![Una lanza por el cooperativismo](https://s3.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/201905/07/media/cortadas/fagor%201-RLp7Jg48gUpRlQ3GDv9dITI-624x385@Diario%20Vasco.jpg)
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¿Se imagina que usted le tiene que decir a su compañero de trabajo, que ejerce la misma labor, que debe trabajar más horas, ganar menos y renunciar a su paga extra de Navidad? No se lo reclama el presidente, ni el consejero delegado que ... aparca su Mercedes en su sitio reservado, ni siquiera su encargado. Se lo ordena su colega de mesa, con quien ayer se fue de cena y toma todos los días el café. Y no lo ha decidido porque va en el cargo, porque le pagan más por tomar esas decisiones, sino porque un día optó por dar un paso al frente y responsabilizarse de su empresa. De hecho, mañana se enfrentará a una asamblea donde probablemente ya no volverá a tomar el café acompañado. Se llama cooperativismo, el mismo modelo que vio desplomarse a su máximo exponente –Fagor Electrodomésticos–, pero que también recolocó a los trabajadores caídos y da empleo a 51.000 personas en Euskadi. Un modelo sujeto a la crítica continua que nunca ha sido entendido por un sector del mundo empresarial, pero que el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, no duda en calificar de éxito.
Parte de las críticas que siempre ha recibido el grupo Mondragón, como gran referente del cooperativismo en Gipuzkoa, han estado motivadas por el exceso de celo con el que el grupo ha gestionado sus asuntos internos. En el mundo de la exposición pública, de Twitter y Facebook, el grupo, en líneas generales, sigue trabajando con las puertas cerradas. Nunca se ha preocupado de incentivar su faceta comercial, lo que le ha granjeado fuertes críticas, algunas merecidas, otras motivadas por puro desconocimiento. ¿Montar una empresa sin tener como única meta ganar, ganar y ganar? Lagarto, lagarto.
El informe de la UPV que revela los enormes fallos en la gestión del personal de Fagor Electrodomésticos no ha pillado por sorpresa a ningún cooperativista que haya tenido poder de decisión. «Hubo un tiempo en el que en Arrasate solo se hablaba de cooperativismo, era una religión. Fagor Electrodomésticos, el Vaticano. Nadie podía toserle. Mucho menos las cooperativas suministradoras de Fagor. Ella ordenaba. Las demás obedecían», explica un exalto cargo de una cooperativa guipuzcoana que sufrió el efecto tsunami de la caída del gigante de los electrodomésticos. «Pero mandar en una cooperativa no es nada fácil, sobre todo cuando las cosas van mal. ¿Mira dónde viven ahora los históricos de Fagor? Muchos en Donostia. A 50 minutos de Arrasate», apunta.
Y ese es precisamente el éxito y el riesgo del cooperativismo. Su consejo rector, el equivalente a un consejo de administración, lo forman socios de la cooperativa que han dado el paso de implicarse, a cambio de nada, para que la firma, entienden, siga respirando. No son pocos los consejos rectores que han dimitido en bloque ante el rechazo mayoritario a sus propuestas por parte de sus compañeros, el resto de socios trabajadores. ¿Quién quiere renunciar a la paga, o al ingreso de beneficios en la cartilla? ¿Quién quiere trabajar a tres turnos y el fin de semana? Y no son pocos los consejos rectores que han sido formados con las mismas personas que dimitieron, y que a la segunda o a la tercera sacaron sus medidas. Porque en una empresa, cuando las cosas van mal, hay que tomar decisiones duras. Y es en ese momento cuando se demuestra el pulso del cooperativismo.
Con Fagor Electrodomésticos no hubo más margen. Mientras en la década de los 80 y 90 las cooperativas abrían plantas en Polonia o en el sur de España para reducir costes, otras se negaban a trasladar toda su producción estándar, pese a ser conscientes, como dice el informe de la UPV, que con sueldos del Metal no se fabrican lavadoras competitivas.
Ahora, el mundo cooperativo espera que el Parlamento Vasco apruebe una ley que les dé más margen de cintura, que les permita aumentar la profesionalización de sus órganos gestores y contar con más campo de juego en el ámbito de la contratación. Bienvenido sea para proteger un modelo que permite a Gipuzkoa mantener a raya el desempleo. No es casualidad que las tasas más bajas del Estado se den en nuestro territorio, con gran penetración del mundo cooperativo. ¿Cuántos trabajadores han acogido Orkli u Orona tras abandonar cooperativas en problemas? La cola del paro de Lanbide es otra cooperativa. Con sus aciertos y desaciertos. Pero poner en duda la vigencia y el valor del movimiento cooperativo en Gipuzkoa demuestra, sencillamente, ignorancia o mala fe.
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