![«La demonización del adversario empieza a resultar insoportable»](https://s1.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/2024/04/01/93103446-kyUD--1200x840@Diario%20Vasco.jpg)
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Juan Pablo Fusi Aizpurúa, catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid, volvió hace diez días a su San Sebastián natal para dar una conferencia en el Ateneo sobre el legado de la Transición española. Lo hace en un momento en el ... que la polarización, que, reconoce, le horroriza, le recuerda, salvando distancias, a la brutal retórica de la Segunda República. «Como ocurrió entonces, la demonización del adversario empieza a resultar insoportable», asegura Fusi.
–Dice que la Transición termina en realidad en 2004. ¿En qué se basa?
–Los atentados de los trenes de Atocha y la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al poder suponen el comienzo de una especie de postransición, con planteamientos distintos sobre todo por su parte, con utilización de lenguajes distintos: empieza a hablar de republicanismo cívico, de bloque democrático entre la izquierda y los nacionalistas, lo que resulta muy discutible, de que habrá que respetar lo que el Parlamento catalán decida, de que España tiene que estar en la Alianza de las Civilizaciones, un recuerdo casi a los no alineados de antes, cuando ya estamos en la OTAN y en la ONU... Es un nuevo ciclo y lo digo sin animosidad.
–¿Pero cree que la izquierda es la mayor responsable de la quiebra del consenso constitucional?
–No diría tanto como eso. La quiebra del consenso constitucional es fruto de diferentes factores. La Constitución española es como una muy buena partitura en la que muchos desafinan a partir de determinado momento, otros no saben música y probablemente el director y sus actuales colaboradores quieren romper la partitura. Luego vinieron los escándalos de corrupción, sobre todo los que afectaron al Gobierno de Rajoy, que fueron tremendos, también los que afectaron al Partido Socialista. Y también la responsabilidad de los nacionalismos que tienen una dinámica de exigencias que también pueden ser muy desleales.
–¿Aznar fue responsable de esa quiebra del consenso por su gestión informativa de los atentados del 11-M?
–Esa cuestión yo la pondría muy en paralelo a otra que atañe al Partido Socialista como es la de las concentraciones de multitudes ante las sedes del PP durante la jornada de reflexión en la víspera, que es algo que no se había visto nunca. Es verdad que la gestión informativa fue manifiestamente torpe pero también diría que estoy leyendo algunas exageraciones. Que había sido ETA la autora de los atentados no lo dijeron solo Aznar y el ministro Acebes. No obstante, la responsabilidad de haber mantenido esa tesis fue solo del Gobierno de Aznar. Pero la idea central de Zapatero es que el bloque democrático en España está integrado por la izquierda y los nacionalismos, no por la derecha, y eso no tiene nada que ver con el error de Aznar o si manipuló o no tras los atentados.
–Y así hasta hoy...
–Zapatero empezó con unos apoyos muy fuertes, por ejemplo cuando comenzó el proceso de negociación con ETA. Le apoyamos muchos entonces en aquel momento, yo tengo dudas sobre ese bloque democrático. A Zapatero le tocó la gran recesión... 'Se acabó la fiesta', tituló The Economist porque la economía española se vino estrepitosamente abajo. La gran recesión provoca la aparición de Ciudadanos y de Podemos. Después, Rajoy hizo una buena política económica, pero no supo ser contundente ante la corrupción en su partido, luego vino la abdicación del Rey, también rodeado de escándalos. Y así hasta hoy,
–¿Cree que esa polarización política en España es irreversible?
–En historia no hay nada ni reversible ni irreversible. Ortega habla de puros instantes, de repente ocurre algo... En todos los países se entremezclan los períodos convulsos con los más serenos. España tiene un XIX y un XX inestables, con la Guerra Civil y el franquismo como culminación. La polarización ha existido en otros países con políticas fragmentadas. La Tercera República francesa dura 70 años y hay 139 gobiernos.
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–Y en este ambiente se ha aprobado la ley de amnistía...
–Sacar adelante una amnistía para conseguir siete votos en el Congreso me parece un escándalo. Por mero conocimiento de situaciones análogas o equiparables, esta amnistía debía haber nacido con una mayoría cualificada de dos tercios, para que fuera equiparable a otras iniciativas que se llevan a cabo cuando cambia un jefe de Estado, o cuando se quiere hacer borrón y cuenta nueva... una amnistía para algo tan grave, aunque no haya habido muertos como con ETA. Porque recordemos que hubo una declaración unilateral de independencia, un golpe a la Constitución, un desafío al Estado constitucional. Por eso debía haberse hecho por un amplio consenso. Y no ha sido así. Se ha hecho por pura necesidad. Como reconoció el propio presidente Sánchez.
–¿Y la reconciliación? ¿No es esa la virtud?
–No hay virtud en la medida en la que es un discurso que se ha fabricado totalmente a posteriori para justificarlo todo. Primero, el PSOE y sus aliados de Sumar pierden las elecciones, no es verdad que las hayan ganado, como dice el Gobierno. Y no tienen ese mandato para aprobar la amnistía porque no fueron con esa apuesta a las elecciones. No estoy en absoluto cuestionando la legitimidad del Gobierno de coalición, pero hacerlo por siete votos degrada la democracia, es legítimo y legal, pero se hace y acabamos todos desconfiando de los políticos y viéndoles que hacen de todo por mera ambición de poder.
–¿Le ha sorprendido la decisión de Puigdemont de volver a presentarse como candidato?
–No me ha sorprendido. Creo que no ha sorprendido a nadie, ni el estilo desafiante con que ha revestido su decisión. Sin duda, el independentismo entiende la amnistía como una victoria sobre el Estado español y como una reivindicación plena y/o total del procés. Todo hace pensar que exigirá el reconocimiento del derecho de autodeterminación y que irá, de una forma u otra, a plantear un nuevo referéndum sobre la independencia.
–El Gobierno del Frente Popular, en 1936, también aprobó la amnistía para Companys nada más llegar al poder...
–Las amnistías de 1936 y 2024 son distintas. La amnistía para delitos político sociales posteriores a noviembre de 1934 era el punto primero del programa electoral oficial del Frente Popular, y por lo tanto no sé engañó a los españoles. Azaña estuvo obsesionado por lograr el consenso de todas las fuerzas políticas y que la amnistía fuera inobjetablemente legal, y lo logró.
–¿No estamos cayendo en la demonización del adversario...?
–Quizá estemos ya en la famosa charca de rencores de la que hablaban algunos dirigentes republicanos de la Segunda República, en relación a la división de la izquierda. Empieza a resultar insoportable, desmoraliza, ofende e irrita. En la Segunda República se produjo una brutal demonización de los adversarios en un contexto europeo de radicalización ideológica que afectó a la derecha y a la izquierda. Pero hay que partir de una cosa. La derecha nunca aceptó la legitimidad de la República, ni la monárquica ni la pequeña derecha fascista, y la demonización y trituración de la figura de Azaña fue demoledora. Ahora el consenso ha durado mucho tiempo, hay que valorar muchísimo que la izquierda ha antepuesto la defensa de la democracia a otros planteamientos, como el pleito Monarquía-República. Es una Constitución, la de 1978, que se hizo por consenso, no como la de 1931.
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