De joven, el andorrano Albert Llovera (57 años) vivía la vida a toda velocidad. Parecía destinado para triunfar en el esquí alpino, siendo el deportista más joven en los Juegos de Invierno de Sarajevo, con 16 años,
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hasta que un brutal accidente en una carrera ... le dejó en silla de ruedas. «Y tuve suerte», asegura. Lejos de lamentarse y de tirar la toalla, aceptó la nueva realidad que le había tocado vivir y se adentró en el mundo del motor sport. Jovial, activo y con muchas ansias de velocidad, este año ha afrontado su noveno Dakar, sexto en camiones, junto a su sobrina Margot en la navegación. Esta semana ha visitado Usurbil, donde la casa Ford Trucks España le homenajeó.
– ¿Qué tal le hemos tratado en Gipuzkoa?
– Fenomenal. Es una tierra que me encanta. San Sebastián es sin ninguna duda la ciudad más bonita de España. Estudié en Bilbao y siempre que podía me acercaba a Donostia. Lo de estudiar es un decir porque no pegué ni sello. Tuve una novia que vivía cerca de Villabona. De Bilbao pasé a Vielha, donde ya sí estudié y lo compaginé con el esquí, dentro del equipo.
– Y ahí se produjo el accidente que ha marcado su vida.
– Iba como un tiro. Participaba en la Copa de España, Mundiales... Hasta que en la Copa de Europa tuve el accidente. Fue en la línea de meta. Se me cruzó un juez de la federación, algo que no pasa nunca y no le guardo rencor. Era un día complicado, con mucha niebla, y llovía. La desgracia para mí es que él medía dos metros y pesaba 130 kilos. Yo iba a 103 kilómetros por hora y pesaba 63 kilos. No le vi. Cuando me iba despertando, me quedé en coma, no sabía lo que me había pasado. Fui rebotando de hospital en hospital. Nadie me quería porque era una lesión muy mala. Tenía todas las costillas del lado izquierdo rotas, el esternón por el medio, una clavícula y un omoplato rotos y una lesión medular a nivel dorsal 3-4-5, donde tenemos el pecho.
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– ¿Y cómo le afecta para conducir?
– Me afecta. No tengo abdominales ni paravertebrales. Llevo un corsé hecho en mi ortopedia de termoplástico para que aguante el tronco. Pero aún así, como vas todo el rato saltando y golpeando el suelo, pierdo seis centímetros y se me clava el diafragma por dentro. Duele mucho, pero no lo siento. Lo primero que hacen es volverme a mi posición inicial. En el Dakar, cuando llegamos al vivac, me bajan del camión y mi osteópata me hace estiramientos en un camilla para que mi cuerpo vuelva a la posición inicial, con lo que gano seis centímetros. En este último Dakar recuerdo que me dolía la cabeza fuera de lo normal y estaba relacionado con que se me había salido una costilla. Ni me había enterado.
– ¿Qué tiene el Dakar que no tengan otros rallies?
– Es bastante adictivo. Puedes ser quien quieras, que allá no eres nadie. Luchas contra los demás equipos, pero la mayor parte del tiempo, que es un tiempo muy largo, luchas contra ti mismo. Tienes que pensar mucho en tu cuerpo, en la mecánica y te encuentras con muchos imprevistos.
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– Sólo pensar en que tenga que salir rápido del coche en caso de incendio...
– No lo pienso. Sé que lo hay, pero el riesgo me acompaña todo el año, en los rallys y la vida ya es un riesgo. Si te quedas en casa tienes el riesgo que se te caiga el techo o el cerebro. Es más importante estar activo. Yo se lo digo mucho a la gente que ha tenido algún accidente, problema o discapacidad, que hay que estar activo y apoyarse mucho en el deporte para tener la mente clara y cansadita y no darle vueltas a las tonterías. Recuerdo que en el Mundial de Segunda categoría fui yo quien saqué a mi copiloto con el coche incendiado.
– ¿Qué le llevo a dar el paso al Dakar?
– El de África (2007) fue el de mi debut. Me llamó el equipo Isuzu, el fabricante de Japón, y pensé que era una broma. Yo corría rallyes y la única arena que había visto era la de cuando iba a la playa con mis padres. Me dijeron que me habían estado siguiendo en el Rally de Finlandia –acabó décimo– y que me querían a mí. Esa fue mi entrada en el Dakar, pero continué haciendo rallyes, que era lo mío. Luego, en 2012, Nasser Al-Attiyah coincidió con mi hija en los Juegos Olímpicos de Londres, me llamó y me dijo que tenía que volver al Dakar. Y ya en 2014, entré en el Dakar a tope. En el Mundial de Rallys, Nasser y yo éramos los únicos pilotos que habíamos ido a las olimpiadas y, cuando estábamos con Sainz, Loeb y todos estos, él siempre decía: 'sí, sí, vosotros sois campeones del mundo, pero los únicos pilotos olímpicos somos Albert y yo'.
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– ¿Hay algún prototipo de camión adaptado?
– No tengo problema en eso porque soy bastante polivalente. Corro bien en asfalto, tierra, arena, hielo, con tracción delantera, trasera, con cuatro ruedas motrices... Lo que me den. Me adapto a cada marca y especialidad. Me subo al camión, que pesa 9.000 kilos y estoy a casi tres metros de altura. Las fuerzas G son totalmente diferentes porque estamos hablando de un camión de 1.000 caballos. Tiene chispa. Además, corre un montón. Nosotros estamos limitados a 140 km/h, pero en los test de Marruecos lo puse a casi 190 y aún podía más.
– ¿Se trabaja lo suficiente para hacer adaptable el deporte a las personas con discapacidad?
– Fui la primera persona en tener licencia para competir en automovilismo y tardé casi dos años en conseguirla. Me la dieron por pesado y he competido contra los mejores. Creo que la gente con discapacidad quiere hacer deporte, pero el problema está en que todo el mundo tiene medallas porque hay trescientas categorías. Yo nunca he querido que hiciesen una categoría para cojos. Si la hubiera habido, no me dedicaría a esto. Compito con inclusión, si voy con la silla de ruedas o no, es mi problema.
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