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La prohibición de acceso al público a todos los recintos deportivos, incluidos los frontones, trae consigo efectos colaterales. No solo a las empresas y a los pelotazales. También a otros colectivos como el de los corredores de apuestas, que ven cercenada su actividad de forma inesperada. Ya no se desplazarán a los festivales al carecer de clientes potenciales en las gradas hasta que concluya el mes de noviembre.
Benjamín Lazkano tiene 70 años y lleva medio siglo ejerciendo de corredor de apuestas. Sorprendido por los acontecimientos, reconoce que «ya no nos permiten ir a los frontones. Las empresas nos han notificado que al no haber público, no acudamos. En los últimos tiempos estamos trabajando por puro romanticismo. Los desplazamientos nos cuestan dinero y ahora apenas cruzamos unas pocas papeletas. Antes se manejaba dinero en los frontones, pero de un tiempo a esta parte la apuesta casi ha desaparecido. Desde 2008 hasta hoy ha descendido en un 95%. No sacamos ni para gasolina. La gente mayor tenía posibles, pero los jóvenes, tal y como está la economía, bastante hacen con hacerse cargo de todos los gastos que tienen».
A juicio del artekari zizurkildarra, «la mayoría de lo que se trabaja a día de hoy en los frontones entra a través de los teléfonos móviles. Pero si no hay público no puedes cruzar una apuesta con quien te llama». Es un puro ejercicio de supervivencia. «En estos momentos, nuestro trabajo no es rentable, pero siempre estamos dispuestos a echar una mano. Tenemos la esperanza de que vuelva la normalidad pero si nos quedamos en casa, ¿qué hacemos? No concibo un partido de profesionales sin corredores. En Francia, por poner un ejemplo, los frontones parecen cementerios. La pelota pierde parte de su espectáculo sin ese run run antes y durante los partidos. A la gente le gusta saber cómo sale el dinero».
La Liga de Empresas cuenta con ocho corredores de apuestas. La mitad son veteranos, pero el resto deben seguir trabajando para llegar a la jubilación. Atrás quedaron los años de vacas gordas en los que durante un festival se podían cruzar hasta 60 papeletas. En la actualidad, se dan de bruces si logran casar media docena. Hay días que regresan a casa de vacío. «El panorama es muy negro», apunta Lazkano. Pero mientras hay vida, hay esperanza.
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