Una respuesta de Jennifer Hermoso aún retumba en las paredes de la sala de la Audiencia Nacional donde se celebra el juicio contra el anterior presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, y su camarilla. Siguiendo el patrón de los casos de violencia ... contra las mujeres, la futbolista fue cuestionada al hacerle ver que tras la agresión del presidente celebró con sus compañeras el título de campeonas del mundo que acababan de conquistar. Y que sonreía. También se le recordó que a la vuelta de Australia se fue de vacaciones a Ibiza con otras jugadoras del equipo. Se le insinuó que tampoco se había resistido tanto. Y la delantera del Tigres mexicano dejó la frase que desnuda el océano de ignorancia y mala fe que rodea a todo lo relativo a la violencia contra las mujeres:
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– No tengo que estar llorando en una habitación para dar a entender que eso no me gustó.
Con una claridad meridiana, Hermoso estaba denunciando el patrón que se repite tras cada caso de violencia, el relato sobre cómo deben ser las mujeres antes, durante y después de una agresión. Cómo son cuestionadas de forma sistemática. Un sector de la población aún cree –y es capaz de señalarlo de forma transparente ante un juez, en un proceso retransmitido en directo– que la 'buena víctima' debe mostrarse destruida y recluirse en casa, lo que no hace sino confirmar la posición de poder del agresor, capaz de destruir una vida. Sin embargo, Hermoso dice que no lo admite y punto. Que ese individuo no tiene talla ni entidad para destrozarle nada pero que no le gusta lo que lo hizo, lo rechaza y toma medidas porque es un delito y tiene razón y derecho. Y que por eso se sienta delante de un juez, para pedir justicia, no compasión.
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Esto, que debería de ser básico, tiene la categoría de hazaña. Hermoso lo hace porque tiene los conocimientos, porque es una mujer fuerte y porque puede, no es una persona cualquiera sino una campeona del mundo. Cabe sospechar que su condición de figura en una liga extranjera le ayuda, porque puede intuirse que soportar la presión que sufre jugando en un equipo español habría sido mucho más difícil, visto cómo está el patio.
¿Cómo está el patio? El juez José Manuel Clemente Fernández-Prieto lo fotografió cuando amonestó a Pablo García Cuervo, exdirector de Comunicación de la Federación Española de Fútbol:
– ¡Por favor, no!, ¡ya está bien! Perdone, mi paciencia está llegando a un límite. Usted viene aquí a declarar, basta ya de esas contestaciones, ¿eh? Quiero saber las cosas con claridad, no con chulería.
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O al rato, a Luis de la Fuente, seleccionador masculino:
– Perdón, usted viene a hablar de lo que se le pregunte. Uno no elige de lo que va a hablar. Viene como testigo a responder a lo que se le pregunte.
La chulería, la arrogancia, el machismo –la fiscal es una mujer–, el tono desafiante de varios de los acusados y testigos es impresionante. Y lo peor es la sensación de que actúan así de forma totalmente natural, espontánea. Es su manera de andar por la vida. Acostumbrados a manejarse en un entorno de poder vertical donde unos se hacen favores a otros y construyen así un poder absoluto, en su cabeza ni siquiera conciben que estén abusando de él, y lo confirman con toda naturalidad aunque estén sentados en un banquillo de acusados. Les sale así. Su modus operandi a base de coacciones que está aflorando en el juicio es terrorífico (y también recurrente en los casos de violencia contra las mujeres en todos los ámbitos).
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Ganar el Mundial femenino alegraría sin duda a los seguidores del equipo español, pero para el resto aquella victoria tuvo un valor mucho mayor. Todo lo sucedido sacó el triunfo de lo futbolístico y lo elevó a una dimensión superior, ciudadana. Sin el escándalo, la victoria habría sido un drama porque habría enviado a la sociedad un mensaje terrible: que la amenaza, el desprecio y el descrédito público son armas admisibles para conseguir ciertos fines. Pero el sometimiento es lo contrario de la democracia.
El éxito de Hermoso, no doblegarse, ha sido muy caro para ella. Un precio casi inasumible, como han detallado sus compañeras de equipo que han ido dando testimonio en el juzgado, como la legazpiarra Irene Paredes. Hermoso sabía lo que se le venía encima pero hizo lo que creía que debía hacer. Sabía que iba a ser cuestionada y que se invertiría la carga de la prueba. Es muy fácil aplaudir un gesto de valentía así desde fuera, sin arriesgar nada. Por muy fuerte que sea una persona y sólido el entorno que le apoya, cuando una mujer en esta situación se enfrenta al sistema siempre llega el momento en que debe afrontar la soledad. Las dudas de si está haciendo lo correcto.
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Esas cinco palabras, «no tengo por qué llorar», son otra victoria. Una más.
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