JORGE BARBÓ
Lunes, 4 de agosto 2014, 00:48
Los García son maestros artesanos del encaje de bolillos aplicado a la factura de la luz. Lo bordan a la hora de evitar el temido corte, pagando los recibos que están a punto de vencer y dejando el resto para más adelante. Se han convertido ... en expertos en eficiencia energética, renunciando a la calefacción en invierno y confiando el calor de hogar en esa vetusta estufa catalítica que acumulaba telarañas en el trastero. En los últimos tiempos han obtenido un doctorado en economía doméstica en la especialidad del 3x2 y la marca blanca. Y también han incluido sus fogones en la guía gourmet de andar por casa al exprimir al máximo ese pollo enclenque del que se puede sacar un asado para cuatro, unas croquetas y un caldo. Los García podrían ser cualquiera de las 47.800 familias que, según la Encuesta de la Población en Relación con la Actividad (PRA), tienen a todos sus miembros en paro en Euskadi, una cifra que se ha multiplicado por cinco en los último siete años.
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En el último trimestre de 2007, entre los datos de la 'EPA vasca' se colaba un dato que entonces parecía dramático: 9.100 familias en Euskadi vivían sin nómina. Ninguno de sus miembros trabajaba: el dinero que entraba en casa procedía únicamente de la prestación por desempleo o de las ayudas. Siete años después, aquella situación, lejos de subsanarse, se antoja ahora casi idílica. El número de hogares vascos con todos sus integrantes en paro empezó a escalar desde 2008, con el estallido de la crisis, y se ha multiplicado por cinco, llegando a alcanzar los 49.200 a finales de 2013. Aunque seis meses más tarde la cifra ha descendido de forma sensible -en la PRA del segundo trimestre del año se contabilizaban 47.800 familias en esta stiuación-, la realidad sigue pesando como una losa.
Sin embargo, a pesar del drama que supone que en una familia ninguno de sus miembros en edad y en condiciones de trabajar puedan acceder a un empleo, la situación parece no traspasar la intimidad del hogar. Cada vez más personas han saltado de la clase media al comedor social, sí, pero la asfixiante situación parece no tener un reflejo equivalente en la calle. "Tras esa aparente normalidad hay mucho sacrificio, mucha negación de las necesidades más básicas", apunta el sociólogo de la UPV y senador socialista Imanol Zubero. Y aunque el hartazgo es generalizado -el paro es el principal problema para el 76,8% de los españoles, según el último barómetro del CIS-, muchas veces resulta inevitable plantearse cómo es posible que la situación no haya derivado en encendidas protestas sociales. "Que no se lleguen a los disturbios es un síntoma de madurez institucional", reflexiona el experto, al tiempo que explica que "las coberturas de desempleo, la política vasca de renta de garantía de ingresos (RGI), unidas al papel de la familia en toda España y en Euskadi en particular, junto a la ayuda del tercer sector, ejercen de colchón". "El problema es que se agoten", alerta el experto.
Vivir del abuelo
Y es que la ayuda familiar, que ha tejido una invisible y consistente red de rescate, está resultando fundamental para esas familias en las que en su hogar no entra sueldo alguno. "La tradición mediterránea, que hace que vivamos a muy pocos kilómetros de la familia favorece esa ayuda", explica Zubero. Una ayuda que no sólo va de padres a hijos. En muchos casos son los abuelos los que se han visto obligados a tirar del carro con su jubilación. A finales de 2012, un estudio de la Fundación La Caixa ya revelaba que la pensión de los abuelos suponía el único sustento para 300.000 familias en toda España. "Las importantes pensiones de jubilación de los 80 y 90 han permitido que las familias puedan tenerlas como principal ingreso. Pero ahora están menguando, cada vez hay menos de esa entidad", avisa Zubero.
Todo apunta a que a partir de ahora, con la leve mejoría de los datos del desempleo, la cifra de familias con todos sus componentes parados se irá reduciendo de forma paulatina. Sin embargo, el panorama que se vislumbra a lo lejos no parece invitar al optimismo. "Aunque las cifras de empleo cambien en lo cuantitativo, en lo cualitativo, la precarización de los empleos que se están creando hacen que éste no tenga la misma capacidad protectora", abunda el sociólogo de la UPV, refiriéndose a la emergente figura de lo que los expertos perfilan como 'trabajadores pobres'. Y es que el hecho de contar con una nómina, incluso con un contrato indefinido, ya no es garantía de una calidad de vida razonable. "No saldremos de esto en las mismas condiciones en las que entramos", avisa el experto.
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