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La premier Theresa May tiene muy mala suerte. Ella no decidió celebrar el referéndum del 'Brexit' -eso fue cosa de su antecesor David Cameron, el jefe de la tribu de los 'Vista de Águila'-, pero le ha caído a ella la imposible tarea de negociar ... y concretar qué demonios es eso del 'Brexit', que supone para la sociedad británica y como quedarían las relaciones con los antiguos socios. Una tarea que se ha demostrado más imposible que difícil. May ha fracasado y no lo ha hecho por falta de imaginación, ni de tesón. Ha llevado hasta el Parlamento muchas propuestas que trataban de contentar a muchas sensibilidades tanto dentro, como fuera de su partido. Pero, ¡ay! el Parlamento británico, que otrora fue la cuna de la democracia, se ha convertido de pronto en un hospital mental para casos sin cura.
Pero mirar al pasado nos dice poco útil y nada bueno. Así que miremos hacia el futuro. ¿Qué viene detrás de la dimisión de la premier? Pues lo primero de todo vienen sus lágrimas de impotencia, su hastío de una pelea sin futuro y su decepción por no haber conseguido una propuesta que satisficiera a la mitad de la Cámara de los Comunes. No la ha conseguido porque esa propuesta no existe, como ha quedado demostrado en la reiteradas votaciones, a cual más humillante para ella. No solo no ha conseguido una postura común en Westminster, es que tampoco la ha logrado en su propio y rebelde partido, ni en su poco cohesionado gabinete.
Lo segundo que veremos es que los nombres que suenan con fuerza para sustituirla habitan la sala del hospital mental donde residen los casos más desesperados. Aquellos para quienes una salida dura y abrupta no es un inconveniente, sino un deseo ardiente. Aquellos para quienes las consecuencias económicas de tal decisión son cábalas despreciables, escenarios ridículos y cálculos interesados. Luego veremos a los conservadores tratando de salvar los muebles, en plena vorágine autodestructiva, en busca de una prolongación de la legislatura que retrase unas elecciones que podrían acabar con ellos. Más tarde veremos a alguien ir a Bruselas en plan 'orgullo soberano' exigiendo una renegociación de lo ya negociado para mejorar lo inmejorable, sin ninguna garantía de que ese nuevo documento -que no verá la luz-, guste a los parlamentarios británicos. Una pretensión a la que la Unión Europea solo puede dar una respuesta contundente y negativa.
La decisión de salida fue responsabilidad exclusiva de los británicos. Las negociaciones han sido complejas y el acuerdo alcanzado es un ejemplo de equilibrio delicado y compensaciones aquilatadas. La UE ni puede ni quiere abrir el explosivo melón de cambiar los documentos ya firmados. Así que, sin elecciones internas previas, caminamos hacia un 'Brexit' muy duro y más dañino. En el previsible caos sucesorio no será fácil concitar las fuerzas suficientes, que deberían ser muchas, como para convocar un segundo referéndum que pudiera terminar con la pesadilla actual. Si es que esta vez los británicos han aprendido la lección. Cuando votaron sabían que 'Brexit is Brexit', pero no sabían que 'This is Brexit' y que no hay más. Por eso, la opción más probable es que sigamos más tiempo mirando el espectáculo -si gana Boris Johnson eso está asegurado-, que llegue la fecha límite sin que se haya alcanzado un acuerdo que satisfaga a ningún tipo de mayoría y que todo se vaya al carajo.
La próxima vez que pase por Westminster -por donde siempre voy con una mezcla de asombro y envidia-, meditaré sobre el 'Sic transit gloria mundi' de la democracia. Y si me topo con un MP le daré un orfidal, para que calme los nervios. Hoy conoceremos los resultados de las elecciones europeas. Un caso asombroso en el que unos británicos divididos y radicalizados van a enviar a sus representantes al parlamento común. La mitad no quieren ir y la otra mitad no tendrá nada que representar. ¿Dónde habita la cordura en esta terrible locura?
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