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Donald Trump encara las negociaciones de una manera que crispa los nervios. Primero lanza sus misiles dialécticos, auténticas brabuconadas, en las que amenaza a todo el mundo con la aplicación de medidas extraordinarias y utiliza en ellos un lenguaje propio de matón de barrio. Sus ... gestos son un poema y su principal objetivo es desairar a sus interlocutores. A continuación, el mundo se alarma, los mercados se derrumban y las previsiones económicas se ennegrecen. ¿Por qué? Pues porque todo el mundo cree que sus amenazas son reales y sus propósitos ciertos. Pues no deberíamos hacerle tanto caso, porque todo es parte de una cuidada escenificación, de una curiosa manera de negociar acuerdos que, al parecer, le ha dado muchos frutos en su larga y exitosa vida empresarial.
Gracias a esa táctica ha conseguido sembrar las dudas sobre una cruenta guerra comercial que ha asustado a Europa. La situación es kafkiana. El país más poderoso del mundo y la mayor potencia comercial, que ha conseguido convertir su moneda en el mayor activo de reserva del planeta, es decir el más beneficiado por un mundo sin barreras se convierte, de la noche a la mañana, en el principal usuario de las barreras de protección arancelarias, lo que entorpece el comercio y generaliza las represalias.
Donald Trump ha demostrado que puede con países pequeños -recuerde sus presiones sobre Centroamérica- y medianos, como México a quien ha doblado el brazo recientemente. También se las tiene tiesas a Europa que no sabe como defenderse de sus ataques, al no ser capaz de consensuar posturas comunes y de hacerlo a la frenética velocidad de los tuits del presidente americano. Pero con China no puede. Los chinos cuentan con tres grandes ventajas en su pulso con Trump. Por un lado son, ellos también, una inmensa potencia comercial. Por otro, tienen un sistema político y social que carece de las cortapisas y de los equilibrios propios de los sistemas parlamentarios democráticos. Y, por último, no existe una prensa libre que husmee y denuncie las prácticas y los comportamientos de toda la administración.
Por eso, el presidente Trump, que está dañado por el proceso interno del 'impeachment' levantado por los demócratas, necesita un acuerdo con China que se base en términos equitativos. Los chinos no son un ejemplo de buenas prácticas en casi ningún aspecto de la vida económica y comercial. Pero su solución no puede venir por la vía de unas amenazas unilaterales que no les asustan, debe proceder de los organismos multilaterales que gobiernan -o deberían hacerlo--, el comercio y las finanzas mundiales. Es muy sintomático que el orgulloso presidente americano se sumara personalmente a la negociación, cuando no estaba en la mesa su homónimo, el presidente Xi.
El acuerdo logrado no es la solución a todos los problemas ni acabará, por si solo, con esta inestable situación, pero sirve para aflojar la tensión y abre la puerta a que las cosas se amplíen y mejoren cuando el presidente Xi se siente a la mesa. China comprará más productos agrícolas americanos, lo que supone un guiño enorme a los votantes del Medio Oeste que pueden abrir la puerta a una segunda legislatura. Por su parte, los americanos eliminan algún arancel y retrasan los previstos hasta ver como termina todo. ¿Es poco o es mucho? De momento, es mejor.
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