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JULIO DÍAZ DE ALDA
Lunes, 19 de junio 2017, 06:57
Si existe hoy un sector industrial terriblemente competitivo y en el que no hay amigos ese es el de la automoción. Un negocio que, afortunadamente para Euskadi, pues cuenta con muchas empresas, marcha viento en popa, pero en el que los grandes clientes finales (los fabricantes de coches) arañan hasta el último céntimo a sus proveedores. La presión no se acaba ahí, ni mucho menos, puesto que esa competición que no cesa se reproduce después dentro de cada multinacional, que con mayor o menor crudeza enfrenta a sus distintas instalaciones en busca de los mejores resultados y la excelencia fabril.
En ese entorno de locos, una moderna planta de componentes situada a la entrada a Zumaia lleva ya años brillando con luz propia dentro de un gigante con fábricas en los cinco continentes y que emplea, en total, a 58.000 personas. Hablamos de GKN Driveline, que con sus 402 empleados, sus 77 años de historia a las espaldas, su fuerte apuesta por la Industria 4.0 y una forma de hacer bastante diferente al resto ha logrado el reconomiento de toda la multinacional británica.
Un aplauso que se hizo público y visible a los ojos del resto de factorías hermanas, pero también competidoras, hace un par de meses en Amsterdam. Allí, los responsables de la planta recibieron una distinción que, en realidad, premiaba el buen hacer de todos los empleados de la instalación zumaiarra.
El galardón les sitúa, sencillamente, como la mejor fábrica de la división de Driveline (líneas de transmisión, motores eléctricos, diferenciales y controles de par), que a su vez cuenta con 26.000 empleados repartidos en 46 plantas y que factura cada año la friolera de 4.004 millones de euros.
Esa suerte de 'medalla', que ha sabido a gloria en Zumaia, no es en modo alguno casual y, analizada la trayectoria de la empresa, presenta un doble mérito: el propio de sobresalir en un marasmo tan complejo y competitivo y el que supone que esa excelencia productiva se haya logrado desde una posición no de debilidad pero sí de tiempos más oscuros y gracias al esfuerzo compartido de jefes y operarios.
Junto a esto, la distinción no se queda en un mero apretón de manos o una escultura de metacrilato, de esas que acostumbran a ser bastante feas. Según confiesa a DV el director general de GKN Driveline Zumaia, Txomin Oronoz, el grupo «ha comprometido diez millones de euros de inversión para mejorar y ampliar la planta de Zumaia».
Es más, subraya el directivo (que atesora 34 años de experiencia en la empresa), el empujón del grupo «nos garantiza al menos cinco años de tranquilidad». Ese dinero servirá, adelanta Oronoz, para poner en marcha en 2018 dos nuevas células de fabricación robotizadas (hoy existen 12, con 20 máquinas conectadas entre sí en cada una) para elevar la capacidad productiva un 20%.
Zumaia ha crecido mucho en los últimos años, y en la actualidad trabaja siete días a la semana. El responsable de la planta reconoce que «la estructura está ya un poco estresada». Así que, subraya, esas nuevas máquinas servirán para relajar a la plantilla. El objetivo, dice, «es ir a seis días de actividad semanales».
Al tiempo, la inyección financiera llegada desde Inglaterra permitirá ampliar la planta para crear una nueva zona de almacenaje de 1.000 metros cuadrados en la que desaparecerán las siempre peligrosas carretilllas para dar paso a pequeños trenes que transportarán las piezas que se fabriquen. En este proyecto participarán dos empresas vascas: LKS Ingeniería y Uría.
Los honores para Zumaia no se acaban aquí, pues la planta recibe este mes al comité ejecutivo y a la responsable de Recursos Humanos de Driveline (el grupo tiene otras dos divisiones: Aeroespacial y Powder Metallurgy). Y entre el 18 y el 20 del próximo mes de octubre acogerá la reunión del consejo de administración de todo el grupo. Eso, traducido al román paladino, es convertirse en la envidia del resto de factorías. La gloria.
La clave del éxito
¿Cómo lo ha logrado GKN Driveline Zumaia? ¿Cuál es su secreto? Oronoz explica que tres han sido las claves: «La confianza entre el equipo directivo y los trabajadores, el entorno y una estrategia centrada claramente en convertirnos en una planta que hace cosas complicadas y que nadie hace». «Eso nos ha hecho imprescindibles», celebra.
La carrera, relata Txomin Oronoz, comenzó allá por noviembre del año 2012, tras una reestructuración que no fue traumática y cuando la multinacional «estaba cerrando plantas». «Tenemos que hacer algo, nos dijimos, nos pusimos manos a la obra y lo hicimos», añade.
En ese momento, Zumaia inició su particular viaje al futuro. Abandonó la fabricación de transmisiones completas pues, reconoce el directivo, «no aportábamos valor añadido», y se centró en la producción de distintas partes de la transmisión de los coches como las tulipas macho (hoy hace 13.000 al día), las tulipas de soldadura (78.000 diarias), los trípodes (21.000 por jornada), así como el útillaje de forja (para GKN Legazpia). «En todo esto somos los mejores», dice, orgulloso.
El giro (que comportó también un cambio total de imagen de las instalaciones, que se han modernizado desde su recepción hasta el último laboratorio) se inició dentro, en la médula de la empresa. «Cambiamos toda la gestión interna; los trabajadores participan en el plan de gestión de la compañía y de cada departamento, tenemos una relación con el comité excelente y hay reuniones con la plantilla cada día, cada semana, cada mes y cada trimestre», afirma.
Otra característica distintiva de Zumaia -y que le convierte en destino de peregrinación dentro del grupo- es su organización. Y es que todos los equipos (también en las oficinas) los conforman un responsable de calidad, otro de logística, otro de ingeniería de fabricación y un cuarto de ingeniería de producción. Parece una tontería, pero supone una revolución que permite que cualquier problema sea de todos y, por tanto, todos se involucren en la solución. «Eso nos da una agilidad en las decisiones, una comunicación entre personas y una respuesta a los clientes muchísimo mejor que el resto», resalta Oronoz.
«No se puede olvidar que aquí al lado tenemos multitud de empresas que nos ayudan en muchas tareas, unas universidades y centros de formación profesional que son excelentes, aunque nos cuesta contratar a algunos perfiles, y unas administraciones que también echan una mano, acompañando y en el ámbito fiscal», resalta. «El ADN de los vascos también ayuda; yo no veo por ahí fuera el compromiso con la empresa y la honestidad que hay aquí», concluye el directivo.
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