del caso es que en el transcurso de la etapa, en varios pueblos se vieron también luces de Navidad, se ve que es contagioso. En Savaterra do Miño, por ejemplo.
No hubo mucho tiempo para reparar en estas cuestiones –ni en las magníficas fortalezas que jalonan el río, algunas verdaderamente extraordinarias como la Torre de Lapela en el lado portugués– porque la primera parte de la etapa fue una locura. Tuvieron que pasar casi cien kilómetros para que se diera por buena la escapada y los favoritos pudieran tener tranquilidad. Amagó el Education First en el alto de Mougás, de cara a meta, pero Carapaz no se movió y hubo paz. La etapa había salido de Ponteareas, el pueblo de Delio Rodríguez, ganador de la Vuelta de 1945 y récord de victorias de etapa con 39, su hermano Emilio, vencedor en 1950, y Álvaro Pino, en 1986.
Cuentan que desde que el emperador Augusto levantó la torre de Hércules en el siglo I no se había vuelto a construir un faro en la costa gallega hasta el XIX. Luces largas llevaron también los favoritos. Queda mucha Vuelta. Este martes hacía calor, como si no fuera Galicia. Un día de transición. La carrera se adentra a partir de este miércoles en el interior, tierra de misterios donde nunca se sabe quién sube y quién baja.
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