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Si ha tenido la paciencia de leerme alguna vez conocerá mis obsesiones y sabrá que una de las cosas que más me irritan del comportamiento de nuestros dirigentes –aclaración: de todos, en todo momento, en todas las latitudes y de cualquiera de los colores existentes ... en la amplia paleta del panorama político– es su férrea resistencia a analizar, a posteriori, el resultado de sus iniciativas de gasto. Los políticos debaten hasta la extenuación los presupuestos al inicio, pero, una vez aprobados, solo les preocupa gastar las partidas previstas, no vaya a ser que el año siguiente se las recorten. Pero, después no analizan los resultados obtenidos por su acción, ni piensan si podrían haber hecho más con lo mismo o lo mismo con menos. El análisis coste-beneficio es una práctica habitual en las empresas que miran así el resultado de sus inversiones y repasan la precisión de sus plazos de recuperación estimados. Y, cuando no se gastan las partidas presupuestarias –una eventualidad demasiado habitual–, los gobiernos no analizan las razones. Les da igual que sea por su inutilidad que por un cálculo erróneo.

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