Luis López
Viernes, 9 de octubre 2015, 10:53
Cualquier viajero vasco lo habrá notado. Da igual que quiera viajar a Katmandú, a Yakarta o a Buenos Aires: entre las opciones más rápidas y económicas que encontrará para llegar a su destino aparece Turkish Airlines. ¿Casualidad? Por supuesto que no. La aerolínea turca está ... viviendo una impresionante época de expansión que le ha conducido a ser la firma del planeta que más países conecta: 110, y vuela a 277 aeropuertos diferentes. En 2014 transportó a más de 50 millones de personas, y sólo en el primer semestre de este año ya había sumado 28,5 clientes. Su previsión es que al terminar 2015 la cifra llegue a 63 millones. Eso supone más que duplicar los números de hace sólo cinco años, cuando sumaron 29, y cuadruplicar los de 2006. Y todo ello, en plena crisis económica. Al mismo tiempo, ha sido galardonada como la mejor aerolínea de Europa durante los últimos cinco años.
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¿Qué pasa con los turcos? ¿Cómo es posible que haya alcanzado tales cotas de excelencia y crecimiento la aerolínea de un país que ha dejado de ser un imperio hace casi un siglo y dista mucho de ser una superpotencia? El primer ejecutivo de la firma, Temel Kotil, suele apelar a los valores obvios de eficiencia y optimización de recursos. Pero sobre todo, apunta como principal activo de la firma -y esto es lo que hace a Turkish diferente- el haber sabido aprovechar la ubicación estratégica de Estambul en un momento en el que los principales centros económicos del planeta se están desplazando a Asia. Es un modo de volver a las esencias históricas que hicieron grande a Constantinopla, Bizancio y el Imperio Otomano durante casi dos mil años: servir de puente entre dos mundos. Unir Oriente y Occidente en un momento en que la globalización ha encogido el planeta hasta cotas impensables hace sólo unas décadas.
Un 'hub' global
La cuestión es que el aeropuerto de Estambul, esa ciudad con un pie en Europa y otro en Asia, se ha convertido en un 'hub' global de primer orden desde donde se puede llegar en menos de cuatro horas a sesenta países diferentes. Y esto se complementa con otra de las decisiones estratégicas tomadas por Turkish y que también explica su imparable expansión. Estamos hablando de su apuesta por implantarse en ciudades de tamaño medio (por ejemplo, Bilbao), para conectarlas directamente con la megaurbe turca. Y de allí, a cualquier lugar del mundo. Es decir, de Bilbao a casi cualquier punto del globo con sólo una escala.
Tal es la potencia del aeropuerto de Estambul -y su potencial- que para 2017 está previsto estrenar una nueva instalación que hará palidecer al actual Ataturk: la futura infraestructura será una de las mayores del planeta, con capacidad para recibir a 160 millones de pasajeros al año. Su construcción es respuesta al previsto crecimiento de Turkish, que está muy lejos de haber tocado techo. De hecho, sus planes de aquí a 2020 son mareantes y ya tiene firmados dos acuerdos para adquirir nada menos que 252 aviones (ahora tiene 295) en los próximos cinco años. Según sus planes, en 2020 la flota superará las 425 unidades con una edad media de sólo cinco años, lo que la situará como una de las más modernas del sector.
Emblema nacional
Con esta historia y semejante proyección no es extraño que Turkish Airlines sea una de las joyas de la corona del estado turco, motivo de orgullo nacional y emblema de la república fundada por Mustafa Kemal Ataturk. A la aerolínea le debe Turquía, en buena medida, la eclosión de su turismo y la implantación en su territorio de multitud de firmas vascas y españolas. De hecho, la participación estatal en la compañía es del 49,1% y sin el respaldo público difícilmente podría haber alcanzado la notoriedad que ahora tiene ni haber planteado planes expansivos como los que ahora aborda. Sobre este asunto, los ejecutivos de la firma se justifican al recordar que las compañías aéreas siempre necesitan el apoyo de los gobiernos -¿qué aerolínea no se ha beneficiado de él?- en cuestiones regulatorias, fiscales o en infraestructuras. Pero rechazan que los políticos condicionen su actividad.
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De hecho, el año pasado Kotil se pronunció en este sentido para alertar de que las injerencias estatales podían ser letales en la marcha de una compañía aérea. Y puso un ejemplo para demostrar que las decisiones de Turkish están únicamente sustentadas en criterios empresariales: «Si le dijeses a un Gobierno que te da fondos que vas a abrir una nueva línea a Mogadiscio te dirían que estás loco. Pero nosotros los hemos hecho».
El futuro está lleno de retos y Turkish parece afrontarlos con una base sólida. En el primer semestre de este año la empresa ganó 366 millones de euros, un 4,6% más que en el mismo periodo de 2014.
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