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El pasado lunes la patronal de las grandes compañías eléctricas, Unesa, oficializaba el cambio de presidencia al nombrar a Marina Serrano en sustitución de Eduardo Montes después de siete años de mandato. Un relevo que va más allá del cambio de cromos, y que refleja ... el nuevo rumbo que pretende tomar el 'lobby' por antonomasia del sector. La nueva presidenta de Unesa -licenciada en Derecho por la Universidad de Zaragoza, en Filosofía y Letras y diplomada por el Centro de Estudios Constitucionales,- accede al cargo «en un momento en el que el sector energético necesita afrontar retos muy importantes, y en el que es ineludible avanzar en la transición energética hacia un sistema plenamente descarbornizado», según sus propias palabras.
En el camino hacia ese nuevo escenario -marcado además por la creciente competencia en el sector-, Unesa quiere buscar la complicidad de quienes aún hoy se encuentran en otro bando distinto. Hablamos de las empresas del sector de la energía renovable, que siempre han recelado del papel que la patronal ha desempeñado en los últimos años. Una etapa convulsa, marcada por la reforma eléctrica del Gobierno del Partido Popular, en la que ha jugado un papel destacado el presidente saliente, Eduardo Montes.
Tal vez más incluso del que las propias integrantes de Unesa (Iberdrola, Endesa, Gas Natural Fenosa, EDP España y EOn España) habrían deseado muchas veces. Montes ha sido durante los últimos siete años el rostro -no siempre amable, desde luego- y la voz de la gran patronal eléctrica. El encargado de fajarse con los poderes políticos en una época en la que se hubo de acometer una gran reforma del sector dirigida, sin disimulo alguno, a atajar el desbocado déficit eléctrico. El mundo de las energías renovables (asociaciones, empresas) y el de las asociaciones de consumidores y usuarios eléctricos acusaron siempre a Unesa de maniobrar en los despachos para minimizar los destrozos causados por la reforma del ministro José Manuel Soria.
En ese tiempo el precio de la luz se disparó, fundamentalmente por el aumento -prácticamente el doble- de la parte fija del recibo, ese cajón de sastre donde se imputan todo tipo de costes no siempre directamente relacionados con el suministro eléctrico. Eran momentos en los que la crisis económica golpeaba con toda su crudeza, y cuando se comenzó a acuñar el término de pobreza energética, que afectaba a todos aquellos ciudadanos que no podían permitirse encender las luces y poner en marcha la calefacción todo el tiempo que necesitaran.
Siempre que se le presentó la ocasión, Montes abominó de ese término, alegando que lo que había era pobreza, lisa y llanamente, sin ningún adjetivo posterior que lo acompañara. Y negaba sistemáticamente que la electricidad fuera cara -«los usuarios apenas pagan un euro al día», solía repetir-. Sus detractores le afeaban su falta de empatía con esa parte de la población que de repente empezó a sufrir como hasta el momento no lo había hecho ese alza en los precios de la energía, y también el leve tufo de arrogancia que solía desprender su discurso.
Más o menos afortunado, pero Montes siempre estaba -eso no se le puede negar- dispuesto a partirse la cara donde y con quien fuera por defender los intereses de la asociación a la que representaba. No se podía esperar menos de un hombre que siempre hizo gala de intrepidez, ambición y confianza en sí mismo. Cualidades que le llevaron a ser uno de los directivos que más alto ha volado en el mundo de la gran empresa.
Ingeniero industrial por la Universidad Politécnica de Madrid -ciudad en la que nació en 1951- Montes se labró una carrera profesional que alcanzó su mayor cota de éxito en 2006 cuando se hizo con la vicepresidencia mundial y el puesto de consejero delegado en Siemens. La misma empresa que, 31 años antes, había abierto las puertas a un becario que tenía claro su objetivo. «Desde que entré, quería ser presidente. Y lo conseguí», ha admitido.
Pero el camino hacia la cima de una multinacional como la alemana, con 80.000 trabajadores bajo nómina, no fue lineal. A los seis años de llegar a Siemens se marchó ante la dificultad para avanzar en el escalafón. Su siguiente destino fue Inglaterra, en una pequeña empresa llamada P. A. Technology, a partir de la cual montaron una filial en España. Montes sería su consejero delegado. El siguiente sillón que ocupó fue el de director general de Standard Eléctrica, que posteriormente se convertiría en Alcatel. Fueron cinco años en los que el Montes ingeniero dio paso al Montes directivo, cuando se percató de que «lo mí era hacer carrera en el lado de la gestión». Entre 1993 y 1995 presidió la división de transporte de otro gigante, Alstom. Fue el definitivo trampolín que le impulsó, otra vez, hasta Siemens.
En un primer momento, como vicepresidente y consejero delegado de la multinacional en España. Cinco años después alcanzaría la presidencia, y en 2006 fue nombrado consejero delegado mundial de la división de telecomunicaciones. En no pocas ocasiones ha mostrado su «orgullo por haber llegado al comité ejecutivo de la empresa en la que empecé como becario». Y de haber sido, según sus palabras, «uno de los españoles con el puesto más importante en la industria».
En 2010, y después de un fugaz paso por el Grupo Villar Mir, Montes fichó por Unesa, lo que después de ocupar puestos ejecutivos del más alto nivel, consideraba «una culminación muy buena» para su carrera profesional.
Al margen de su labor de zapa en los despachos gubernamentales, Montes acometió una fuerte reestructuración de la asociación, que se saldó con el despido de un tercio del la plantilla. También ha tenido que lidiar con las desavenencias entre sus socios. Algunas ya vernían de atrás, como las surgidas tras el intento de OPA de Gas Natural sobre Endesa. Otras son más recientes, como la que han protagonizado Endesa e Iberdrola en torno al cierre de la central nuclear de Garoña. Disparidades de criterio que ahora se han trasladado a la manera en que cada una de ellas quiera afrontar la transición energética hacia un 'mix' eléctrico más respetuoso con el medio ambiente.
Siete años, en fin, más que convulsos, pero que tampoco han representado un reto especialmente complicado para un hombre que confiesa no haber tenido «una vida tranquila».
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