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Su novela 'El coleccionista de mundos' le valió a Ilija Trojanow (Sofía, Bulgaria, 1965) entre otros premios el de la Feria del Libro Fráncfort en 2006. Con una azarosa vida, marcada por la huida de sus padres desde su Bulgaria natal por cuestiones políticas, ... Trojanow se ha significado siempre por la defensa de los más débiles, y un discurso que supone una crítica feroz contra la «letal lógica» del capitalismo actual, o tardío, como prefiere denominarlo.
En este tono transcurre su último ensayo, 'El hombre superfluo' (Plataforma Editorial), en la que describe un escenario casi apocalíptico dominado por unas élites dirigentes que se han propuesto prescindir de quien no tiene cabida en este mundo, puesto que la superpoblación es «el mayor problema de nuestro planeta». ¿Y a quiénes se re reserva tan cruel destino? Pues al hombre superfluo, que desde una perspectiva de economista, sería aquel incapaz de producir nin consumir, al menos en una suficiente medida.
Por supuesto, nos recuerda Trojanow, casi nadie -quizás en algún mal día- se considera a sí mismo superfluo. Pero, en tanto que «el acto de ser ha sido sustituido por el de consumir», esa categoría de «persona» excluye a mucha más gente de la que podamos imaginar. Personas «que cuidan de un padre con problemas de salud», o de «un familiar de la pareja con problemas de demencia, o se dedican a sus hijos en su condición de madres solteras» entran dentro de ese saco preparado para tirar al vertedero del mundo capitalista. «Quien prepara un café común y corriente a un hijo impedido físico es un cero a la izquierda, pero quien sirve un expreso a su jefe es un asistente. La atención no comercial es blanco del desprecio, cae en la marginación social», se lamenta.
El autor búlgaro cree que el sector de los servicios , «eufemismo para designar trabajos mal pagados y monótonos, cuando no humillantes», ha conseguido acoger en parte a ese «creciente» número de personas que adquieren la condición de superfluas, pero advierte de que «esto solo puede ser una tendencia temporal».
Trojanow recuerda bárbaros episodios históricos de supervivencia extrema: naufragios en los que los más débiles son echados del bote salvavidas, en el mejor de los casos. En el peor, son devorados como alimento de los más fuertes. Y viene a decir que «por brutales y bestiales que puedan parecernos» tales acontecimientos, «no se diferencian esencialmente de las interdependencias sociales y económicas que predominan hoy en el mundo ni de sus catastróficas consecuencias». Habla, por ejemplo, de la sobrepoblación del planeta, una plaga atribuida por la visión occidental de la historia a países pobres y atrasados, cuando, recuerda, los más densamente poblados -y los que tradicionalmente han consumido más recursos energéticos- son los europeos. También se refiere al cambio climático, a la decadencia del imperio del trabajo asalariado, o del desempeñado por humanos, items que configuran lo que «no es una pequeña crisis del capital que pronto será superada por la vía que nos conduce hacia los paisajes florecientes del pleno empleo y de la justicia social, sino un problema estructural inmanente que se agudizará».
A su juicio, ya no seré suficiente con controlar dichos «procesos negativos» con una «inspirada política impositiva o inversionista, o con un aumento del consumo». Es algo que, recuerda, ya plantearon los «primeros economistas burgueses», entre los que cita a John Stuart Mill. Este expresó su convicción de que el crecimiento capitalista era importante, «pero que alcanzaría en algún momento un límite en el que un mayor crecimiento sería poco deseable», así que sería preciso «volver a la contemplación para tener tiempo para uno mismo y para la naturaleza».
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