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La actualidad viene siempre en nuestra ayuda. Este verano, un paréntesis entre las pasadas broncas políticas de julio y las futuras broncas políticas de septiembre, podría haber sido más tranquilo, pero no. Los dos colosos mundiales han decidido enfrentarse en una batalla que no tendrá ... vencedores. Solo traerá vencidos. Entre ellos nosotros mismos, pues han decidido darse de palos en nuestras sufridas espaldas. Me refiero, claro está, al estúpido enfrentamiento comercial entre los Estados Unidos y China. A Trump solo le interesan las cuestiones internas y, dentro de ellas, solo las que afecten a su reelección en poco más de quince meses. El presidente Xi lo tiene fácil, en un país carente de opinión pública y donde todos obedecen sin rechistar a quien ordena. ¿Cabe mayor felicidad?
Poco importa que los consumidores americanos sean quienes, en definitiva pagan esos aranceles. A Trump le basta con que el encarecimiento de los productos chinos minoren sus ventas. Poco importa la flagrante vulneración de las normas básicas del funcionamiento de la Organización Mundial del Comercio de unas devaluaciones dirigidas desde el poder político. A Xi le basta con demostrar que no se le intimida con facilidad y que ya es un protagonista, ni es un partiquino.
¿Y los demás? Pues a mirar con miedo el espectáculo y a calibrar los daños provocados. Si se fija en cómo evolucionan estos días las cotizaciones de la Bolsa, verá que la economía mundial se tambalea con el estrépito de esta pelea de matones.
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