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Las polémicas declaraciones del ministro Alberto Garzón en las que criticaba las macrogranjas han levantado una polvareda de tales dimensiones que ha acabado por llegar ... a Euskadi. Tanto es así que el pasado jueves la consejera Arantxa Tapia se reunió en Aia con los sindicatos agropecuarios vascos. En este encuentro se consensuó un manifiesto en defensa de las pequeñas y medianas ganaderías familiares, precisamente como un modelo opuesto al de las explotaciones intensivas con miles de reses estabuladas.
En Gipuzkoa no hay grandes granjas de vacas para carne, pero sí pueden llegar al centenar de animales. Es decir, el bucólico mundo del caserío con apenas cuatro reses prácticamente ha desaparecido, pero estamos lejos de instalaciones como la de Caparroso, con 7.000 vacas, o la que se pretende abrir en Noviercas (Soria), con 20.000.
Los sindicatos vascos ven con recelo este tipo de explotaciones por su impacto negativo en el precio de la carne y, en consecuencia, la competencia que supone para los baserritarras. No obstante, subrayan que la ganadería intensiva responde a la demanda de una parte significativa de los consumidores que sacrifica la calidad por el precio.
Xabier Iraola
ENBA
Garikitz Nazabal
EHNE
Xabier Iraola, coordinador de ENBA, rechaza con contundencia las macrogranjas. «Son lo opuesto a nuestra ganadería familiar. Aquí no tenemos este tipo de instalaciones, pero la afección nos repercute a través de una bajada de precios generalizada, porque esa carne llega a los canales comerciales que apuestan por un producto económico y a granel». No obstante, reconoce que existen porque hay demanda de carne a bajo precio. «Son la nefasta consecuencia del sistema alimentario que tenemos y que nuestros consumidores incentivan con cada uno de sus actos de compra». Este sistema alimentario, advierte Iraola, «nos lleva imparablemente hacia la concentración en unas pocas unidades productivas donde la vinculación familiar, al pueblo y a la tierra brillan por su ausencia».
Iraola subraya que el modelo guipuzcoano, por el contrario, se basa en la calidad. La mayor parte de los ganaderos venden la carne a la cooperativa Urkaiko de Zestoa, acogida a la marca Eusko Label. Además de este canal, las ventas también se realizan directamente a las carnicerías o a los supermercados, a lo que se une que en los últimos años están surgiendo pequeñas iniciativas de colocación directa del producto por lotes.
El coordinador de ENBA reconoce que el futuro es complicado debido a la escasa rentabilidad de las explotaciones, a lo que se suma la subida del coste de los piensos. En consecuencia, en Gipuzkoa la mayor parte de los ganaderos comparten esta actividad con un trabajo ajeno al caserío.
Garikoitz Nazabal, presidente de EHNE en Gipuzkoa, también se muestra preocupado por el impacto de las macrogranjas ganaderas, pero extiende su inquietud a la producción agrícola en general, debido a la aparición de empresas «que están comprando tierra de cultivo para labrarlas de una manera que no tiene nada que ver con la fijación de la población en el territorio ni con los ciclos naturales».
Nazabal denuncia que la dinámica del mercado libre «te obliga a tirar los precios y los márgenes no dan lo suficiente. Esto conlleva que se vayan implantando grandes compañías y en consecuencia la desaparición de la ganadería y la agricultura familiar que han sido la base cultural de este país. Estamos casi en fase de extinción, pero la gente no se lo cree, quizá porque llevamos años diciendo que viene el lobo, pero es que ya viene».
El responsable de EHNE rechaza las críticas que recibe la ganadería como foco de contaminación. Por esta razón recalca que los datos hay que tratarlos con cuidado. En este sentido, indica que «no aporta mucho» tratar de definir cómo es la explotación 'tipo' de Gipuzkoa o el número de vacas más habitual en ellas. «Los caseríos que tenían nuestros abuelos –explica Nazabal– en los que sacaban adelante a los hijos ordeñando cuatro vacas hoy en día son inviables. Cualquiera que trabaje con ganado de carne está obligado a tener cuarenta o cincuenta madres y, si son de leche, un número parecido».
El responsable de EHNE evita hablar de cifras absolutas, porque subraya que lo más importante es conocer la proporción existente entre el terreno disponible y el número de animales, para así poder gestionar con equilibrio la comida y el abono.
Nazabal coincide con Iraola en que el futuro no es halagüeño. «Hay jóvenes que se dedican a esto porque les gusta y como un complemento a una actividad profesional que desarrollan fuera, pero para trabajar de lleno en el caserío se requiere que tenga viabilidad económica. Te tienen que cuadrar los números y no te pueden tratar como a un delincuente, porque lo que para nosotros es abono muy necesario, para otros son residuos».
Jon Arruti | Caserío Urki, Beizama
Las vacas de Jon Arruti pastan a placer por las extensas praderas que rodean el caserío Urki, de Beizama. Jon tiene 55 años y lleva toda la vida cuidando de la explotación que puso en marcha su padre. Ahora cuenta con 60 vacas madre, además de entre 40 y 50 terneros de cría, a los que hay sumar 120 cerdos de campo. La mayor parte del ganado vacuno lo vende para que sean sementales o madres en otros caseríos.
Arruti defiende con pasión el trabajo que se realiza en los caseríos vascos en contraposición con el de las macrogranjas. «Las diferencias son evidentes. Nuestro modelo guarda un equilibrio en la gestión de la tierra y de los animales. Mis vacas pastan en 80 hectáreas de praderas, no están estabuladas. Las macrogranjas también pueden disponer de grandes extensiones de terreno, pero su forma de trabajar es industrial, las vacas no están fuera como las nuestras».
Arruti subraya la función de los baserris como sostenedores del entorno natural y critica a aquellos que denuncian a las explotaciones ganaderas como focos de contaminación. «Los caseríos hay que valorarlos en su conjunto porque también hay árboles y praderas. Ese es mi caso y por tanto mi explotación no emite elementos contaminantes, al revés, es sumidero de CO2. La gente asocia vacas con contaminación y esa apreciación es un error. No nos damos cuenta de que donde hay vacas, si desaparecieran, su espacio sería ocupado y habría más ciervos y jabalíes».
Arruti indica que los informes del Gobierno Vasco (Ihobe) señalan que la agricultura y la ganadería representan el 4% de las emisiones de Euskadi. «Nos preocupamos por ese 4% y pasamos por alto el 96% restante. El problema no está ahí, sino en los combustibles fósiles. Mi explotación y la mayoría de las de Euskadi reducen la contaminación porque mantenemos los animales y también las praderas y el arbolado. Esa concepción de valorar el campo desde la ciudad es muy errónea, porque se hace desde el desconocimiento».
Arruti no defiende las macrogranjas, pero explica que su implantación surge ante un modelo de sociedad que está abandonando el campo, mientras las ciudades crecen en habitantes.«Hay que alimentar esas urbes –señala Arruti–. Es muy bonito que desde la ciudad se nos diga que debemos trabajar de forma ecológica. A nosotros, que generamos solo el 4% de las emisiones, se nos estrangula todavía más, cuando luego la propia sociedad no puede pagar ese modelo de agricultura o ganadería. Todos haríamos producción ecológica, pero la cuestión es si el consumidor es capaz de pagarla».
Arruti admite que ese tipo de megagranjas hacen daño a explotaciones como la suya. «Ellos se basan en costes y no en la calidad, aunque no dudo de que cumplirán con unos mínimos. No soy partidario de las 'macro', pero estamos ante un debate hipócrita, porque si esas explotaciones existen es porque el consumidor las demanda. La gran pregunta es si seríamos capaces de abastecer a la población con un modelo de producción más natural».
Respecto al relevo generacional en los caseríos, Arruti indica que «es evidente que cada vez somos menos. En mi caso, tengo tres hijos, de 22, 18 y 17 años. Todavía no se han decantado sobre lo que harán. Me ayudan cuando se lo pido, pero ahora están estudiando, eso es lo primero».
Ainhoa Otaño | Caserío Ipintza Barrena, Abaltzisketa
Ainhoa Otaño cuida de cuarenta reses de carne de raza pirenaica. Cogió las riendas del caserío Ipintza Barrena (Abaltzisketa) de la mano de sus suegros, ya mayores. Tomó la decisión para estar más tiempo con su familia, especialmente con su hija pequeña. Trabajaba en una panadería de Ibarra, con unos horarios que apenas le dejaban descansar. Señala que la labor en el caserío también es intensa, «pero más flexible».
Los animales de Ipintza Barrena pastan en los amplios terrenos del baserri y en verano suben a Aralar. Esta vida al aire libre, asegura Otaño, es una garantía de calidad de la carne que vende a la cooperativa Urkaiko. Y esta es, subraya, la gran diferencia con las macrogranjas.
No obstante, la baserritarra evita posicionarse frontalmente en contra de las grandes explotaciones. «Este es un debate abierto. No creo que en esas instalaciones haya maltrato animal, pero sí es verdad que sobre nosotros, que estamos dentro de Eusko Label, los controles son muy exigentes. Supongo que las grandes granjas también los pasarán, pero no sé si serán tan duros como los de aquí. También se critica que contaminan mucho. Los desconozco, aunque parece lógico que cuantos más animales tengas los residuos serán mayores».
Ahora bien, subraya Otaño, «lo que está claro es que en las explotaciones pequeñas el animal recibe un buen trato. Además, el alimento es el mejor, porque así lo exige el Label, y el campo está muy cuidado».
La baserritarra explica que no le afecta directamente la competencia de las macrogranjas, porque su principal cliente es la cooperativa de Zestoa citada anteriormente, «pero los carniceros sí ven que la gente opta por comer más barato y ahorrar dinero para, por ejemplo, viajar. Se notó mucho durante el confinamiento. Como se estaba en casa se consumían productos de calidad, pero luego se ha vuelto a la situación de antes, a gastar menos, aunque eso se acabe notando en la salud».
Otaño, al igual que las otras personas consultadas para este reportaje, lanza un envite a los ciudadanos. «Tienen que concienciarse de que lo bueno hay que pagarlo. No podemos competir en precio con las grandes explotaciones, nuestra fuerza es la calidad, por eso estamos en Eusko Label, pero si queremos comer bien hay que pagarlo. Eso era así antes, lo es ahora y lo será en el futuro. La gente tiene que decidir si quiere comer peor y barato, o bien y pagar un poco más. Yo creo que merece la pena optar por lo segundo»
La tendencia a consumir productos de bajo precio y otros factores, como el aumento del precio de las materias primas, han puesto en jaque al sector. El pienso, denuncia Otaño, se ha incrementado en 60-70 euros la tonelada. «Ese aumento se nota, porque el precio de la carne no ha variado. También sube el gasoil, la electricidad... Estamos ahogados».
Otaño indica que ante este panorama es difícil que haya relevo. «Hay jóvenes que viven en caseríos y les gustaría dedicarse a esta actividad, pero no se atreven y prefieren salir a trabajar fuera. De hecho, yo con cuarenta vacas no saco un jornal, así que mi marido se dedica a otra cosa para completar los ingresos familiares. La realidad es que cada vez van a ir quedando menos caseríos. Es triste, pero debemos reconocer que es así».
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