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España lleva dos décadas vanagloriándose de ser 'el mejor amigo de China en Europa'. Sin embargo, ese título que se arrogó José Luis Rodríguez Zapatero ... para estrechar las relaciones económicas con el gigante asiático, y que luego lució también con orgullo Mariano Rajoy para atraer inversiones, puede convertirse ahora en una declaración de guerra para Estados Unidos. Es de lo que advirtió sin paliativos el secretario del Tesoro, Scott Bessent, este miércoles, víspera de la llegada de Pedro Sánchez a Pekín.
Aunque el viaje del presidente del Gobierno estaba programado desde hace meses, en ambas superpotencias se interpreta ahora como una gran ocasión para buscar una respuesta común a la guerra comercial iniciada por el presidente Donald Trump, cuyos gravámenes contra China -del 104%- y la Unión Europea -20%- entraron ayer en vigor. «España promueve que la UE pivote hacia China para hacer frente a los aranceles de Trump», titulaba Bloomberg desde la orilla americana del Pacífico. «China y España profundizarán en su confianza estratégica mutua», informaba el Global Times, diario controlado por el Partido Comunista de China.
También desde la orilla asiática, uno de los analistas de la Academia China de Ciencias Sociales, Zhao Junjie, enmarcaba la visita de Sánchez en el «cambio de mentalidad» que se está produciendo en la UE. «Las crecientes desavenencias con Estados Unidos, la escalada de los conflictos comerciales y el declive de la confianza política mutua han generado considerable ansiedad entre sus responsables políticos. En consecuencia, mantener estrechos lazos económicos con China se ha convertido inevitablemente en una opción estratégica para la UE momento en que la relación transatlántica se está fracturando», escribió.
En una entrevista con la cadena Fox News, Bessent atribuyó a un funcionario español la intención de impulsar este giro para alinear a Europa con China y aseguró que «es una apuesta perdida para los europeos». Es más, en su opinión, «sería como cortarse el cuello». El secretario del Tesoro explicó por qué señalando que el gigante asiático, «cuya economía es la más desequilibrada en la historia moderna», buscará mercados alternativos para vender los productos que dejan de ser competitivos en Estados Unidos. «Desembarcarán en las costas europeas», avanzó Bessent, en un miedo que sí existe entre las empresas europeas, temerosas siempre del exceso de producción de China, y recalcando que la UE debe sumarse a la presión que Trump está ejerciendo para que China reequilibre su economía.
La respuesta del gobierno español no se ha demorado. Desde Vietnam, Sánchez ha aseverado que «nadie gana con una guerra comercial» y ha subrayado que quienes más pierden son «los trabajadores y la clase media». Por su parte, el ministro de Agricultura, Luis Planas, ha criticado la agresividad de Washington. «Sinceramente, esta no me parece una forma respetuosa de negociar con socios comerciales que también comparten principios y valores», ha respondido a pregunta de los periodistas que siguen el viaje oficial de Sánchez por los dos países comunistas. «Pretendemos no solo llegar a una solución negociada con Estados Unidos, sino también defender los intereses de Europa y de los países europeos. Y esto es perfectamente legítimo», ha apostillado.
Desde Madrid, el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, se ha mostrado más conciliador con la superpotencia americana, a la que ha tendido la mano para la negociación. «Somos conscientes de que hay que proteger esta relación entre Europa y Estados Unidos y en ello vamos a estar», ha declarado.
Esas son, precisamente, las palabras que Trump quiere escuchar. A pesar del descalabro de las bolsas, la venta masiva de deuda estadounidense y de la amenaza de un sustancial incremento de los precios en el mercado doméstico -calculado por la Tax Foundation en 1.900 dólares por familia para 2025-, el exmagnate está convencido de que va por el buen camino. De que este es solo un bache temporal y lógico en una reordenación del comercio mundial que acabará beneficiando a la primera potencia mundial.
Muestra de ello, según afirmó el martes por la noche -madrugada del miércoles en España- durante una cena con congresistas republicanos, es que más de 70 países ya «han llamado para besarme el culo, desesperados por llegar a un acuerdo, diciendo 'por favor, señor, negociemos un trato, haré lo que sea'». Tan seguro está Trump de estar haciendo lo correcto que en ese mismo escenario incidió en los aranceles que va a imponer a las propias farmacéuticas estadounidenses. «En cuanto lo hagamos, volverán corriendo a producir aquí, porque somos el gran mercado», comentó en su habitual estilo chulesco.
Pekín ha decidido plantear batalla frente al órdago arancelario de Trump. «Lucharemos hasta el final», advirtió el martes el portavoz del Ministerio de Comercio, y ayer el país contraatacó imponiendo aranceles del 84% a los productos estadounidenses y añadiendo a doce de sus empresas, sobre todo tecnológicas, a la lista negra que impide comerciar con ellas. «Es una pena que los chinos no quieran sentarse a negociar, porque son los principales causantes de los problemas que tiene el comercio internacional», afirmó el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent. «Y estoy seguro de que esta escalada les va a perjudicar», sentenció.
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