El Mundial de fútbol ha sido una historia de poder, en su expresión más auténtica y contundente. Pese a las escaramuzas iniciales, Qatar ha prevalecido y su triunfo resulta incuestionable. La preocupación por los derechos humanos en el emirato cayó eliminada como Alemania, en la ... primera fase. Desde ese momento, no ha habido remilgos. Se ha jugado a vida o muerte en los estadios, sin consideraciones adicionales. Ni los escrúpulos previos ni el escándalo de compra de voluntades en el Parlamento Europeo han hecho el más mínimo rasguño a la apuesta qatarí. Lo que buscaban era exactamente esto y si hubieran podido elegir el resultado deportivo, habrían firmado el desenlace final, con Messi ganando «el Mundial que le debía el fútbol», una expresión extraña pero que genera una asombrosa aprobación general.
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Nadie capturó el clima como Vincent Duluc en la previa de la final en L'Equipe. Por algo es la firma número uno del prestigioso rotativo parisino. «Francia –escribía el cronista– tendrá que afrontar las lesiones, un virus, su propia incapacidad para dominar un partido completo y también, ahora, el deseo del mundo entero de ver al argentino (Messi) triunfar en su último baile, rodeado del mismo afecto y la misma expectativa que Michael Jordan o Roger Federer en su crepúsculo, en el corazón de las misma búsqueda histórica y estética. Solo esperan la derrota de Messi algunos brasileños, los aficionados del Real Madrid y los fans de Cristiano Ronaldo».
No queda nada de la polémica de los brazaletes y nadie se acuerda de los jugadores de Alemania tapándose la boca en el primer partido. Hasta eso le salió bien a Qatar. La FIFA embridó a todas las selecciones que amagaron con protestar y la que lo hizo cayó en primera ronda. Y sin que mediase escándalo alguno. Todo el mérito del descalabro alemán debe otorgarse a la tropa de Flick. De otras selecciones que dijeron algo antes de viajar a Qatar no hubo noticias. ¿Jugó Dinamarca el Mundial?
Qatar ha dado una exhibición del poder del dinero y una lección práctica de en qué consiste el poder blando. La imagen del emir de Qatar, el presidente de la FIFA –el mismo Infantino de «hoy me siento gay, mujer y trabajador inmigrante» del inicio del Mundial, aquella época remota– y Messi con la copa resume el triunfo del torneo, sobre el que, por otra parte, ciertos sectores habían depositado espectativas excesivas.
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El deporte es una de las grandes manifestaciones de la cultura popular, pero es una expresión conservadora. Si bien difunde valores muy positivos como la solidaridad o el compañerismo, se basa en la dualidad victoria-derrota, lo que inevitablemente deja víctimas en el camino. Los valores ilustrados de igualdad y fraternidad no rigen en un campo de juego. Pedir a unos futbolistas –aunque sean los mejores del mundo– que asuman la labor de ariete contra un régimen tiránico con el que mantienen buenas relaciones todos los países poderosos del mundo es pedir demasiado. Y Qatar se sabía a salvo desde el principio.
En el fútbol, nada simboliza ese desempeño del poder de forma subsidiaria como los árbitros. Duluc teorizaba en L'Equipe sobre las opciones de Francia y concedía que «será difícil separar esa búsqueda (de Messi) y la amenaza que representa, pensando además en la forma en que su despedida de la Copa del Mundo puede ser arbitrada, en una competición en que Argentina ha obtenido cuatro penaltis». Uno más en la final sirvió para abrir el marcador, aunque luego Francia dispuso de dos. El polaco Marciniak era como el piloto del Enola Gay sobrevolando Hiroshima. Intervino, pero no tuvo que pulsar el botón rojo. Argentina no puede quejarse de persecución arbitral durante el torneo.
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El sentido del Mundial era el blanqueo y el lujo. Y nada más lujoso que Messi. Los blanquísimos rostros de los aficionados argentinos en Qatar contrastaban con las tonalidades más variadas y oscuras de la multitud en la celebración junto al obelisco en Buenos Aires. La imagen de Messi alzando el trofeo con la túnica que le impuso el emir como un Moisés que acaba de cruzar el mar Rojo guiando a su pueblo queda para la historia. Como la de Michael Jordan volando que ahora explota Nike, la firma que viste no por casualidad al PSG de Messi y Mbapeé. La final era un win-win para el club parisino de propiedad qatarí. La maniobra perfecta.
Futbolistas ahorcados cuelgan de las grúas en Irán y el próximo Mundial será en México, Estados Unidos y Canadá, y un muro separa los dos primeros países. Habrá que ver si alguien tiene algo que decir. Estados Unidos desmanteló la vieja FIFA precisamente por otorgar este Mundial a Qatar. La organización que rige el fútbol mundial desagravia al amigo americano en la próxima edición. Otra historia de poder. Nadie que conozca la historia del deporte puede extrañarse.
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